“Trump, el gran antisistema”.
David Torres, bajo este
mismo titular, recuerda en Público que, la semana pasada, durante un acto de
recaudación de fondos para su campaña, Joe Biden llamó a Putin “loco hijo de
puta” y se quedó tan ancho. “A lo mejor la hemeroteca me corrige, pero creo que
se trata de un tono nunca antes visto en las relaciones entre las dos
superpotencias, ni cuando Rusia formaba parte de la URSS, ni en los tiempos de
Kennedy y Jruschov durante la crisis de los misiles, ni siquiera en la era de
Reagan, que gastaba hechuras de vaquero presidencial made in Hollywood con más
derecho que Biden. También es posible que ahora la diplomacia consista en decir
lo primero que se le pasa a uno por la cabeza, sobre todo si uno es un anciano
senil de ochenta y un años con acceso directo al botón rojo. A la prensa
internacional tampoco es que le haya molestado mucho el calificativo lanzado de
presidente a presidente, ya porque lo consideran un epíteto, ya porque la
prensa internacional no se conmueve con minucias como los genocidios en Gaza o
en Congo. El otro día, May Golan, ministra de Igualdad de Israel, dijo en Nueva
York que estaba ‘orgullosa de las ruinas de Gaza y de que cada bebé, incluso de
dentro de 80 años, le cuente a sus nietos lo que hicieron los judíos’. Con
treinta mil muertos a las espaldas del Ejército israelí, miles y miles de ellos
niños, las rotativas no se pararon para anunciar que Goebbels se había
reencarnado en una señora sionista.
“Habría que examinar las
reacciones de esta misma prensa rendida al sionismo y al otanismo si, por
ejemplo, Donald Trump, un señor sin pelos en la lengua ni filtro alguno entre
el cerebro y la laringe, hubiera llamado ‘loco hijo de puta’ a cualquier
homólogo extranjero durante su mandato. Aunque nos anunciaron que la
presidencia de Trump iba a suponer la Tercera Guerra Mundial, el fin de la
civilización occidental y el apocalipsis en tres tomos, lo cierto es que los
cuatro años que estuvo en el poder fueron los más tranquilos y pacíficos de la
política exterior estadounidense al menos desde los tiempos de Carter.(…) Entre
lo zumbado que está, sus extrañas relaciones con el Kremlin y la pandemia del
coronavirus, Trump inauguró una especie de pax anaranjada que duró cuatro años
y que por poco se prolonga en imperio gracias a la pantomima de un golpe de
Estado interno que intentó promover en el seno de una república que tiene la
fea costumbre de derribar gobiernos extranjeros. Fue ponerse Joe Biden a los
mandos e incendiarse medio mundo, con la vergonzosa retirada de las tropas
estadounidenses de Afganistán, la invasión rusa de Ucrania y la impunidad
criminal del Ejército israelí en Gaza.
“A Trump —termina David Torres
recordando— han intentado frenarlo por todos los medios, desde los periódicos a
los tribunales, pero ya ha arrasado en las primarias de Carolina del Sur y se
perfila otra vez como el candidato republicano en las próximas elecciones a la
Casa Blanca. Que Trump haya reunido a su alrededor a lo más granado de la
fachosfera internacional, de Abascal a Milei, pasando por Bukele, Meloni o
Bolsonaro, es un signo más de la confusión de estos tiempos en los que hay
gente que cree, a estas alturas de la película, que Rusia es una reedición de
la URSS o que Putin es comunista”.
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