El marqués y la esvástica (I).
Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas
César González Ruano.
Tres años duró la travesía de Rosa Sala Rose y
Plàcid García-Planas, dando vueltas por los archivos de Alemania, Francia y
España, en busca de datos y documentos inéditos y turbios sobre César González-Ruano.
Visitaron 20 archivos, viajaron a ocho países, interrogaron a testigos y
recorrieron los lugares por los que pasó. El resultado de todo ese trabajo es El marqués y la esvástica. César González Ruano y los
judíos en el París ocupado, un libro sobre este periodista y
escritor que, en 1942, llegaba a París, alcoholizado, y, por primera vez en su
vida, dejó de escribir y trabajar. Nació
el 22 de febrero de 1903, en el barrio
de Chueca de Madrid, ciudad en donde moriría el 15 de diciembre de 1965. “Se
formó –escriben los mencionados autores de este periodista y escritor ubicuo, admirado, odiado y
peculiar, muy peculiar– entre Alfonso XIII y la Segunda República.
Empezó como poeta del ultraísmo, la vanguardia más castiza de Europa, pero no
le hicieron mucho caso y decidió entrar en la literatura española dando el
campanazo. Lo dio en febrero de 1922, en el Ateneo de Madrid, el cerebro de España. En calidad de ‘joven
poeta desconocido’, Ruano logró que le ofrecieran el salón de actos para
recitar poesías de su libro Alma.
Apareció con un chaleco amarillo, una melena teñida con agua oxigenada, poca alma y mucha desfachatez. Según el Heraldo de Madrid, gesticuló como un
payaso y confundió el cerebro de España
con una pista de circo. Empezó elogiando su frente magnífica y buen tipo,
osadía que el público recibió entres risas. ‘Se llamó guapo y eso no es cierto,
pues tiene cara de pipa”, sentenció el Heraldo. Pero el auténtico atrevimiento
vino después: calificó de ‘pesado” y ‘cejijunto’ al venerado Ortega y Gasset y
habló de ‘un tal Cervantes, del siglo XV o por ahí, del que me han dicho que
era manco y debe ser verdad, porque escribía con los pies’ Aquello era demasiado.
El público ya no quiso escuchar las poesías del joven melenudo, que él mismo
anunció como ‘maravillosas’, magníficas y admirables”.
Ruano cultivó hasta el final la imagen de “dandy”
que había ensayado en el Ateneo, aunque ya sin chalecos estridentes ni el pelo
teñido. Llevaba siempre un traje a medida, zapatos de cocodrilo, corbata de
seda, chaleco inglés y un célebre bigote, minúsculo y costosísimo: ningún barbero
estaba autorizado a tocarlo. En muy poco tiempo se apoderó de él “un asco por
todo lo republicano”. Se pasó al diario Informaciones como quien se baja de un
tranvía en marcha para subirse al que cruza en dirección contraria y ganó el
Premio Mariano de Cavia de Periodista, lo que le abrió las puertas de ABC, el
diario más monárquico y prestigioso de la capital que, en 1933, lo envió seis
meses como corresponsal a Berlín, los primeros seis meses de Adolfo Hitler en
el poder. Y Ruano pasó de cantar la quema izquierdista de conventos a cantar la
quema de libros. De Berlín, se largó a París y allí, en la Francia de los alemanes,
sin pegar sello, ya no ensayaría piruetas de izquierda, sino en estricta
vertical: triple salto mortal sobre la oscuridad. Hasta que, en octubre de
1943, escapó a Sitges, al chiringuito junto al mar.
En la tarde del 10 de junio de
1942, en el París ocupado, la
Gestapo detuvo a César González-Ruano, periodista español y
aspirante a marqués. ¿Por qué lo encerró en la cárcel militar de Cherche-Midi
durante setenta y ocho días? ¿Por qué interrogó, con simulación de
fusilamiento, a un hombre que, desde 1933, había cantado las excelencias de la
esvástica? “No fue por robar relojes, claro está”, escribió Ruano en sus
memorias. “La verdad pura, apenas sirve para nada”, anotaría en su diario íntimo.
¿De qué lo acusaban los nazis? ¿Por qué nunca lo confesó? Periodistas, poetas y
editores han apuntado la gran sospecha: en París, Ruano se habría lucrado
engañando y robando a judíos desesperados. Hubo quien lo relacionó con otra
sospecha todavía más negra: la matanza y expolio de judíos que huían por
Andorra. Pero no había una sola prueba. Y Ruano, con sus medios silencios,
gozaba en secreto de su intrigante leyenda. “París en plena ocupación era más
divertido que dramático”, recuerda. ¿Qué hizo él en ese París tan “divertido”?
En este libro, sus autores investigan la leyenda
negra del escritor y periodista en el París ocupado por los nazis. Allí fue
juzgado por la Francia
libre y condenado a 20 años por colaboración con el enemigo. Un periodista de
turbia y oscura biografía al que ¡sus amigos! definían con media sonrisa como
un tipo amoral y sus enemigos como un “periodista comprable”, un tipo con
talento pero poco fiable que trabajó en muchos de los periódicos de la época y
fue corresponsal de ABC en Berlín durante los seis primeros meses en
los que Hitler ocupó el poder, dejando constancia en artículos con las dosis de antisemitismo
que marcaba la época. A lo largo de su vida, Ruano llegó a escribir entre
veinte mil y treinta mil artículos, entrevistas, reportajes y crónicas… Poco a
poco, fue esculpiéndose, escribiéndose, con más tinta que verdad, como después
harían Camilo José Cela y Francisco Umbral, llegando a desvelar su oficio a un
amigo como algo que consistía, esencialmente, en “tocarle los cojones a los
ángeles”. Tras su muerte alguien dio nombre a un premio periodístico que ahora
se ha reconvertido y pasa a llamarse asépticamente Premio Mapfre de Relato Corto.
Mañana, continuará: “El marqués y la esvástica”, (II)
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