jueves, 22 de octubre de 2015

El poeta revolucionario, Marcos Ana.


Nació en capicúa, el 20 de enero del 20. A los 13 años le echaron del colegio de curas en el que estudiaba y, a los 15, pasaba el día repartiendo el periódico Renovación Roja de las Juventudes Socialistas Unificadas. Era un chico de 16 años cuando estalló la Guerra Civil. Su bautizo de fuego fue en Peguerinos, en la sierra. Pero con la regularización del Ejército, le echaron por ser menor de edad y se encargó del trabajo político. Enseguida se convirtió en el secretario general de la JSU en los 42 pueblos de la comarca de Alcalá. A 18, se reincorporó al Ejército, convertido en el comisario político más joven.   

Hablamos, por supuesto, de Fernando Macarro Castillo quien, terminada la contienda, huía a Alicante donde se decía que los barcos británicos y franceses recogerían a los perdedores. Pero los barcos no llegaron y a Fernando y a su hermano los encerraron en el campo de concentración de Albatera del que consiguió escapar.  Luego, de vuelta a Madrid, fue tan imprudente, tan rebelde, ¡o tan tonto!, que se puse a organizar un grupo de resistencia. Pero, un chivatazo dio lugar a la detención más larga de la historia del franquismo. Fernando ingresó con 19 años en la prisión madrileña de Porlier, el colegio Calasancio, y no volvió a ver la luz hasta cumplidos los 41. Fue condenado a muerte por el régimen y, debido a su “peligrosa” actividad contra el franquismo, terminó sus días de recluso en el penal para presos políticos de Burgos, “una auténtica escuela de cuadros”, ironiza.

En prisión, coincidió con Buero Vallejo y con Miguel Hernández  y, en esa fábrica intelectual en la que los represaliados convirtieron las cárceles, el poeta se topó con la brutalidad de la Dirección General de Seguridad y conoció “la mística de la revolución”.  Fernando pensaba en la imagen de Lenin que alguien le arrojó a través de las rejas del calabozo. “Pensaba en la Pasionaria, en la solidaridad, en la entrega y en los compañeros que, en prisión, imaginaban que yo no resistiría. Fue la mística revolucionaria que me ayudó a aguantar tantos palos”. A mediados de la década de los cincuenta comenzó a escribir sus primeros poemas, bajo el seudónimo de Marcos Ana, en homenaje a sus padres, consiguiendo salir al exterior y dando a conocerse por muchos opositores a la dictadura. Su poesía animaba a combatir la dictadura con la palabra y hacía un llamamiento a la liberación de los presos políticos.

“Tenía que sacar todo lo que llevaba dentro –reconoce–. Sacaba los poemas como después me llegaría el mensaje de Alberti: en tubos de pasta dentífrica. Los abríamos por detrás y encajábamos los trozos de papel, envueltos en plástico, como si fueran un supositorio. Mi familia los difundió entre compañeros. Empezaron a sonar en Radio España Independiente, la Radio Pirenaica que emitía desde Rumanía. Hubo una campaña internacional muy fuerte”. Y, a finales de 1961, su trova hizo que el gobierno decretase la libertad para todos aquellos que llevasen más de 20 años encarcelados. Marcos Ana, que llevaba 23,  fue el único indultado. 

El Partido Comunista le facilitó enseguida un pasaporte falso con el que salió camino de París. En la capital francesa, fundó el Centro de Información y Solidaridad con España que presidió Pablo Picasso. Pasó el año 62 recorriendo Europa. El 63 lo dedicó a extender su mensaje solidario por Latinoamérica. No volvió a España hasta que el dictador no estuvo muerto y enterrado.. “La conciencia de la gente –advierte. Hoy, a sus 9– ha crecido; hay un buen ambiente para el cambio”. Hoy, a sus 95 años, su memoria permanece intacta. A través de ella, este militante comunista, amigo de Rafael Alberti o de Pablo Neruda, desgrana los recuerdos de un tiempo de represión y exilio, analiza la izquierda y reflexiona sobre la vida, la poesía, el amor y el activismo. “Nunca he querido venganza –reconoce Fernando Macarro–. La única venganza que quiero es que triunfen nuestras ideas”.

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