El poeta revolucionario, Marcos Ana.
Hablamos, por supuesto, de Fernando Macarro Castillo quien, terminada la contienda, huía a Alicante donde se decía que los barcos británicos y franceses recogerían a los perdedores. Pero los barcos no llegaron y a Fernando y a su hermano los encerraron en el campo de concentración de Albatera del que consiguió escapar. Luego, de vuelta a Madrid, fue tan imprudente, tan rebelde, ¡o tan tonto!, que se puse a organizar un grupo de resistencia. Pero, un chivatazo dio lugar a la detención más larga de la historia del franquismo. Fernando ingresó con 19 años en la prisión madrileña de Porlier, el colegio Calasancio, y no volvió a ver la luz hasta cumplidos los 41. Fue condenado a muerte por el régimen y, debido a su “peligrosa” actividad contra el franquismo, terminó sus días de recluso en el penal para presos políticos de Burgos, “una auténtica escuela de cuadros”, ironiza.
En prisión, coincidió con Buero Vallejo y
con Miguel Hernández
y, en esa fábrica intelectual en la que los represaliados convirtieron las
cárceles, el poeta se topó con la brutalidad de la Dirección General de
Seguridad y conoció “la mística de la revolución”. Fernando
pensaba en la imagen de Lenin que alguien le arrojó a través de las rejas del
calabozo. “Pensaba en la Pasionaria, en la
solidaridad, en la entrega y en los compañeros que, en prisión, imaginaban que
yo no resistiría. Fue la mística revolucionaria que me ayudó a aguantar
tantos palos”. A
mediados de la década de los cincuenta comenzó a escribir sus primeros poemas,
bajo el seudónimo de Marcos Ana, en homenaje a sus padres, consiguiendo salir
al exterior y dando a conocerse por muchos opositores a la dictadura. Su poesía
animaba a combatir la dictadura con la palabra y hacía un llamamiento a la
liberación de los presos políticos.
“Tenía que sacar todo lo que
llevaba dentro –reconoce–. Sacaba los poemas como después me llegaría el
mensaje de Alberti: en tubos de pasta dentífrica. Los abríamos por detrás y
encajábamos los trozos de papel, envueltos en plástico, como si fueran un
supositorio. Mi familia los difundió entre compañeros. Empezaron a sonar en
Radio España Independiente, la Radio Pirenaica que emitía desde Rumanía. Hubo
una campaña internacional muy fuerte”. Y, a finales de 1961, su trova hizo que
el gobierno decretase la libertad para todos aquellos que llevasen más de 20 años
encarcelados. Marcos Ana, que llevaba 23, fue el único indultado.
El Partido Comunista le facilitó enseguida un pasaporte falso con el que salió
camino de París. En la capital francesa, fundó el Centro de Información y
Solidaridad con España que presidió Pablo Picasso. Pasó el año 62 recorriendo
Europa. El 63 lo dedicó a extender su mensaje solidario por Latinoamérica. No
volvió a España hasta que el dictador no estuvo muerto y enterrado.. “La
conciencia de la gente –advierte. Hoy, a sus 9– ha crecido; hay un buen
ambiente para el cambio”. Hoy, a sus 95 años, su memoria permanece intacta. A
través de ella, este militante comunista, amigo de Rafael Alberti o de Pablo
Neruda, desgrana los recuerdos de un tiempo de represión y exilio, analiza la
izquierda y reflexiona sobre la vida, la poesía, el amor y el activismo. “Nunca
he querido venganza –reconoce Fernando Macarro–. La única venganza que quiero
es que triunfen nuestras ideas”.
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