Krzysztof Charamsa, prelado católico en Roma, confiesa abiertamente su homosexualidad.
Krzysztof con su pareja, Eduardo Planas.
Hace unos días,
Krzysztof Charamsa, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe y
profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, hizo temblar, con
sólo 43 años, a todo el Vaticano. Ocurrió en la víspera de la inauguración del
Sínodo de Obispos sobre la familia, al declararse abiertamente homosexual y
presentar a su compañero sentimental, un catalán llamado Eduardo Planas. “Quiero
que la Iglesia y mi comunidad –declaró entonces–sepan quién soy yo, un
sacerdote homosexual, feliz y orgulloso de la propia identidad, que no ha
encontrado en ningún pasaje de la Biblia una justificación de la homofobia
vaticana”. Charamsa reconoció que la decisión de salir del armario justo un día
antes del comienzo de la asamblea de los obispos no había sido casualidad. “Me
gustaría decir al Sínodo que el amor homosexual es un amor que necesita de la
familia. Cualquier persona, también los gays, lesbianas o transexuales, lleva
en el corazón el deseo de amor y familiaridad”. Con estas palabras, revelaba en
una entrevista al diario Il Corriere della Sera lo que pensaba un día antes del
inicio del Sínodo de la Familia.
La reacción del
Vaticano fue inmediata, prohibiéndole ejercer sus cargos tanto docentes como de
gestión. Su actitud generó fuertes críticas sobre todo en Italia, en donde el
Vaticano ha mostrado laxitud y consideración con los acusados de pederastia. La
Santa Sede apartó de inmediato al prelado polaco de sus funciones como
secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional y como docente de las
universidades pontificias donde impartía Teología. “La elección de hacer una
manifestación tan clamorosa en la vigilia del Sínodo –señaló el padre Federico
Lombardi, portavoz del Vaticano– es muy grave e irresponsable, ya que hace que,
sobre la asamblea sinodal, recaiga una indebida presión mediática”. Charamsa comparecía
el sábado en una multitudinaria rueda de prensa acompañado por su pareja y
denunciaba que la Congregación para la Doctrina de la Fe, el dicasterio
vaticano que se ocupa de promover la fe y la moral en el mundo católico, es “el
corazón de la homofobia de la Iglesia católica, una homofobia exasperada y
paranoica”. Tras conocer la suspensión de sus funciones, no se mostró
sorprendido ni asustado. “Estoy preparado para pagar las consecuencias –dijo–,
pero es el momento de que la Iglesia abra los ojos frente a los gays creyentes.
Entienda que la solución que les propone, la abstinencia total de la vida
amorosa, es inhumana”. Y dedicó su gesto a “tantísimos sacerdotes gays que no
tienen fuerzas para salir del armario”.
En 2013, el Papa
Francisco rompió un tabú importante al defender que hay que integrar a los
homosexuales en la sociedad. “¿Quién soy yo para juzgarlos?”,
declaraba. Sin embargo, la doctrina de la Iglesia no ha variado su postura. El
Vaticano calificó como una “derrota de la humanidad” la aprobación del
matrimonio gay en Irlanda o EEUU. Esta ambigua posición es debatida por los
padres sinodales después de que, en la asamblea del año pasado, no se llegara a
un consenso respecto a la situación de los homosexuales dentro de la Iglesia.
La reacción oficial del
Vaticano ha sido inusualmente rápida y contundente. Esta vez no hubo necesidad
de abrir la consabida investigación previa, como en el caso de los curas
pederastas, por ejemplo. Antonio Casado escribe en El Confidencial: “Mal hará
las cosas el equipo del papa Francisco, aparentemente comprometido con la
puesta al día de la Iglesia, si no aprovecha la ocasión para afrontar la
cuestión de fondo, que es estructural y tiene memoria de siglos. Celibato y
voto de castidad. Eso es lo que debería revisar el papa Francisco, cuya
voluntad aperturista tiende a quedarse solo en palabras”.
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