miércoles, 29 de agosto de 2018

“Franco, Franco, que tiene el culo blanco”.


“Mi padre nunca ha llamado a Franco por su nombre. Lo llama Paco el Rana o Patascortas. Después de haber soportado la dictadura durante su juventud -y las consiguientes clases de formación del espíritu nacional-, el humor es su forma, y el de otra mucha gente de su generación, de ciscarse en el fascista omnipotente que los gobernó durante años”. Lo cuenta Iker Armentia en un artículo de EldiarioNorte.es, que lleva por  título “Franco, Franco, que tiene el culo blanco”.

“En casa, mi padre se emocionaba cuando escuchaba La Marsellesa y se descojonaba recordando la muerte de Franco. Especialmente graciosa le parecía la expresión ‘el equipo médico habitual’ a la que hacían referencia los medios franquistas para informar de la evolución del enfermo. Con ‘el equipo médico habitual’ había mucho cachondeo en aquellos días que Franco la estaba espichando. Pero las risotadas de verdad llegaban cuando mi padre rememoraba la historia que había circulado en su día -no sé si es cierta o no- de que a Franco le pilló uno de sus penúltimos achuchones en el Pardo y lo tuvieron que trasladar a trompicones en una alfombra a un quirófano que habían improvisado en su residencia, y además se les fundieron las luces y llamaron al electricista del pueblo y casi se les muere Franco allí mismo. Una agonía muy dicharachera para el caudillo de España por la gracia de Dios, que decían las monedas de la época”.

Armentia recuerda cómo, cada vez que llegaba Franco, los pelotas franquistas que gobernaban la ciudad preparaban con esmero los aposentos para Su Excelencia. “En cierta visita, lo acomodaron en varias estancias preparadas a tal efecto en el Museo de Bellas Artes. A algún lumbreras se le ocurrió la idea de ponerle un lavabo hipermoderno en el que el agua saliera de forma automática cuando Franco acercara las manos, con una especie de célula fotovoltaica de la época que evitara que tuviera que darle al grifo como todo hijo de vecino. Los currelas estuvieron probándolo con ardor patrio y funcionaba una y otra vez. Cuando Franco fue a lavarse las manos después de hacer orín, no salía agua del grifo. ‘No se podía lavar las manos el cabrón’, cuenta mi padre mientras se parte la caja.

“En ese mismo museo en el que dormitaba Franco, vivía en una pequeña edificación un empleado de la Diputación de Álava con cierta afición al bebercio, la jarana y las broncas nocturnas. Como otras muchas noches, el liante regresaba a casa después de agenciarse un generoso rosario de vinos. Y como otras muchas noches lo hacía pegando voces. Al acercarse a su casa en el museo, el follonero fue reducido por varios agentes de la Policía alarmados ante el riesgo de que Su Excelencia despertara sobresaltado de sus dulces sueños antijudeomasónicos. A duras penas pudieron hacer callar al parrandero que chillaba que aquella era su casa y que no le vinieran a tocar las santas narices.

“Ahora que el Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado la exhumación del Generalísimo sólo espero que por respeto a todos los españoles que sufrieron la dictadura de Franco, el Gobierno permita a Ferreras hacer un especial desde el Valle de los Caídos, y cuando saquen a la momia del mausoleo se les caiga al suelo y se le bajen los pantalones sin querer y que toda España vea en directo el precioso culo blanco de Francisco Franco Bahamonde”.
Franco, Franco que tiene el culo blanco

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