“Franco, Franco, que tiene el culo blanco”.
“Mi padre nunca ha
llamado a Franco por su nombre. Lo llama Paco el Rana o Patascortas. Después de
haber soportado la dictadura durante su juventud -y las consiguientes clases de
formación del espíritu nacional-, el humor es su forma, y el de otra mucha
gente de su generación, de ciscarse en el fascista omnipotente que los gobernó
durante años”. Lo cuenta Iker Armentia en un artículo de EldiarioNorte.es, que
lleva por título “Franco, Franco, que
tiene el culo blanco”.
“En casa, mi padre se
emocionaba cuando escuchaba La Marsellesa y se descojonaba recordando la muerte
de Franco. Especialmente graciosa le parecía la expresión ‘el equipo médico
habitual’ a la que hacían referencia los medios franquistas para informar de la
evolución del enfermo. Con ‘el equipo médico habitual’ había mucho cachondeo en
aquellos días que Franco la estaba espichando. Pero las risotadas de verdad
llegaban cuando mi padre rememoraba la historia que había circulado en su día
-no sé si es cierta o no- de que a Franco le pilló uno de sus penúltimos
achuchones en el Pardo y lo tuvieron que trasladar a trompicones en una
alfombra a un quirófano que habían improvisado en su residencia, y además se
les fundieron las luces y llamaron al electricista del pueblo y casi se les
muere Franco allí mismo. Una agonía muy dicharachera para el caudillo de España
por la gracia de Dios, que decían las monedas de la época”.
Armentia recuerda cómo, cada
vez que llegaba Franco, los pelotas franquistas que gobernaban la ciudad
preparaban con esmero los aposentos para Su Excelencia. “En cierta visita, lo
acomodaron en varias estancias preparadas a tal efecto en el Museo de Bellas
Artes. A algún lumbreras se le ocurrió la idea de ponerle un lavabo
hipermoderno en el que el agua saliera de forma automática cuando Franco
acercara las manos, con una especie de célula fotovoltaica de la época que
evitara que tuviera que darle al grifo como todo hijo de vecino. Los currelas
estuvieron probándolo con ardor patrio y funcionaba una y otra vez. Cuando
Franco fue a lavarse las manos después de hacer orín, no salía agua del grifo. ‘No
se podía lavar las manos el cabrón’, cuenta mi padre mientras se parte la caja.
“En ese mismo museo en el
que dormitaba Franco, vivía en una pequeña edificación un empleado de la
Diputación de Álava con cierta afición al bebercio, la jarana y las broncas
nocturnas. Como otras muchas noches, el liante regresaba a casa después de
agenciarse un generoso rosario de vinos. Y como otras muchas noches lo hacía
pegando voces. Al acercarse a su casa en el museo, el follonero fue reducido
por varios agentes de la Policía alarmados ante el riesgo de que Su Excelencia
despertara sobresaltado de sus dulces sueños antijudeomasónicos. A duras penas
pudieron hacer callar al parrandero que chillaba que aquella era su casa y que
no le vinieran a tocar las santas narices.
“Ahora que el Gobierno de
Pedro Sánchez ha aprobado la exhumación del Generalísimo sólo espero que por
respeto a todos los españoles que sufrieron la dictadura de Franco, el Gobierno
permita a Ferreras hacer un especial desde el Valle de los Caídos, y cuando
saquen a la momia del mausoleo se les caiga al suelo y se le bajen los
pantalones sin querer y que toda España vea en directo el precioso culo blanco
de Francisco Franco Bahamonde”.
Franco, Franco que tiene
el culo blanco
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