Desencanto.
Resulta desalentador,
para Pascual García, autor de este artículo así titulado y publicado el pasado
domingo en Cuartopoder, que un país que se tiró cuarenta años sin asomarse a un
colegio electoral se vea invadido por una sensación de hastío, de cansancio,
cuando sus representantes políticos le convocan a las urnas —aunque sea por
cuarta vez en cuatro años— para que se moje en la muy azarosa, denostada y
sobrevalorada peripecia de intentar formar un maldito gobierno. “Percibo en los
corrillos de los cuatro puestos que han sobrevivido a la crisis, en el
dispensario del boticario —abarrotado de jubilados con un fajo de recetas
azules en la mano— una sensación de tristeza, de desencanto, de hojas secas por
el suelo y lluvia en los cristales, de aula franquista con treinta y tantos
‘muetes’ tirándose bolitas de papel aprovechando que el profe ha ido a mear. Una
clase como la de Andrés, el niño de La lengua de las mariposas, cuya imagen
asocio automáticamente con la de Íñigo Errejón, la única novedad de la ‘cita
electoral’, como dicen los tertulianos. Esta expresión, ‘cita electoral’, va
adquiriendo en sus inagotables y devastadoras mandíbulas de tertulianos matices
nocturnos, inquietantes, como de manoseo afrutado con suspiros de vainilla en el
portal.
“Errejón, de momento, no
tiene sitio en el reglado imaginario del desencanto. No lo tiene desde el punto de vista
ontológico —no te puede desencantar quien todavía no te ha encantado— ni desde
el formal; esto es, que si Sánchez e Iglesias se ponen de acuerdo después de
las elecciones probablemente tendrán que hacerle un sitio en la foto y, si no,
no habrá foto ni sitio en la Tierra donde puedan esconderse esta vez… ¿O sí lo
habrá?
“Muchos de los que
pasamos de los cincuenta —y muchos de los que no pasan también— nos hemos
encantado y desencantado varias veces en los últimos tiempos. Y he de decir,
para ser honesto, que el desencanto tiene un no sé qué literario, un umami
vital que el encanto no alcanza ni de lejos. Si pienso en un tipo encantado me
viene a la cabeza la imagen a todo color de un joven guapo, alto y sonriente
con un jersey amarillo sobre los hombros… Esas chorradas… Recuerdo que mi
primer desencantamiento se produjo cuando unos señores que dijeron que nos iban
a sacar de la OTAN se lo pensaron dos veces y decidieron que lo mejor era
dejarnos dentro. Fue un desencantamiento bastante más jodido que el último
—quizás porque vas haciendo callo—, que se produjo cuando me enteré de que
Sánchez nos mintió a todos al asegurar que había entendido el mensaje de que
“con Rivera, no”.
“¿Y por qué nos
desencantamos tantas veces? Pedro Sánchez reconoció abiertamente ante Jordi
Évole en noviembre de 2016 que había sufrido presiones de todo tipo —políticas,
empresariales, mediáticas, internas— en contra de un pacto de gobierno con
Podemos… ¿Y por qué habríamos de pensar que ha sido distinto esta vez? ¿En qué
deberíamos apoyarnos para colegir que todo será diferente a partir del próximo
10 de noviembre? ¿En sus infames declaraciones sobre el insomnio?
“Tengo la impresión, solo
la impresión, de que el aspirante socialista a la presidencia del Gobierno ha
tomado la decisión de mirar hacia la derecha ciudadana en cuanto la aritmética
parlamentaria se lo permita. Tengo la impresión también de que va a ser especialmente
ambiguo al respecto durante la campaña porque sabe que los suyos no quieren eso
y porque resultaría zafia y grotesca una nueva pirueta ideológica hacia la
izquierda, algo a lo que nos tiene acostumbrados en periodo electoral. Pero
como una buena parte de la siniestra sociológica necesita creer, encantarse,
aunque solo sea por un rato, me temo que la sola glosa de la historia reciente
no servirá para nada y que, de nuevo, esta sensación de desencanto inicial no
será sino el presagio del desencanto postrero. A los cínicos nos resulta mucho
más fácil gestionar estas cosas, aunque solo sea de boquilla. Como decía
Evaristo, un tío con el que compartí barra durante un rato en un bar de
Salvatierra: “El fuego no puede quemar lo que ya está quemado”.
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