sábado, 18 de julio de 2009

El obispo, Mateo Múgica.

El obispo, Mateo Múgica.

Sacerdotes vascos en la cárcel de Carmona. Fotos del archivo de la Fundación Sabino Arana

Uno de los pocos prelados que no se callaron ante la barbarie franquista fue el obispo de Vitoria, Mateo Múgica. Ello le valió una condena que le duró toda la vida. Cuando Mateo Múgica supo que habían ejecutado al cura José Joaquín Arín, sin formación de causa, concluyó: “Mejor habrían hecho Franco y sus soldados besando los pies de este venerable sacerdote que fusilándole”. Se trataba de uno de los catorce religiosos asesinados por los franquistas, hoy reconocido por la Iglesia institucional vasca. Mateo Múgica, monárquico, era desterrado en mayo de 1931 por sus reticencias públicas respecto a la República, regresando en 1933. Al principio de la guerra civil, apoya la sublevación militar, exigiendo que los católicos no cooperaran “ni mucho ni poco, ni directa ni indirectamente, al quebranto del ejército español”. Pero, los excesos y brutalidades de los sublevados y su actuación en la diócesis vasca, le hacen cambiar pronto de opinión.

Mateo Múgica tuvo, según José Ramón Scheifler, profesor emérito de teología por la Universidad de Deusto, una azarosa vida antes, durante y después de la Guerra Civil. Fue amigo personal de Alfonso XIII, apoyó la cultura vasca a través de traducciones y sermones, y se distinguió por exhortar a sus feligreses a que, en las elecciones de abril de 1931, no votaran ni a las candidaturas republicanas ni a las socialistas. Múgica tenía una enorme capacidad para irritar. En las elecciones que gana el Frente Popular, en 1936, dice que ser nacionalista vasco es del todo compatible con ser un buen católico. A finales de julio, los franquistas le cuelgan la etiqueta de “rojo separatista”. Y, en octubre de 1936, eleva a la Santa Sede la primera protesta contra los abusos del bando insurgente. En ella defiende a sus diocesanos “injustamente perseguidos, vejados, castigados, expoliados por los representantes y propagandistas del Movimiento Nacional”. E informa que, en su diócesis, los creyentes están siendo “injustamente perseguidos, vejados, castigados, expoliados por los representantes y propagandistas del Movimiento Nacional”.

Junto con los cardenales Vidal y Barraquer y Segura, se niega a firmar la “Carta Colectiva de los obispos españoles a los obispos del mundo”, que se publica el 1 de julio de 1937, firmada por 48 prelados, de los que 8 eran arzobispos, 35 obispos y 5 vicarios capitulares. En un escrito dirigido a la Santa Sede, explica claramente las razones de su negativa. En contra de lo que afirman los obispos españoles, él muestra su desacuerdo diciendo que la Iglesia en la España de Franco no es libre. Denuncia también el asesinato de “nutridísimas listas de cristianos fervorosos y de sacerdotes ejemplares”, a la vez que protesta por presentar “a la ciudad de Bilbao como un pueblo blasfemo”. Uno de sus amigos, el obispo de Valencia, neutraliza un intento de los militares de matarle, pero, en compensación, el Gobierno franquista en Burgos exige su marcha a Roma. Luego, Múgica, expulsado por el Gobierno de Franco, se instala en el País Vasco francés hasta 1947 y, desde ese año, se asenta en Zarautz, donde reside, ciego y condenado al ostracismo hasta su muerte, en 1968, a los 98 años de edad.

Mientras unos diocesanos alaban su talla intelectual, la firmeza y la reciedumbre moral, la fidelidad a la Iglesia y su dignidad mostrada en los dos exilios, otros, en cambio, critican su integrismo eclesial, el sentido excesivamente estricto de la obediencia eclesiástica, su adhesión a la monarquía y, a menudo, a la Cruzada de Franco.

1 comentario:

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