viernes, 17 de julio de 2009

Los obispos vascos piden perdón por su silencio.


Los obispos vascos lamentan el silencio de la Iglesia.
Los obispos vascos, respaldados por más de 200 sacerdotes, se han pronunciado ante la muerte, a manos del bando franquista, durante la Guerra Civil. Y han pedido perdón por el “injustificable silencio de los medios oficiales de nuestra Iglesia”. En realidad aquella masacre fue un asesinato nunca reconocido por la Iglesia española hasta el sábado pasado, en que los obispos de Bilbao, Ricardo Blázquez y Mario Iceta; el de San Sebastián, Juan María Uriarte y el de Vitoria, Miguel Asurmendi, celebraron una misa funeral en la Catedral Nueva de Vitoria en memoria de los catorce religiosos (doce sacerdotes, un misionero claretiano y un carmelita descalzo), ejecutados por el franquismo. Entre julio del 36 y junio de 37, más de 60 sacerdotes y religiosos fueron ejecutados en Vitoria, en los territorios controlados por uno y otro bando. Una parte de ellos fueron ejecutados por quienes luego vencieron en la contienda. El silencio impuesto ha durado 73 años.

Son sus nombres: Martín Lecuona Echabeguren, Gervasio Albizu Vidaur, José Adarraga Larburu, José Ariztimuño Olaso, José Sagarna Uriarte, Alejandro Mendicute Liceaga, José Otano Míguelez C.M.F., José Joaquín Arín Oyarzabal, Leonardo Guridi Arrázola, José Marquiegui Olazábal, José Ignacio Peñagaricano Solozabal, Celestino Onaindía Zuloaga, Jorge Iturricastillo Aranzabal y Román de San José Urtiaga Elezburu O.C.D. Al acto de homenaje de estos sacerdotes asistió, entre otros, Idoia Mendia, portavoz del Gobierno Vasco, quien dijo que “nunca es tarde para construir la memoria y no olvidar a las víctimas”, así como Iñigo Urkullu, presidente del PNV, quien señaló que su presencia era una muestra de “respeto a la memoria de estos catorce religiosos, y de acompañamiento a todos sus familiares por el olvido al que se han visto sometidos”.

Asurmendi declaró en su homilía: “No es justificable, ni aceptable por más tiempo, el silencio que medios oficiales de nuestra Iglesia han guardado en torno a la muerte de estos sacerdotes. Tan largo silencio no ha sido sólo una omisión indebida, sino también una falta a la verdad, contra la justicia y la caridad”. El Obispo de Vitoria pidió perdón, en nombre de la Iglesia vasca, “a Dios y a nuestros hermanos”, tras subrayar que el acto “tiene una dimensión de reparación y reconocimiento, de servicio a la verdad para purificar la memoria”. Remarcó que la Iglesia vasca no busca “reabrir heridas”, sino “ayudar a curarlas o a aliviarlas” para contribuir a la “dignificación de quienes han sido olvidados, o excluidos, y mitigar el dolor de sus familias y allegados”. Y pidió a Dios que concediese a la sociedad vasca “la luz y la fuerza necesarias para rechazar siempre la violencia como medio de resolución de diferencias y conflictos”. Posteriormente, en el boletín oficial de cada diócesis, se publicó una reseña con los datos de la vida y muerte de los doce sacerdotes “ignorados” y sus nombres fueron incluidos en los registros y libros parroquiales de fallecidos, junto a los de los dos religiosos ejecutados que sí fueron inscritos en su día. En la entrada de la Catedral, representantes de “Ahaztuak” (olvidados), colectivo en favor de la recuperación de la memoria histórica, se concentraron para mostrar su apoyo, negándose a entrar al templo al considerar que no era el lugar más idóneo, ya que en una pared seguía esculpida una gran águila imperial, símbolo del franquismo.

Sólo un obispo se resistió a guardar silencio durante tantos años. Se trata de Mateo Múgica, que falleció, tras años de destierro y marginación “por no bendecir como cruzada la masacre de Franco”.

En breve: El Obispo, Mateo Múgica.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante noticia. Sobre todo para el consumo interno de la propia iglesia y su feligresia. Piden perdon por su silencio... que pidan tambien perdon por el ruido, y disuelvase la secta de una vez por todas.
chiflos.

Santiago Miró dijo...

Amigo Chiflos: el ruido que deja la Iglesia a su alrededor es, para ella, la prueba de que existe, así como el silencio, la prueba de su pecado. Sea de esta manera o de otra, la Iglesia como Estado dentro del Estado, se las ha ingeniado para que todos, poderosos y gentes sencillas, sigan precisando de ella, justificando sus atropellos y perpetuando sus necesidades. Y así continuará, creo yo, hasta que la gente deje de depender de ella y el Estado la deje de subvencionar.