martes, 8 de mayo de 2012

Sonrisas y lágrimas francesas ante la elección de Hollande.




Una vez más, el resultado de unas elecciones muestra la cara más sonriente de los vencedores y la más dolorosa de los vencidos, aunque todos sean hijos de la misma madre. Francia se acostó con un presidente sarkozista y se levantó con otro hollandista. El primero, conservador, consiguió el 48,33 % de los votos; el otro, socialista, 51,67 %. Ambos republicanos movieron ficha: Sorkozy abandona la política con la que se enorgullece de haber conquistado uno de los primeros puestos de una Europa dominada por Merkozy; Hollande pretende renegociar con Berlín el rígido tratado de austeridad. Proclama que el cambio empieza ahora y que mantendrá el Estado de bienestar. Y mientras Sarkozy reconoce su fracaso en estas elecciones y desaparece de escena, Hollande parte con la voluntad de reconstruir una Europa de nueva dimensión.

En su primer discurso, Hollande prometió que sería “un presidente ejemplar” y repitió que “hay que poner fin a la Europa de la austeridad”. Hollande es consciente de la tarea que tiene por delante, y, a tenor de sus palabras, ya tiene en mente cuáles son sus prioridades: “Dar a la construcción europea una dimensión de crecimiento y empleo. La reducción del déficit, la preservación de nuestro modelo social para garantizar a todos el mismo acceso a los servicios públicos y la igualdad entre territorios”. Y lanza su primer mensaje a Ángela Merkel: “La austeridad no puede seguir siendo una fatalidad para Europa. Hay que poner fin a esta Europa y promover el crecimiento”. El socialista da por terminada una vieja política: “El país ha vivido demasiadas fracturas, demasiadas heridas. Mi primer deber será reunir a cada ciudadano con las acciones comunes para recoger el guante del reto que tenemos por delante”.

El ascenso al Palacio del Elíseo del primer socialista, 17 años después de la salida de François Miterrand, se celebró en la sede del PS, en la calle parisina de Solferino, mientras en la plaza de la Concordia, la soledad y el fracaso se palpaba y mascaba. Más allá de las fronteras galas, el Gobierno de Rajoy ve en Hollande un pequeño alivio al rigor del ajuste y la posibilidad de acelerar la salida de la recesión haciendo sus reformas más digeribles. Rubalcaba, el político de la oposición vuelca sus esperanzas en el cambio que rompe su aislamiento y demuestra al electorado que existe un modelo alternativo al PP. Y presenta el triunfo de Hollande como una victoria propia, mientras los suyos repiten que “la izquierda no está muerta”.

Hollande se ve muy cercado por la responsabilidad. No sonríe más de lo imprescindible, excepto cuando una banda, en el estrado, toca en su honor “La Vie en rose”, devolviéndole momentáneamente la sonrisa. Sabe, con certeza, que ha llegado el momento más difícil de su carrera. Ahora se trata de cumplir aquello que ha prometido como político socialista, condición que él reivindica. En la construcción europea se trata de poner en primer plano el crecimiento, luchando para controlar el déficit, pero también para reducir el paro; aumentando las inversiones en la educación y la escuela y subiendo impuestos para unos ricos que fueron mimados por su antecesor. ¿Acabará definitivamente con el Diktat alemán? “Mi victoria –repite en su vibrante discurso en la ciudad de Tulle, su circunscripción electoral– es una señal de que la austeridad en Europa no es una fatalidad y sí una nueva esperanza para el mundo”. Pero ¿conseguirá su objetivo?

No hay comentarios: