Pedro Casariego, el poeta raro.
En el epílogo de 'Poemas
encadenados', su padre lo definió como “un hijo raro” cuya ausencia “es
inabordable”. Pedro Casariego Córdoba, uno de los artistas españoles más
misteriosos y singulares de la segunda mitad del siglo XX, dueño de una
originalidad apabullante, nunca cedió a tentaciones ni imposturas. Consideraba
que la auténtica creación era un proceso interior que, perfeccionado, no
requería expresión. La escritura, siguiendo esa lógica, era una debilidad, el
síntoma del fraude que creyó ejecutar en cada verso: “Entono por tanto, al
mismo tiempo que el canto sonoro y compulsivo de las palabras manchadas, un mea
culpa sincero”.
Alberto Gómez lo explica
en Diariosur.es: “Le bastaron seis libros y una década, entre 1977 y 1987, para
tejer su obra poética, repleta de personajes atormentados o frívolos, profundos
o ridículos, azotados siempre por las obsesiones de su autor: la
incomunicación, la muerte, el tiempo, Dios… La inquietud era real; Casariego
vivió sumido en la angustia, roto por su incapacidad de entregarse al silencio,
‘el primer y último canto’. Las palabras aparecen en sus poemas como lastre y
salvavidas, en cualquier caso, un obstáculo para la pureza. ‘Sólo soy un
verdadero artista mientras vacío el lavaplatos’, escribió. Su padre, que
destacaba de él ‘virtudes poderosas’ como la honestidad y el estoicismo,
características que nos sirvieron de ejemplo y marcaron a fuego a la familia,
que se hizo mejor’, aunque ‘también nos produjo desasosiego’, lo explicaba así:
‘Su espacio no coincidió con el de los demás, lo que le hizo sufrir
extraordinariamente, y decidió cambiarlo por otro más sereno’”.
El poeta madrileño, que
solía firmar como Pe Cas Cor, rescata a Kierkegaard, cuyo nombre de pila cambia
por Phil, en 'El hidroavión de K.', donde advierte a sus lectores: “Si
continuáis leyendo / os enviaré por correo (…) una revista / de aventuras
violentas / para adultos”. Al apellido del filósofo danés, considerado padre
del existencialismo, con quien se sentía identificado por sus continuas crisis,
le atribuye un personaje atrapado en una vida soporífera pero convertido en un
dios cuando sueña. También 'La risa de Dios' escarba en el terror interior,
aunque sin renunciar a las píldoras de ternura que Casariego regala entre
poemas: “Oculté mis sentimientos / en un bolsillo de mi chaqueta”.
El poeta llega de un
silencio “más largo / que el camino de la serpiente”. Como en anteriores obras,
reduce la limitación del lenguaje mediante caligramas, con versos dispuestos en
diferentes formas, hasta crear poemas visuales que recortan la dificultad de
representar la realidad. 'Dra', publicado en 1986, es su último libro de
poemas. Luego arrincona su máquina de escribir para dedicarse a su obra
pictórica, compuesta por más de un centenar de lienzos. Pero no es cierto que
Pedro Casariego dejase de escribir. Meses más tarde lanza “La vida puede ser
una lata”, donde combina dibujos y textos que incluyen sus versos más
recordados: “Soy el hombre / delgado / que no flaqueará / jamás”. Tuvo tiempo
para componer 'Pernambuco, el elefante blanco', un cuento ilustrado que regaló
a su hija Julieta la mañana de Reyes de 1993. Dos días después se quitó la
vida, “mordido por un tren hambriento”, arrojándose a las vías de la estación
de Aravaca. Tenía 37 años.
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