Podemos is different.
Podemos is different,
tituló David Torres en Público la semana pasada en su artículo que así dice:
España, decía Max
Estrella en “Luces de bohemia”, es una deformación grotesca de la civilización
europea, una afirmación que Valle-Inclán tuvo que poner en labios de un poeta
borracho y que don Manuel Fraga suavizó con un eslogan en inglés para atraer al
turismo: Spain is different. En realidad, quien preparó toda la campaña
turística española fue Hemingway, que se hinchó a visitar tablaos, a correr en
los sanfermines y a aceptar brindis de toreros en Las Ventas mucho antes del
auge de Alfredo Landa y de que Fraga inaugurase los bañadores de cuello alto tirándose
a bomba en Palomares. A los extranjeros les fascina España desde siempre, no
sólo por el sol, el flamenco y los toros, sino porque aquí pueden hacer cosas
que en su país no les permiten hacer ni locos, como tirarse a una piscina desde
la terraza del quinto piso de un hotel o emborracharse en medio de una pandemia
mundial estilo horda vikinga.
La deformación grotesca
typical spanish aparece a simple vista, apenas se asoma uno a periódicos y
telediarios y asiste al escrutinio enloquecido al que se somete diariamente a
un partido como Unidas Podemos, una lupa de aumento mediática y jurídica, una
inquisición de paparruchas en la que no paran de publicar en primera plana
escándalos terribles que luego se diluyen a la primera de cambio. Habla mucho
del ahínco y la perseverancia de nuestros periodistas de investigación –de Inda
para abajo– la insistencia con que siguen buscándole trapos sucios a la
formación después de la cantidad de chascos que se han llevado en los
tribunales. Son periodistas de dibujos animados: evocan la persecución infinita
del Coyote detrás del Correcaminos, así le estalle un barreno marca ACME en
todo el morro, o la tenacidad nipona del Doctor Infierno y del Barón Ashler
enviando un robot gigante detrás de otro contra Mazinger Z y cosechando
únicamente montones de chatarra. Daría lástima verlo, si no diera otra cosa.
En el Callejón del Gato
de la política española, los auténticos corruptos se pasean a sus anchas con
carretadas de dinero negro y cuadrantes de contabilidad llenos de mierda y
nombres propios. Sin embargo, los sabuesos del periodismo andan demasiado
ocupados con el rastro de Podemos en Venezuela como para perder el tiempo con
las diversas condenas a Espinosa de los Monteros o para contratar a un
detective que averigüe de una vez por todas la misteriosa identidad de ese tal “M.
Rajoy” que aparece en los papeles de Bárcenas.
El penúltimo escándalo –para
rasgarse las vestiduras y tirarse de los pelos hasta hacerse una coleta– consiste
en una reforma que Iglesias y Montero hicieron en su chalet y en la que
incluyeron, colmo de los colmos, una barbacoa. Hasta que la lupa alcance la
letra pequeña, la cosa llegue a juicio y se aclare la diferencia entre
presupuestos y facturas, habrá portadas para rato, suficientes para tapar de momento
el enésimo tropezón de Ayuso, esta vez por ocultar datos esenciales en su
declaración de bienes. Cuando le preguntaron por qué no había declarado una
participación del 50% en Sismédica SL, Ayuso respondió: “Yo de las cosas de
Podemos no hablo, gracias”. Podían haberle respondido con otro fragmento de
Luces de Bohemia: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el
ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”. La dice un sepulturero.
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