“Exobispo por amor”.
La persona por la que
Xavier Novell, obispo de Solsona, dio un cambio de vida radical no fue Dios
sino Silvia Caballol Clemente, una mujer 14 años menor que él, divorciada y con
dos hijos. Nació en Suria, en 1983, y tiene 38 años, mientras que Novell ha
cumplido ya los 52. Estuvo casada con un hombre árabe, por quien se trasladó a
vivir a Marruecos. Años más tarde, se divorció y mudó a Manresa, donde vive
actualmente. Es licenciada con honores en Psicología Clínica en la Universidad
Autónoma de Barcelona, practicó cursos en sexología, técnicas antiestrés, yoga
y religión católica e islámica, se define como “una persona que anhela vivir la
vida al máximo, buscadora de emociones y sensaciones nuevas”, y aparece en
internet como autora de varias novelas de literatura erótica. Se ha divorciado
y mudó a Manresa, donde vive actualmente. Y apunta que realizó un posgrado en
Psicología de la Salud, así como cursos en sexología, técnicas antiestrés, yoga
y religión católica e islámica.
¿Y el cambio de vida del obispo?
¿Qué fue de él? David Torres, en su artículo en Público “exobispo por amor”, comenta
la extraña reconversión del prelado del que comenta: “He tenido la extraña
sensación de que la vida estaba escribiendo otra vez una novela. En el tráfago
diario de las cosas —el ir y venir de los camareros, el ajetreo de las
cajeras— hay montones de novelas haciéndose y deshaciéndose ante nuestros ojos,
aunque pocas cuentan con la cantidad y calidad de elementos que tiene la
narrativa de este buen hombre, el obispo más joven de España, quien a veces
está protagonizando una trilogía de Blasco Ibáñez y otras veces un romance de
Corín Tellado…Xavier Novell era un obispo como Dios manda, intolerante,
antiabortista, homófobo, y, sin embargo, tocado con el detalle inquietante de
que, más allá de la jerarquía eclesiástica, estaba a favor de la independencia
catalana. La simpatía por el procés delata al personaje complejo, con sus
aristas y sus fallos: tal vez el catalanismo haya sido la brecha donde se fue
colando todo lo demás, porque se empieza por pedir la independencia de un país
y se acaba pidiendo la independencia de la carne. Un señor que considera el
aborto un genocidio personal y la homosexualidad una enfermedad de la que el
paciente puede curarse, de repente ve que su vocación clerical se tambalea
desde el momento en que conoce a una señora que, para colmo, se dedica a la
psicología: la competencia directa del confesionario. La carne es débil y la
mente ni te cuento. Del alma mejor no hablamos.
“Para rizar el rizo —continúa
Torres—, la señora, además de psicóloga, es novelista, autora de novelas
eróticas, una de ellas de corte satánico y título francamente inverosímil: El
infierno de la lujuria de Gabriel. Aquí es donde el crítico o el lector
exigente tiraría el libro por la ventana, pero como la realidad no sabe nada de
absurdos, redundancias o cursilerías, la novela prosigue con la renuncia del
obispo y una frase no menos novelesca, en toda la extensión de la palabra: ‘Me
he enamorado y quiero hacer bien las cosas’. Qué cosas no querrá hacer bien el
exobispo después de tronar tantas veces contra el aborto desde el púlpito y de
recomendarles sesiones de terapia a los homosexuales. En la diócesis ya se
olían la tostada desde que el obispo empezó a mencionar la independencia de
Catalunya en misa.
“Finalmente, uno se da
cuenta de que la vida no estaba copiando a Corín Tellado ni al plasta de Blasco
Ibáñez sino nada menos que a Leopoldo Alas, Clarín, quien propuso el conflicto
entre un clérigo joven y viril y una joven insatisfecha casada con un anciano
bobo. La originalidad de La Regenta respecto al gran modelo de Madame Bovary y
a las demás obras maestras sobre el adulterio europeas —Ana Karenina, Effie Briest, El primo Basilio—
es que la protagonista no sólo cuenta con una fantasía masculina a su altura,
un hombre hecho y derecho, inteligente y atractivo, sino que además el hombre
hecho y derecho está aprisionado por el voto de castidad y la sotana de cura.
Fermín de Pas no pudo salir del sagrario, pero más de un siglo después el ex
obispo de Solsona está a punto de comprender que la religión es una enfermedad
de la que uno puede curarse con la terapia adecuada”.
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