La tragedia como espectáculo.
“Va, reconócelo –escribió
Toni Mejías en Público el sábado pasado–. Te decepcionó un montón cuando
escuchaste la noticia de que la erupción del volcán se había detenido.
Públicamente mostrarías alegría o al menos alivio, pero por dentro te daba
rabia no ver los siguientes pasos, no saber qué pasaría cuando la lava llegara
al mar, no seguir viendo ese espectáculo nocturno de fuego y destrucción (…). Ni qué decir de las televisiones. Vaya marrón.
Con todo su despliegue allí y sus reporteras llenas de ceniza hasta arriba, con
ese empeño en burlar el control policial para aproximarse más y más. Con esa
dedicación para buscar la lágrima del vecino que lo ha perdido todo.
“Que sí, vale. No te voy
a negar que, por mucha destrucción que traiga, es un espectáculo de la
naturaleza digno de ver. Incluso alguna ministra dice que puede ser clave para
el turismo de la zona. De hecho, las visitas a la isla se han disparado en las
últimas semanas al igual que los precios de sus alojamientos. Y se ha
convertido en la cháchara de los bares dejando al coronavirus en un tema
secundario. Por no hablar de Afganistán, que ya ni interesa…
“Tal vez, en cierto modo,
hasta los vecinos de La Palma quieren que siga en erupción, aunque minimice su
capacidad de destrucción. Porque saben que, una vez se apague el volcán, se
apagarán los focos, se apagará la atención mediática y popular y se apagarán
las promesas de ayudas. ¿Quién se acuerda de los afectados por la última Dana o
por Filomena? Tal vez quienes siguen viendo el daño provocado a diario, pero
pocos más. Tampoco prestamos atención ya a las decenas de muertos que sigue
provocando el virus ni a aquellos migrantes que mueren semanalmente en el
mediterráneo. Esos no merecen ya ni un breve escrito por un becario.
“Se habla mucho de los
límites del humor, de cuándo se puede hacer chistes sobre una tragedia, pero
nadie valora cuándo se puede hacer espectáculo de ella, cuándo se puede
monetizar y cuándo se puede empezar a olvidar. Si comedia es igual a tragedia
más tiempo, la tragedia es mejor si es visual e interesa menos cuando es
habitual o lejana. Y al final, el volcán está en una isla remota. Que sí, que
para decir que forma parte del territorio español muchos la reclaman, pero no
deja de ser un recortado en el mapa del tiempo. Si hemos sido capaces de
olvidar las muertes de residencias, imagínate una tragedia sin víctimas y,
geográficamente, en África.
“Así que, vecinos de La
Palma, protejan sus casas, sigan los consejos de los expertos, pero confíen en
que el volcán siga tirando humo y lava y, a ser posible, en la misma dirección
sin provocar más daño. Porque en cuanto pare ya nadie hablará de La Palma, las
televisiones recogerán sus bártulos y las promesas políticas sonarán en nuevos
espacios. La memoria es selectiva, pero nos han acostumbrado tanto al horror y
nos han educado tanto en el individualismo, que ya ni nos inmutan las
desgracias que no nos atañen ni dañan nuestro círculo más cercano. Pero, por
favor, que sigan ocurriendo. Que es mucho más entretenido para el espectador
que Netflix. Y más barato”.
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