martes, 5 de octubre de 2021

La tragedia como espectáculo.

 

“Va, reconócelo –escribió Toni Mejías en Público el sábado pasado–. Te decepcionó un montón cuando escuchaste la noticia de que la erupción del volcán se había detenido. Públicamente mostrarías alegría o al menos alivio, pero por dentro te daba rabia no ver los siguientes pasos, no saber qué pasaría cuando la lava llegara al mar, no seguir viendo ese espectáculo nocturno de fuego y destrucción (…).  Ni qué decir de las televisiones. Vaya marrón. Con todo su despliegue allí y sus reporteras llenas de ceniza hasta arriba, con ese empeño en burlar el control policial para aproximarse más y más. Con esa dedicación para buscar la lágrima del vecino que lo ha perdido todo.

“Que sí, vale. No te voy a negar que, por mucha destrucción que traiga, es un espectáculo de la naturaleza digno de ver. Incluso alguna ministra dice que puede ser clave para el turismo de la zona. De hecho, las visitas a la isla se han disparado en las últimas semanas al igual que los precios de sus alojamientos. Y se ha convertido en la cháchara de los bares dejando al coronavirus en un tema secundario. Por no hablar de Afganistán, que ya ni interesa…

“Tal vez, en cierto modo, hasta los vecinos de La Palma quieren que siga en erupción, aunque minimice su capacidad de destrucción. Porque saben que, una vez se apague el volcán, se apagarán los focos, se apagará la atención mediática y popular y se apagarán las promesas de ayudas. ¿Quién se acuerda de los afectados por la última Dana o por Filomena? Tal vez quienes siguen viendo el daño provocado a diario, pero pocos más. Tampoco prestamos atención ya a las decenas de muertos que sigue provocando el virus ni a aquellos migrantes que mueren semanalmente en el mediterráneo. Esos no merecen ya ni un breve escrito por un becario.

“Se habla mucho de los límites del humor, de cuándo se puede hacer chistes sobre una tragedia, pero nadie valora cuándo se puede hacer espectáculo de ella, cuándo se puede monetizar y cuándo se puede empezar a olvidar. Si comedia es igual a tragedia más tiempo, la tragedia es mejor si es visual e interesa menos cuando es habitual o lejana. Y al final, el volcán está en una isla remota. Que sí, que para decir que forma parte del territorio español muchos la reclaman, pero no deja de ser un recortado en el mapa del tiempo. Si hemos sido capaces de olvidar las muertes de residencias, imagínate una tragedia sin víctimas y, geográficamente, en África.

“Así que, vecinos de La Palma, protejan sus casas, sigan los consejos de los expertos, pero confíen en que el volcán siga tirando humo y lava y, a ser posible, en la misma dirección sin provocar más daño. Porque en cuanto pare ya nadie hablará de La Palma, las televisiones recogerán sus bártulos y las promesas políticas sonarán en nuevos espacios. La memoria es selectiva, pero nos han acostumbrado tanto al horror y nos han educado tanto en el individualismo, que ya ni nos inmutan las desgracias que no nos atañen ni dañan nuestro círculo más cercano. Pero, por favor, que sigan ocurriendo. Que es mucho más entretenido para el espectador que Netflix. Y más barato”.

No hay comentarios: