domingo, 3 de octubre de 2021

¿Qué hay detrás del boom de las series turcas?

Las telenovelas turcas han llegado hasta el último rincón del mundo y solo queda un lugar donde uno puede librarse de ellas: Turquía. Desde hace algunos años, se dispararon los viajes turísticos a este estado de la península de los Balcanes y, al parecer, a muchos telespectadores, a la hora de consumir ficción, no les importa esperar cincuenta capítulos para presenciar en la pequeña pantalla el primer beso. Son ósculos, por lo demás, de lo más castos. Y este romanticismo enfermizo, con galanes como los de una fotonovela italiana de los ochenta, no oculta un conservadurismo machista, aunque menor que el sufrido por la sociedad turca en general. Netflix lo comprobó al confirmar cómo un guion con un personaje homosexual era vetado por el Ministerio de Cultura turco. En España el fenómeno turco de las telenovelas lleva en pantalla tres años y medio gracias a Nova y Divinity. Pero, en otros países, la cosa es mucho más longeva. En Chile, por ejemplo, todo empezó cuando la productora Natalia Freire entró y campó a sus anchas y se hicieron estragos. “Las Mil y una noches” fue el primer gran culebrón turco que se exportó al extranjero, desbaratando la industria, puesto que un simple capítulo rendía mucho más en el extranjero que una entrega local. Y Turquía vendió sus culebrones dizi, en turco– a más de ochenta países. Su asignatura pendiente era el salto a la gran pantalla o a otros formatos televisivos. Chile fue el país con más dizis en su programación, aunque en México y Argentina los pagaban mejor. En Europa, al margen de las islas británicas, casi el único país que no las compró fue Alemania, aunque, de todos modos, la inmigración turca allí residente las siguió por satélite y en versión original con años de antelación. Hoy en día, los latinoamericanos todavía se frotan los ojos, por la forma como los turcos le han dado la vuelta a la tortilla, vendiéndoles sus telenovelas. Y nadie habría apostado por los dramones turcos que se hicieron un hueco en Bombay antes que en Hollywood. Pero ¿qué hay detrás del boom de las series turcas en la televisión española? 

Las series turcas que todo el mundo ve en España.

El fenómeno de las series turcas en España no es una cuestión de generaciones ni de franjas horarias. Directamente, desde Turquía y con romances imposibles e historias dramáticas –o una mezcla de ambas cosas–, estas series llegaron para quedarse. Al menos durante un tiempo. Y así lo demuestra la evolución del fenómeno en nuestro país que, según Juanma del Olmo Piera, en theobjective.com, estas series comenzaron en 2018, con el debut que lo empezaría todo: Fatmagül. Fue esta serie una apuesta “arriesgada” por parte de Atresmedia, recibida con los brazos abiertos por los espectadores de Nova, y sumándose a ella muchos más. Mediaset no tardó en seguir sus pasos y, tres años más tarde, las series del país euroasiático colaban en el horario estelarde las principales cadenas para ser, además, líderes en su franja. 'Mi hija', 'Pájaro soñador', 'Mujer' y 'Love is in the air' fueron series que triunfaron en la televisión española.  Del Olmo Piera reconoce que las comedias románticas muestran una Turquía aspiracional, convirtiéndose en una herramienta geopolítica. “Las series turcas están tomando por asalto la televisión española. En los últimos meses, los dos titanes que pugnan por la tarta, Atresmedia y Mediaset, han apostado por estas producciones. El menú no es demasiado rico en proteínas, pero sirven como fórmula tradicional de la telenovela con un buen chorreón de melodrama. Curiosamente (o no), esta conquista de las pantallas llega en un momento en el que el poder político turco está imprimiendo un giro autoritario. Tayipp Erdogan está recrudeciendo su política exterior: ha apoyado los ataques de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj, ha aumentado la tensión con Grecia y ha encarcelado a periodistas incómodos. ¿Tiene algo que ver una cosa con la otra, o estamos mezclando churras con merinas? ¿Blanquean las series turcas la imagen de Turquía? ¿De verdad merecen este tipo de producciones copar el prime time español?”. Los cuatro jinetes de la ficción turca son la gasolina del dramatismo barato con personajes temperamentales, en una la atmósfera más o menos contenida y con un resultado notoriamente artificial”. El doblaje, además, resulta bastante chocante. Aylin Dagsalguler, profesora de la Universidad de Estambul, explica que la duración de los capítulos de estas series puede ascender a los 140 minutos. “Sabemos que la duración es demasiado larga para la audiencia de fuera de Turquía. Considerando esto, los productores dividen cada episodio en tres partes y lo venden en el mercado”, detalla. Y Turquía hace un gran negocio con estas series. El país transcontinental engrosa su PIB, vendiendo a otros países coches, petróleo, joyas… y melodramas. “En los últimos 10 años, las series se han convertido en un producto de exportación muy importante para la economía nacional” señala Dagsalguler. La profesora precisa que los productores turcos se han vuelto muy populares en los mercados internaciones televisivos, y que en España estemos viendo estos dramas es todo un éxito para ellos.

Borja Terán, periodista y escritor experto en televisión.

Del Olmo Piera se basa en Borja Terán, periodista y escritor experto en televisión, según el cual hay dos conceptos que vertebran los relatos de estas series turcas: condescendencia y paternalismo. “Los finales son felices (a nadie le amarga un dulce, pero saborear cosas más amargas implica madurez) y los personajes resultan absolutamente arquetípicos, con una profundidad psicológica inferior al respeto de Turquía por las libertades del pueblo kurdo. Pero si han llegado hasta Antena 3 y Telecinco es, sobre todo, porque resultan increíblemente baratas. Además, son muy extensas, lo que soluciona la programación a la larga”. Para Borja Terán esto puede llegar a convertirse en un problema para la ficción española. Cuenta que,“en el prime time español, casi siempre la producción propia era la que ganaba en términos de audiencia”. Esto se debía a que “nos retrataba como somos”. Así, según él, las series turcas son “un paso atrás” para la franja estrella en términos de calidad. En España, el boom empezó con “Pájaro soñador”, que se emitió en Divinity de junio de 2018 a agosto de 2019. La trama gira en torno a una chica de orígenes humildes que empieza a trabajar en una agencia de publicidad y conoce a un fotógrafo muy reputado, interpretado por Can Yaman. Este actor es Jason Momoa con la sonrisa de Pablo Alborán. No por evidente vamos a obviarlo: la enorme popularidad de la que gozan estas series se apoya en el atractivo físico de los personajes. Borja Terán explica que, al principio, era habitual ver series turcas en canales temáticos como Divinity o Nova. De hecho, “Madre”, un dramón sobre malos tratos a una niña de 11 años, tuvo un éxito razonable en Nova. Ahora, Antena 3 compró la idea, pero lo hará a su manera, como Sinatra. Y prepara una adaptación española. Pero, como explica Terán, el verdadero esplendor turco en España llegó con “Mujer”, que Antena 3 emitió por primera vez el 7 de julio. Era verano, un momento condicionado por el hecho de hay menos público, y los competidores del canal tampoco se estaban saliendo. Antena 3 la lanzó en prime time. La idea era pasarla luego a un canal temático, pero la respuesta de la audiencia fue tan buena que la mantuvieron. Según Terán, el público de este tipo de series es, sobre todo, “un perfil envejecido que no ve streaming”. Sea como sea, el éxito es incontestable: la noche del 22 de diciembre superó los 2 millones de espectadores. Para Borja Terán, esto puede llegar a convertirse en un problema para la ficción española. “En el prime time español, casi siempre, la producción propia era la que ganaba en términos de audiencia”, cuenta. Esto se debía a que “nos retrataba como somos”. Y, según él, las series turcas son “un paso atrás” para la franja estrella en términos de calidad.

Respecto al terreno sentimental, las relaciones de estas series son, según Del Olmo Piera, heteronormativas y arquetípicas. Si Netflix ha hecho de la diversidad una de sus banderas, estas ficciones son muy conservadoras. La situación en el país no da para mucho más: el mes pasado, la Policía turca detuvo a cuatro estudiantes en una universidad de Estambul que habían mostrado una representación de la Kaaba, el lugar más sagrado para los musulmanes, con un arcoiris. El Ministro de Interior, Suleyman Soylu, les calificó de “desviados LGTB”. Erdogan se limitó a pedir a los jóvenes que rechazasen la homosexualidad. En el caso de “Love is in the air”, la atmósfera tiene cierto halo de modernidad, pero persisten los clichés. La trama se estructura en torno a una mujer y un hombre que acuerdan presentarse de cara al resto como una pareja, pero en realidad no lo son. Se acabarán enamorando. La relación entre los protagonistas de Los Bridgerton también nace así. Ahora bien, la producción de Netflix está cargada de escenas sexuales, mientras que en “Love is in the air” no hay ni una. Otro aspecto sorprendente es que la religión (el islam) no aparece en las series. “Turquía es un país secular”, señala Aylin Dagsalguler, “pero el conservadurismo político ha estado al alza en estos últimos 15 años”. La profesora también apunta que, en la tele, no vemos a mujeres con velo, lo que es “muy raro”. Además, la profesora argumenta que no debería ser así, “porque implica un problema de representación para la mitad de la población”. En esta serie, que emite Telecinco, Kerem Bürsi interpreta a un apuesto arquitecto frío y rico, Serkan Bolat. La actriz principal es Hande Erçel, que se pone en la piel de una joven humilde criada que acaba trabajando con Serkan. Erçel es una estrella, lo que apuntala el éxito de la serie. En Instagram suma más de 19 millones de seguidores. Ambos, claro, son muy atractivos. Borja Terán confirma que esta serie busca dar una imagen de “una Turquía aspiracional”. Opina que no cuenta nada que no se haya contado ya, que es “un serial de tarde de toda la vida”, incapaz de “llegar a un público transversal”. Evidentemente, la ficción muchas veces se ve superada por la realidad, pero otras simplemente intentan dulcificarla.

El boom de las series turcas en España

Carlos María Porras Castaños escribía el febrero de este año que no vimos venir el boom de las series turcas en España y que Antena 3 nos las coló todas las noches en horario de máxima audiencia, tras El Hormiguero. Fueron esas dos series que todo el mundo niega ver: “Mi hija” y “Mujer”. Antes, nos llegó Fatmagül. “Lejos quedan los seriales de mi época, todos ellos latinoamericano: Abigail, Cristal, Topacio. Los argumentos son los mismos al igual que el éxito. Los turcos no han inventado nada, han cambiado gustos y hábitos de consumo, pero, al final, un serial de los de toda la vida sigue enganchando venga del país que venga. En España, Telecinco ha visto el filón por el que Atresmedia lleva apostando hace ya unos años a través de su canal Nova. Así apostaron fuerte por “Love is in the air”, serial protagonizado por la estrella turca. La primera temporada, de 32 capítulos, nos presentó a una florista que se hace pasar por la prometida de un rico heredero en una trama que se irá complicando para la joven protagonista, como mandan los cánones de un serial de estas características. Hoy Telecinco se vanagloria y es que la historia de amor de Eda Yildiz y Serkan Bolat ha ido ganándose a la audiencia. No es baladí el titular. Solo hay que ver el siguiente dato: Turquía es el segundo mayor exportador mundial de ficción televisiva. Imaginarse cuál es el primero: Estados Unidos. Para que os hagáis una idea, el país otomano ha exportado 150 series a 146 países. El confinamiento hizo que la cantidad de consumo se disparase de hecho. Además, hay un factor clave y es que estas series son muy rentables si tenemos en cuenta que son compradas a un bajo coste y en los últimos tiempos lideran el horario de máxima audiencia, algo que hace un tiempo consideraríamos impensable. Desde 2001, Turquía ha vendido los derechos de emisión de 65 seriales de producción propia por más de 50 millones de dólares.​ En 2012, estas exportaciones de las telenovelas turcas rindieron unos beneficios a sus productores  de 130 millones de dólares. Y la oferta sigue subiendo, al igual que la fiebre por los seriales. 

Carolina Acosta Alzuru, profesora asociada en la Universidad de Georgia: “Es muy interesante la química entre los actores turcos”

Andrés Mourenza lo reconoce en “Turquía: la inesperada fábrica global de telenovelas”, reportaje publicado en El País el 7 de junio del año pasado: “Desde Sudáfrica a Japón, de Buenos Aires a Milán, los dramas amorosos turcos conquistan las pantallas. El país se ha convertido en uno de los mayores exportadores de ficción televisiva, lo que ha contribuido a su influencia en el mundo. En poco más de una década, Turquía se ha convertido en una potencia de las telenovelas y es ya el segundo mayor exportador mundial de ficción televisiva, por detrás de Estados Unidos. Unas 150 series turcas se han vendido a 146 países, y se calcula que 600 millones de personas de cuatro continentes han visto alguna de ellas. Es más, durante el confinamiento por la pandemia de la covid-19, la demanda de producto turco ha aumentado. Las series se han convertido en una herramienta más de la influencia de Turquía en el mundo y han mejorado la imagen de un país tradicionalmente vinculado a conflictos políticos y atentados. Los ingredientes de las telenovelas turcas son simples: historias de amor entre actores guapísimos que desbordan drama y emociones. Pero es también un sector en el que imperan unas duras condiciones laborales y en el que los guionistas deben tener cuidado para no exceder ciertas líneas rojas del Gobierno islamista. La fama que han alcanzado estas telenovelas es tal que, en algunas partes del mundo, los actores turcos no pueden caminar sin ser asaltados por los fansn. Ahmet San, promotor de eventos culturales, asegura que una exministra griega le llegó a telefonear para enterarse por adelantado del final de una telenovela turca. Es uno de los efectos de la globalización. La académica venezolana, Carolina Acosta, de la Universidad de Georgia, lleva veinte años estudiando las telenovelas y, desde hace tres, las turcas: “Estaban invadiendo Latinoamérica. Me dije ‘vamos a verlas’. ¡Y enganchan!”. Los ingredientes son simples: actores y actrices guapísimos, ambientes lujosos y emociones desbordantes. A esto añaden una calidad de producción superior a sus competidores: no se rueda en estudio sino en localizaciones reales (palacetes, el estrecho del Bósforo, calles de Estambul...); el acabado es propio del cine y se cuida especialmente la música. Acosta añade un aspecto más: “Las dizi turcas llevan el punto dramático a un nivel mucho más alto que las telenovelas latinoamericanas”. Y lo hacen con una marca de la casa: la lentitud. “Te van llevando al pico dramático despacito, con la música, las miradas, los gestos. Eso crea adicción”, dice Acosta. “Nosotros no podemos rodar buenas películas de acción, ni grandes thriller o películas fantásticas. Lo que se nos da bien son los sentimientos. Sabemos contar historias románticas y dramáticas. El amor en todas sus facetas”, cuenta Faruk Turgut, fundador de Gold Film, la productora de “Pájaro soñador”, uno de los grandes éxitos turcos en España. Hispanoamérica es, junto a Oriente Próximo y los Balcanes, donde más éxito han cosechado, lo que Acosta atribuye, por un lado, a un cierto exotismo de los exteriores en que se rueda y, por el otro, a la sensación de proximidad. “El actor turco es físicamente parecido al latino. Eso permite sentirlo más cercano. Y son historias de amor cuyo código compartimos”, dice la experta. 

Yesilcam (El Pino Verde), novela turca.

Andrés Mourenza nos pone en antecedentes. “Érase una vez una industria que rodaba a ritmo hollywoodiense: 300 películas al año, en su periodo de esplendor (1960-1980). Producía de todo: cintas eróticas, comedias, burdos remakes de Hollywood sin autorización (la turksploitation), cine social de gran calidad y, sobre todo, historias de amores imposibles. Se le llamaba Yesilçam (El Pino Verde), pues en esa calle cercana a la plaza Taksim de Estambul tenían su sede las productoras, los guionistas, los directores. Hoy, Yesilçam es sólo el letrero de una calle de avejentados edificios que caracolea por la parte trasera del barrio de Beyoglu, entre garitos de mala muerte y prostíbulos. La Junta Militar tomó el poder en Turquía el 12 de septiembre de 1980. La lideraban unos generales obsesionados por la moralidad y por prohibir: la política, los libros, los desnudos. La Junta impuso a la sociedad un compendio de ideas nacionalistas y religiosas y delimitó estrictamente lo que se podía y no se podía hacer. Yesilçam murió y los actores del anterior star-system se refugiaron en la televisión. En los noventa, la mayoría de ficción televisiva que los turcos consumían era todavía extranjera: estadounidense (Salvados por la campana, Sensación de vivir, Alf...) y latinoamericana (Marimar, Rosalinda...). Pero con el cambio de siglo, llegó el boom económico y se multiplicaron los canales, unos 25 nacionales y más de 200 locales. ‘Había que rodar mucho para alimentar tantos canales, y el sector se fue profesionalizando y produciendo cada vez mejor contenido’, relata Ahmet San. Los guionistas recurrieron a los clásicos de la literatura extranjera y turca y a antiguas películas de Yesilçam. ‘Los códigos de Yesilçam, las intrigas, la forma de mostrar los sentimientos... Todo eso ha influido mucho en las series actuales’, sostiene el productor Faruk Turgut. Nadie pensaba que este producto turco pudiera viajar al exterior. Ocurrió casi por casualidad. En 2006, un directivo de la cadena saudí MBC, zapeando en su hotel, le vio posibilidades a aquello. Compró la serie Gümüs que, rebautizada como Noor, alcanzó gran notoriedad en todo Oriente Próximo y el Magreb: su episodio final lo vieron 85 millones de personas. En ese momento, Izzet Pinto, empresario turco de origen sefardí y uno de los cerebros tras la internacionalización de las series turcas, se dedicaba a la compraventa de reality-show. Simplemente por probar, decidió enviar el DVD de otra telenovela turca, ‘Las mil y una noches’, a una televisión búlgara. ‘No tenía demasiada confianza, creía que las series turcas eran demasiado locales’, explica en la sede de su empresa, Global Agency: ‘El canal búlgaro la compró y pasó de tener un 15% de audiencia en esa franja a un 60%. Entonces me di cuenta de que tenía una joya en mis manos y comencé a llamar a otros clientes para proponerles series turcas’. Rápidamente se extendieron por el Este de Europa, luego por Asia... El precio se multiplicó: si en un inicio se vendían a 500 dólares la hora, o incluso menos, luego se llegaron a pedir más de 100.000 dólares por capítulo”.

El Pozo – Cukur (Subtitulada)

En Turquía, las telenovelas no son un género menor. Al contrario, son las reinas del “prime time” y, habitualmente, se imponen a los partidos de fútbol. Por ello, la competencia es feroz y no hay piedad con las que comienzan a dar signos de debilidad. Cada año, en Turquía se ruedan entre 70 y 80 series y, de ellas, la mitad son canceladas antes de llegar al final de temporada. “O triunfas o fracasas. No hay término medio”, lamenta el actor Faruk Acar. El fracaso significa que un equipo de un centenar de personas se queda sin empleo. Debido a las dificultades económicas, la inversión publicitaria ha caído, por lo que la exportación de series es ahora primordial. Para exportar una serie turca no sólo es necesario que resulte interesante al público internacional, sino que se mantenga lo suficiente en las pantallas de Turquía como para tener unos 20 capítulos y que al canal extranjero le compense adquirirla. Así que se da la paradoja de que las dizi, por mucho que se exporten, se hacen pensando en el público turco. “Cada mañana analizamos los datos de audiencia y, según vayan, retocamos el guión”, explica Yamaç Okur, productor de Çukur (El pozo). Producir cada episodio cuesta de media 250.000 euros. Así que, por miedo a las cancelaciones, no se ruedan por adelantado. Se trabaja en tiempo real: lo que se graba una semana se emitirá la siguiente. Esto imprime un ritmo de trabajo frenético porque hay que tener listos para emitir entre 130 y 150 minutos, el equivalente a rodar una película a la semana. ‘Es como estar internado en un campamento militar. Toda una temporada con el mismo equipo durante cinco o seis días a la semana trabajando entre 12 y 15 horas por jornada’, dice un representante de actores. ‘No tenemos el lujo de ponernos enfermos’, afirma Neslihan Yesilyurt, directora de Yasak Elma (Fruto prohibido), que también ha trabajado en otras grandes producciones como El sultán y Las mil y una noches: ‘Si alguien se encuentra mal, lo enviamos un rato a descansar y luego vuelta a rodar. Si está muy enfermo, puede quedarse en casa un día y no rodamos sus escenas. Pero no podemos fallar: cada semana hay que entregar la cinta”.

“Sila”, una historia de amor que plantea el debate social sobre el papel de la mujer en la sociedad turca.

“En las series turcas hay madres abnegadas, mujeres victimizadas, machos duros y heridos a los que una mujer intenta sanar... Se distingue fácilmente el bueno del malo. Los mensajes son muy directos”, cuenta la socióloga Feyza Akinerdem. “En los dramas estadounidenses, aunque haya un conflicto familiar de inicio, como en Mad Men, siempre se trata del individuo. El conflicto es más psicoanalítico. En el melodrama turco, en cambio, la familia es protagonista. Ningún personaje está solo, todos se definen por su relación con la familia”. Si bien muchas series turcas reproducen estereotipos patriarcales, también muestran a mujeres capaces de liberarse de la opresión (malos tratos, matrimonio forzoso, violación) y castigar a los culpables. “A lo largo de la serie, ellas se vuelven más fuertes. Incluso si no se representa una igualdad entre sexos como la occidental, sí vemos empoderamiento”, concluye Akinerdem. El 70% de la audiencia de las series turcas es femenina. También buena parte de las guionistas y directoras. “Opto por hacer historias de mujeres porque ser mujer en Turquía no es fácil. Y quiero dejar constancia. Muestro a mujeres fuertes que se sobreponen a las dificultades para dar esperanza”, explica Gül Oguz, directora del éxito internacional Sila, que llevó a las pantallas los matrimonios forzados. Según los estudios, un tercio de las turcas reconoce haber sido casada en matrimonios concertados por sus familias, en algunos casos a muy temprana edad. “Sila provocó mucho debate. Sobre la tradición, la violencia machista... Las series ponen temas en la agenda e influyen en la sociedad”. “La sociedad nos inculca roles de buena madre, buena hija, de mujeres como ángeles... Por eso mi personaje en ‘Fruto prohibido’ conmocionó a la audiencia”, asegura la actriz Sevval Sam, que da vida a una reina de la jet-set sin demasiados escrúpulos: “Al avanzar la historia, el carácter de Ender se convirtió en inspiración para muchas mujeres. Sí, soy una intrigante, pero también una mujer que me levanto cuando caigo y sigo luchando”. En el exterior, las telenovelas turcas se leen según diferentes códigos. Para los occidentales suponen un retorno a valores algo más conservadores y en cierto modo “olvidados” por la actual ficción televisiva: la caballerosidad, la entrega, el amor romántico y desesperado, la solidaridad familiar... Para el sudeste asiático, ofrecen un dilema similar a su conflicto de identidad entre los valores tradicionales locales y la modernidad de corte occidental. Y en algunos países musulmanes, las dizi ofrecen ejemplos liberadores.

“Los besos no pueden durar más de tres segundos”, se queja el actor Furkan Andiç, de la serie “En todas partes tú”.

En las series turcas no hay apenas escenas de cama, tampoco desnudos. Ni cigarrillos. Ni alcohol. Y las heridas y la sangre son difuminadas cuando se emiten en Turquía. “En el pasado éramos más libres, pero en los últimos años se han impuesto más restricciones. Ahora, por ejemplo, los besos no pueden durar más de tres segundos”, se queja el actor Furkan Andiç, de la serie ‘En todas partes tú’. “No debería haber este tipo de censura, es una pena para los espectadores”. No amoldarse a las normas puede suponer multas millonarias del Consejo Superior de la Radiotelevisón (RTÜK), hábilmente utilizado por el gobierno islamista para meter en cintura a los canales díscolos. El presidente, Recep Tayyip Erdogan, no ha dudado en entrar al trapo sobre el contenido de algunas series: por ejemplo, El Sultán, que criticó por mostrar a Solimán el Magnífico demasiado preocupado por las intrigas del harén y no luchando a caballo en territorio del infiel, que es lo que a él le habría gustado ver. A medida que se ha afianzado el poder de Erdogan, las series turcas se han vuelto más pacatas. “Necesitamos libertad para desarrollar plenamente nuestras historias”, se queja una directora de producción: “Mientras siga al frente este hombre, no nos dejará en paz”. Paradójicamente, ese tradicionalismo facilita la exportación, especialmente para públicos cansados de la hipersexualización de la televisión actual. “En Latinoamérica se estaba yendo al extremo. Además de haber mucha violencia, las escenas románticas eran muy explícitas. En cambio, las series turcas sólo insinúan, recuperan el tipo de novelas de hace treinta años”, opina Iván Sánchez, de Global Agency. Su compañero, Izzet Pinto, remata: “Los dramas turcos son bastante conservadores y familiares. Así que los canales de cualquier país pueden emitirlos en ‘prime time’ sin necesidad de editarlos”. Desde Ankara se ensalza el éxito internacional de las telenovelas turcas, pero en el sector cuesta encontrar a alguien que hable bien del Gobierno. La mayoría considera que el éxito se ha producido a pesar, y no gracias al Ejecutivo islamista. “No obstante, saben que tienen que bailar juntos, aunque no se quieran”, ejemplifica Carolina Acosta: “Porque, al final, el Gobierno controla y ellos tienen que hacer las cosas dentro de unas normas no escritas. Empezando porque no haya el más mínimo contenido político en las series”.

Turquia: inesperada fábrica global de telenovelas.

Cuando Gümüs hizo furor en Oriente Próximo, los dueños del palacete Mehmet Abu Efendi, donde se rodó, decidieron hacer caja y abrirlo a los turistas. Hubo incluso quienes fueron a visitarlo desde el aeropuerto con la maleta a cuestas. Desde entonces, el turismo árabe se ha multiplicado por cinco. “Allá donde se venden series turcas se incrementa el interés por la cultura, la lengua y el modo de vida turcos. En Latinoamérica crecen los grupos de fan en los que se habla de nuestro país y se da a conocer Turquía”, asegura el ministro turco de Cultura y Turismo, Mehmet Nuri Ersoy, por correo electrónico: “Esto supone un gran valor añadido para nuestra economía”. Desde que las series turcas entraron en América Latina, los viajes a Turquía han aumentado un 35%, principalmente de brasileños, argentinos, colombianos y mexicanos. Las series se han convertido así en una pata más de una diplomacia que conjuga la apertura de nuevas embajadas en regiones antes olvidadas por Turquía, como Latinoamérica y África, el establecimiento de conexiones aéreas vía Turkish Airlines y la ayuda al desarrollo. “Las series son un instrumento muy importante de nuestro soft-power, (…) porque su popularidad contribuye a que se conozca más nuestro país”, afirma el ministro. Incluso sirven para romper el hielo en conversaciones con representantes políticos de otros países que visitan Turquía. Según un estudio del think-tank TESEV en 2011, las telenovelas turcas contribuyeron a mejorar la percepción de Turquía y a convertirla en referente de Oriente Próximo, ayudada por el hecho de que la industria televisiva de sus competidores, Siria y Egipto, ha sufrido por la guerra y el conflicto político. Igual ha ocurrido en los Balcanes, que fueron parte del Imperio otomano y tradicionalmente habían mirado con suspicacia a Turquía, pero donde el interés por lo turco se ha incrementado gracias a las series. Pero este orden de cosas no gusta a todos. La conservadora Iglesia Ortodoxa de Grecia ha criticado que haya tantas telenovelas turcas en los canales griegos. “Estamos diciendo que nos rendimos”, afirmó en 2012 el obispo Anthimos de Salónica respecto al éxito de “El sultán”, vista por uno de cada diez griegos. Y, en los países árabes, algunos pensadores nacionalistas e islamistas han criticado la penetración de las series turcas como una forma de “imperialismo cultural” no muy diferente del estadounidense. En 2018, la cadena saudí-emiratí MBC, que emite para todo Oriente Próximo, decidió eliminar de su catálogo las series turcas, en medio de la pugna por la influencia regional entre Ankara y Riad. Y las autoridades religiosas de Egipto emitieron una fatua contra las series turcas: son parte de un plan “colonizador” de Erdogan para extender su “esfera de influencia”, denunciaron. “Turquía es un país musulmán y laico con una vida social relativamente moderna.Lo muestran las series y pone a los regímenes árabes en una situación incómoda, pues creen que es un mal ejemplo para su pueblo”, considera el analista político Murat Yetkin. No obstante, el promotor, Ahmet San, está inmerso en la construcción de los estudios Midwood, y pretende que sean los más grandes de Europa para, además de telenovelas locales, atraer grandes rodajes internacionales. Su objetivo es convertir Turquía en una nueva potencia del cine y las series que transformen su imagen. Poco a poco lo van consiguiendo: “Al menos, ahora, cuando se habla de Turquía no se habla de atentados terroristas, sino de sus series y actores”. 

Otras imágenes, fotomontajes y fotos sorprendentes:

Sarkozy, condenado por financiación ilegal un día después de que Casado alabara su gestión política.

Un tribunal francés declaraba el jueves al expresidente galo, Nicolas Sarkozy, culpable de financiación ilegal de su campaña electoral a la Presidencia en 2012, cerca de seis meses después de ser sentenciado a tres años de prisión por los delitos de corrupción y tráfico de influencias. La condena llegó justo un día después de que el presidente nacional del PP, Pablo Casado, participara en un acto en la Convención Nacional de su partido. El líder popular alabó su gestión política y lo puso de ejemplo.





La visita de la presidenta de la Comunidad de Madrid a Estados Unidos pasó completamente desapercibida para los medios estadounidenses.


 Sabíamos que las moscas van a la mierda y a los muertos, pero esto de la lava es nuevo... (Juanjo Cuerda e Igor).

Cuando de camionero pasas a piloto de avión.

Partes de un galeón.

Del mono de ayer al hombre de hoy.  

A la luz de la Luna.

Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido por su apodo, “Quino”, falleció el 30 de septiembre de 2020. En 1973 había dejado de dibujar su creación más emblemática. Sin embargo, sigue viva en la memoria de millones de fanáticos de todo el mundo.

El humor en la prensa de esta semana: Quino, El Roto, Peridis, Enrique, Eneko, Vergara, Manel F., Ferrranmartín, F. Villalobos, Miki y Dante, Indígoras y Pachi…













El el cielo del PP



Oratoria. 

Seguir los buenos ejemplos.

La vida.

La noticia buena.

Nada. 


F. Villalobos.

Pep Roig, desde Mallorca, nos muestra sus últimas viñetas:  Está que arde, A toda máquina, Nacidos para pagar, Ganadores al acecho, Derechos recortables, Acceso a la ignoranccia…







Los vídeos de esta semana:

Dramax TV: La nueva plataforma de novelas turcas

Las telenovelas turcas conquistan el mundo - le mag

Infiel (Sadakatsiz), nueva serie turca en España. No spoiler

Beren Gokyildiz Novelas, padres y vida personal

Alerta en La Palma debido a que el viento puede extender la nube de azufre por la isla

Éruption d'un volcan aux Canaries une montagne de magma se forme dans l'océan

First Dates dels pressupostos – Polònia

Debat de política general alternatiu – Polònia

 LATE MOTIV - Fito & Fitipaldis. Cada vez Cadáver


Fito & Fitipaldis - Cada vez cadáver (Videoclip Oficial)



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