miércoles, 13 de octubre de 2021

“Viva el Rey, jódete Rastas”.

 

Isa Serra y Alberto Rodríguez, en el encuentro con jóvenes El futuro es nuestro en 2019.

Pablo Iglesias publicaba el pasado jueves el siguiente artículo en ctxt:

“Juan Carlos I, turista en Abu Dabi, cazador de puntería legendaria se tratase de osos, de elefantes o de lo que hiciera falta, presunto comisionista en la venta de armas y presunto comisionista en general, presunto defraudador a la Hacienda pública española, presunto evasor de capitales, presunto, presunto… Alberto Rodríguez, cinturón negro de krav magá y pateador en diferido de policías antidisturbios, condenado. Prácticamente, al tiempo que sabemos que la Fiscalía archivará la causa contra el emérito, nos enteramos de que el Supremo condena a 45 días de cárcel a Alberto Rodríguez y le inhabilita para presentarse a las elecciones. El Congreso además podría retirarle el acta de diputado. La sala segunda del Tribunal Supremo, esa que el Partido Popular se jactaba de controlar por detrás en un memorable mensaje de WhatsApp a sus senadores, considera probado que Alberto Rodríguez, de más de dos metros de altura, propinó una patada a un antidisturbios y se marchó tranquilamente a su casa. La mayoría de los magistrados entienden que “la apariencia física” de Alberto “hace fácil su reconocimiento” pero no debía hacer fácil su detención en el momento de la supuesta agresión. Se conoce que no había suficientes antidisturbios para detenerle. Ya se sabe: le das la patada al policía, te marchas a casa tranquilamente y ya irán a por ti en unos años, cuando te elijan diputado por Podemos. Dos magistrados han emitido un voto particular cuestionando la “extrema parquedad del relato” del agente. ¿Alguien puede creer que es viable dar una patada a un policía que afirma conocerte y marcharte tranquilamente? Nadie se lo cree, pero hace tiempo que la justicia, cuando se trata de asuntos políticos, ha perdido toda apariencia de justicia.

“Nadie en España, empezando por los más acérrimos monárquicos, se cree que Juan Carlos I no sea un delincuente. Y nadie se cree que Alberto Rodríguez diera una patada a un policía o que Isa Serra hiciera lo propio y se fuera, también tranquilamente, a su casa. Es inverosímil pero la diferencia entre la verdad y la mentira es ya poco menos que un recurso moral de los ingenuos. Hay quien dice que, si la vicepresidenta Yolanda Díaz o el diputado Rafa Mayoral no están condenados por agredir a policías en la concentración de los trabajadores de Alcoa frente al Congreso, fue por la presencia masiva de reporteros gráficos. Pero ni eso es ya garantía de nada. Prepárense para que nuevas sentencias digan exactamente lo contrario a lo que sus ojos ven y sus oídos escuchan. Estamos instalados en la más absoluta indecencia.(…)

“La lista de indecencias patrias es interminable pero, en los últimos tiempos, se ha instalado un elemento nuevo: ya no es necesario ni siquiera disimular. Cualquier atisbo de consenso ético en la sociedad, aunque se asentara sobre la más discreta hipocresía, desapareció. Hay una parte de la izquierda que piensa que la denuncia de la indecencia aún hace mella al adversario. La última prueba de que no es así es la reciente convención del PP; solo un ingenuo puede pensar que sacar a bailar a defraudadores y corruptos afecta a sus expectativas electorales. Vivimos otra época en la que las fake news son mucho más eficaces que cualquier información contrastada, precisamente porque son munición ideológica contra el adversario.

“Por eso ya no hace falta convencer a nadie de lo majo y campechano que era el Rey y de que Alberto Rodríguez es un terrorista. Nadie se cree ni una cosa ni la otra. Se acabaron los consensos, las reglas del juego pactadas y el Estado de Derecho como límite a las arbitrariedades y los abusos. El mensaje es cristalino: lo importante no es que haya libertad para votar sino votar bien o, en román paladino: viva el Rey, jódete Rastas”.

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