El cementerio civil madrileño.
En los cementerios civiles
reposan los restos de personas que conectaron con la paz, que sembraron la
libertad, el humanismo y la fraternidad, descansando en un espacio
aconfesional. Los franceses aunaron su orgullo nacional en el Panteón de París,
donde se puede hacer un recorrido por su historia con personajes civiles como
Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, Victor Hugo, Sadi Carnot, Émile Zola, Jean
Jaurès, Jean Moulin, Jean Monnet, Pierre y Marie Curie, André Malraux,
Alexandre Dumas… En el mundo militar, Los Inválidos, con Napoleón a la cabeza
es el más conocido de entre los generales, sin olvidar a su último inquilino,
Jean Paul Belmondo, comandante de la Legión de Honor.
España ha sido incapaz de
ponerse de acuerdo para reunir en un espacio común los restos de aquellas
personas ilustres que aparecen en los libros de historia. El “Panteón de
hombres ilustres”, ubicado en Madrid junto a la Basílica de Nuestra Señora de
Atocha fue un fracasado intento. La intención era que los restos se depositaran
en ese espacio cincuenta años después del fallecimiento. La Real Academia de la
Historia fue la encargada de proponer una primera lista, allá por 1869 pero no hubo
forma de encontrar restos como los de Cervantes, Lope de Vega, Luis Vives,
Antonio Pérez, Juan de Herrera, Velázquez, Jorge Juan, Claudio Coello, Tirso de
Molina, Juan de Mariana… En la actualidad sólo andan por ahí Manuel Gutiérrez
de la Concha (Marqués del Duero), Antonio de los Ríos Rosas, Francisco Martínez
de la Rosa, Diego Muñoz-Torrero, Juan Álvarez Mendizábal, José María Calatrava,
Salustiano Olózaga, Agustín de Argüelles, Antonio Cánovas del Castillo,
Práxedes Mateo Sagasta, José Canalejas y Eduardo Dato.
En definitiva, los restos
de las personas ilustres españolas, entre las que la historiografía ha obviado
a las mujeres, pueden estar desaparecidos; perdidos en conventos, iglesias, en
el exilio u olvidados quien sabe dónde… En Madrid, existe el semiclandestino y
mal cuidado cementerio civil, un anexo del Cementerio del Este (luego llamado
de la Almudena), construido para albergar en su último descanso a comunistas,
socialistas, masones, protestantes, judíos, agnósticos, librepensadores,
suicidas… En definitiva, una necrópolis en la que, paradójicamente, vive la
tolerancia. Es el lugar de los repudiados por la jerarquía de la Iglesia
católica, que selecciona a los suyos, haciéndolos santos y beatos, y desprecia
a los que no la siguen., condenándolos al infierno.
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