martes, 23 de junio de 2009

Boris Vian murió por tocar la trompeta.



Tal día como hoy, hace medio siglo, Boris Vian, escritor, poeta, inventor, ingeniero, cantante y músico francés, sufría un ataque al corazón mientras veía, en un pase privado, una película basada en una novela suya. Era en la sala “Le Petit Marbeuf”, cerca de los Campos Elíseos, siendo esta vez el aviso definitivo y muriendo poco después. Tenía sólo 39 años y se cumplía lo que un médico le había pronosticado diez años antes, terminada la Segunda Guerra Mundial: “Si no deja de tocar la trompeta, morirá en diez años”.

Su afición por la música procedía de su madre, Yvonne Ramenez, gran aficionada a este arte –tocaba el piano y el arpa– y amante de la ópera. Su padre, Paul Vian, rentista, hacía de todo. Era poeta aficionado, traductor de inglés y alemán, aparte de interesarse por la mecánica y la electrónica. El crack económico de 1929 le había obligado a trabajar por primera vez en su vida, como representante comercial. De él heredó su fuerte tendencia anti-militarista y atea.

A los doce años, Boris padecía un ataque de fiebre reumática y, poco después, fiebre tifoidea, que le provocaron una dolencia cardiaca. Pese a ella, muy pronto se aficionó al Jazz y a las fiestas. A los 20 años, participó en una orquesta amateur junto a sus hermanos, interpretando obras de autores estadounidenses. Fue “sátrapa” del Colegio de Parafísica, dejando una curiosa e interesante obra escrita sobre teatro, canciones, cuentos y novelas. A los 22, obtuvo el título de ingeniero, y, un año después, escribiría sus primeras novelas. Mezcló las fiestas delirantes, el sexo, el alcohol y la crítica a la burocracia, con un estilo personal en el que lo absurdo y lo grotesco siempre estuvieron presentes, provocándole todos ellos la súbita muerta más que su habitual toque trompetístico.

A los 26 años, publica sus primera novela, “Escupiré sobre vuestra tumba” con el seudónimo de Vernon Sullivan, y su nombre real figura como traductor de la obra. Ésta, “La espuma de los días” y “El otoño en Pekín” son censuradas por su contenido de violencia y sexo, aumentando de esta manera su notoriedad y ventas. Tras años de juicios contra el supuesto autor y su editor, Vian termina reconociendo su autoría. La crítica se siente ofendida, y, a partir de ese momento, recibe ataques constantes, no sólo contra sus novelas, sino también contra su obra “seria”.

En 1950 publica “La hierba roja”, considerada una de sus obras más autobiográficas. Luego, sobrevienen varios fracasos literarios, sobre todo con la publicación de “El Arrancacorazones”. Vian decide dejar de lado la narrativa y se dedica a otras artes: compone una ópera (“El caballero de las nieves”), y más de 200 canciones, alguna tan célebre como “El desertor”, convertida en himno antimilitarista mucho antes del Mayo del 68. Con su incitación a no cumplir con el servicio militar, vuelve a provocar el rechazo de la crítica y del público, en tiempos en que Francia tiene problemas con su ocupación argelina. En 1955 realiza un catálogo de jazz y, tiempo después, pasa a ser el director artístico de la compañía. Actúa en varias películas, una de las cuales gana la Palma de Oro en el Cannes, pero recae en los problemas de salud, esta vez con un edema pulmonar. Su salud se deteriora cada vez más, lo que no le impide dejar de escribir canciones y participar en películas.

Tal día como hoy, hace 50 años, sentado en una butaca de “Le Petit Marboef”, sintió Boris Vian cómo la muerte se abalanzaba sobre él. Sus amigos pidieron que se paralizara la proyección de la película que había ido a ver, pero nadie pudo evitar que la banda sonora siguiera sonando. “¡Parad la música! ¡Que pare la música!”, gritó una amiga suya. Bajo aquellas ondas, la muerte se apoderó de aquel trompetista pertinaz e impío.
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4 comentarios:

horra!horra! dijo...

viva Boris Vian!!

Antonio Tello dijo...

Querido Santiago, Boris Vian, heredero de la patafísica fundada por Alfred Jarry y que tuvo como consecuencias el teatro del absurdo y el teatro de la crueldad, fue uno de los grandes revulsivos de la literatura europea de la segunda posguerra del siglo XX. Si no recuerdo mal, la película que estaba viendo cuando murió era la adaptación de Escupiré sobre vuestra tumba, de la que había pedido que quitaran su nombre de los créditos, pues le había parecido muy mala.
Un abrazo

Santiago Miró dijo...

Antonio Tello: Efectivamente, ese era el título de la película que no llegó a ver hasta el final a causa de su muerte, horas después.

Anónimo dijo...

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