Una treintena de herederos del franquismo mantienen los títulos nobiliarios otorgados por el dictador.
Francisco Franco saluda al ministro de Marina, Adolfo Baturone. Detrás, el ministro del Ejército, Juan Castañón de Mena.
Con la promulgación en 1947 de la
Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, España vino a constituirse en Reino
sin rey y, en consecuencia, el Jefe del Estado español, Francisco Franco, se
arrogó el derecho de reconocer y conceder títulos nobiliarios. En la España
democrática de hoy, sigue habiendo títulos nobiliarios dedicados a homenajear a
quienes protagonizaron los peores crímenes de la guerra y la posterior
dictadura. Son distinciones que fueron
otorgadas en su día, con carácter perpetuo y hereditario, gracias a una ley
promulgada por el propio Franco en 1948, en la que anunciaba su intención de
agradecer así las “acciones heroicas” desarrolladas durante “nuestra cruzada”. Un
sobrino del fundador del partido fascista español ostenta el tratamiento de
Duque de Primo de Rivera, un nieto del Carnicero de Sevilla posee el Marquesado
de Queipo de Llano y un hijo del general que perpetró, entre otras, la masacre
de Badajoz, mantiene el título de Marqués de San Leonardo de Yagüe. De los
cuarenta Ducados, Condados y Marquesados otorgados graciosamente por Franco
–algunos han decaído aunque podrían ser rehabilitados en cualquier momento–,
unos treinta recayeron en algunos de sus compañeros de rebelión. La nobleza
franquista tiene apellidos tan innobles como los de los generales golpistas
Saliquet, Varela, Dávila o Vigón.
“Muchos de estos títulos –escribe
Carlos Hernández en Eldiario.es– quedaron vacantes por la muerte de sus
titulares durante el actual periodo democrático. Sin embargo, desde el primer
ejecutivo de Adolfo Suárez al último de Mariano Rajoy, pasando por los de
Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y José María Aznar, todos los
gobiernos autorizaron a los descendientes de los golpistas a heredar el ducado,
marquesado o condado otorgado en su día por el 'Generalísimo'. Dos de los
ministros de Justicia de Felipe González, Tomás de la Quadra-Salcedo y Enrique
Múgica, no dudaron en estampar su firma para garantizar a los Primo de Rivera
su ‘derecho’ a ostentar el Condado del Castillo de la Mota y para que un nieto
del General Vigón pudiera mantener el Marquesado concedido a su abuelo en 1955
por su contribución ‘al triunfo de las Armas Nacionales (…) durante la Cruzada’.
Más recientemente, el también socialista Mariano Fernández Bermejo bendijo la
sucesión en dos marquesados, los de Mola y Somosierra, creados por el dictador
en memoria del general Mola y de su mano derecha en la sublevación militar, el
también general Francisco García Escámez.
Cuando el PP ganó las elecciones
en 2011 y Alberto Ruiz Gallardón fue nombrado ministro de Justicia, las
solicitudes volvieron a ponerse sobre la mesa para ser tramitadas con la mayor
rapidez y diligencia. Hasta seis sucesiones de títulos nobiliarios franquistas
fueron expedidos por Gallardón. Entre ellos, algunos tan simbólicos como los
marquesados de Queipo de Llano, Varela o Dávila, siempre en contra de Izquierda Unida y la Asociación para la
Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) que llevan años alzando la voz
contra la pervivencia de estas altas distinciones, contrarias al más mínimo
espíritu democrático. Emilio Silva, presidente de la ARMH, cree que “el hecho
de que todos los gobiernos de la democracia hayan aceptado renovar estos
títulos concedidos a golpistas, criminales de guerra y violadores de los
derechos humanos, es un síntoma de cómo la transición a la democracia fue una
puerta giratoria por la que la élite franquista siguió siendo élite de la
democracia”.
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