miércoles, 2 de febrero de 2022

El “Ulises” de J. Joyce, un siglo después.

 

James Joyce, escritor irlandés mundialmente reconocido como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX.

Hoy se cumplen los cien años de la publicación del “Ulises”, de Jame Joyce  –un escritor irlandés (1882-1942), mundialmente reconocido como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX–, y los críticos y académicos siguen dándole vueltas a sus rompecabezas, adivinanzas, alegorías y acertijos ocultos, dispuestos a saltar sobre ella apenas pise un cepo de palabras. El autor comprime el largo tiempo de Homero de hace veintiocho siglos en una sola jornada del Dublín de 1904s. Para ello, se sirve de parodias y sátiras, intertextualidad, palabros, latinajos y un sinfín de figuras retóricas para construir una historia. “Un libro –escribe David Torres– ante el que infinidad de lectores, se han rendido; considerado una cima inaccesible del idioma inglés y un faro para el arte de la novela. Esté donde esté, sea en el cielo o en el infierno, entre dioses griegos o santos bienaventurados, en el más allá o en la nada, el viejo hechicero irlandés, borrachín y medio ciego, debe de estar frotándose las manos”.

El creado del “monólogo interior” o “corriente de conciencia” se pierde a lo largo de 717 páginas, con citas, referencias clásicas, intertextualidad, parodias y sátiras, crítica literaria, el callejero de Dublín (edición siglo XIX), palabros, latinajos, jerga, exclamaciones, palabras soeces y un sinfín de figuras retóricas para construir su historia. Y, “mientras algunos piensan que se trata nada más que de un monumental canto a la pedantería, otros aseguran que es el texto más influyente de la literatura occidental desde la publicación del Quijote… El propósito declarado de Joyce era no dejar títere con cabeza. En este sentido, no sería vano hermanar su esfuerzo con el de Virgilio –quien aunó en un solo volumen la Odisea y la Ilíada (por ese orden) sólo para darle a Roma un fantasioso origen troyano– no tanto por el modelo homérico como por la magnitud del intento. Otro tanto puede decirse del Ulises, un libro en el que Joyce apuntaba nada menos que a Homero. Con ser la principal, como advierte el título y el andamiaje de los capítulos, la sombra de la Odisea sólo es uno de los muchos pilares de un edificio cuyos lances y personajes remiten también a La Divina Comedia, a Hamlet o a La Venus de las pieles, entre docenas de títulos famosos. Por supuesto, también la Biblia y los Evangelios andan por ahí a todas horas, porque en la erudición laberíntica de Joyce pesa mucho su educación jesuítica y su fascinación por los ritos cristianos…A la Iglesia católica pueden y deben reprochársele multitud de crímenes imperdonables, inquisiciones, persecuciones, latrocinios, pero también, para ser justos, el mecenazgo de un caudal artístico incomparable: músicas, pinturas, esculturas y catedrales. Una de esas catedrales se llama James Joyce y está hecha de palabras”.

Joyce pretendió meter en su novela todo lo que hasta entonces se había quedado fuera del marco tradicional de la novela: el tedio de las horas perdidas, la somnolencia, las funciones fisiológicas, la comida, la digestión, la mierda, la escatología, la trivialidad, la palabrería, el hipo, la risa, la tos, el enjambre de pensamientos absurdos y repetitivos. “Quería relatar no sólo los hechos pequeños y esperpénticos de unos cuantos personajes a lo largo de una sola y aburrida jornada, sino todo lo que se les pasaba por la cabeza, por el oído, la nariz, la boca y los ojos, todo lo que les bullía en las tripas, todo lo que ocurría alrededor con todos los armónicos visibles e invisibles, audibles e inaudibles. Dicho en una sola palabra, solemne y banal, repetida tres veces como una invocación o un acorde: la vida, la vida, la vida”.

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