“Nadal y los fracasados”.
El pasado domingo, Rafael
Nadal hizo historia, no sólo por ser el tenista con más títulos de Grand Slam
de la historia, sino por su constancia y por su espíritu inagotable de
superación. “Una vez más–escribe David Bollero en Público sobre esta hazaña–,
se presta un logro deportivo y, más concretamente, la figura de Nadal, para que
gurús profesionales y aficionados de la educación, el coaching y la gestión
empresarial, construyan sus disquisiciones de venta ambulante. ¿Por qué
seguimos haciendo hincapié en el espíritu de superación en lugar de allanar el
camino para que no cueste tanto esfuerzo todo? Se cargan las tintas con el
ejemplo que es Nadal; es inevitable, lo hace desde el oportunista que arrima el
ascua a su sardina hasta quien simplemente se maravilla por la fortaleza física
y mental del mallorquín. Ciertamente, la autodeterminación de Nadal es
admirable, el modo en que lucha contra sí mismo para no darse por vencido es una
cualidad que cualquiera quisiera tener. Pero se nos escapa una reflexión por el
camino: dado que se traslada ese afán de superación al mundo extradeportivo,
¿no sería incluso más deseable que no existieran tantas trabas para lograr
cualquier meta? Desde nuestra más tierna infancia se nos educa para competir,
de un modo u otro, en lugar de para colaborar. Ese clima competitivo y no
solidario es el que termina por exigir un espíritu de superación que no está al
alcance de cualquiera. Ni siquiera Nadal podría por sí solo, precisa a su
equipo, como muy bien destacó en su discurso antes de recoger el trofeo.
“Sin embargo, en nuestro
sistema no existe equipo, quien fracasa, se queda atrás. ¿Es acaso ahí, en esa
soledad del fracaso, cuando hay que tirar de épica? ¿No sería mejor tejer redes
de apoyo, unas condiciones en las que la disyuntiva entre éxito y fracaso,
sencillamente, desapareciera? La hipocresía es tal que los mismos gurús que
explotan la figura de Nadal para sus absurdas teorías venden humo de gestión
empresarial y anulan la voluntad de los jóvenes. Lo hacen cuando, en lugar de
dejarles elegir el camino por el que seguirán su formación, guiados por su
vocación o sus inclinaciones, les demandan que escojan y estudien lo que
demanda el mercado, extinguiendo su voluntad. Así pues, bien está ensalzar los
valores de Nadal –a los mencionados hay que sumar su humildad y sensatez–, pero
no estaría de más acompañarlos por la creación, entre todas y todos, de una
ambiente, de una sociedad en la que puedan medrar, incluso, quienes no puedan
tener esa fortaleza.
“Por último –termina
David Bollero–, una pequeña llamada de atención, que estoy seguro que el
mallorquín recibirá de muy buen agrado: Nadal es el jugador de tenis con más
títulos de Grand Slam, pero aún sigue por detrás de los 24 títulos de Margaret
Court, los 23 de Serena Williams o los 22 de Steffi Graf”.
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