jueves, 26 de febrero de 2009

La SGA (Sociedad General de Autores) ataca de nuevo.

José Luis Sanpedro.


Los libros no sólo están más lejos del público con el aumento del precio que sufrieron con el cambio de la peseta al euro, sino que ahora se pretende obligar a las bibliotecas públicas el cobro de 20 céntimos por cada uno prestado en concepto de canon para “resarcir” a los autores. Me llega un E. Mail de María Soledad Muñoz, compañera en el oficio de escribir, en el que me entero de la nueva medida propuesta por la SGA en la que “mientras la gente de a pie apenas llega a fin de mes, los ya millonarios se forran a cuenta nuestra. No consientas tamaño atentado contra la cultura –me pide Soledad– y pasa este mensaje a todos tus amigos”.

No es la única que protesta por tal medida. Otros, como José Luis Sanpedro, ya han expresado su malestar e indignación. Economista y escritor –autor de novelas como “Octubre, octubre” y “La sonrisa etrusca”–, José Luis recuerda su etapa de muchacho en la España de 1931. “Vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May”.

Años después, José Luis hacía una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. “No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio, los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero, cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas”. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos”

José Luis cuenta cómo, años más tarde, descubre otra prodigiosa experiencia en un gran hospital de Valencia. “La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro”.

Ex senador nombrado por designación real, miembro de la Real Academia de la Lengua y presidente honorario no ejecutivo, junto con José Saramago, de la empresa Sintratel, José Luis Sanpedro confiesa quedarse confuso ante esta nueva medida y no entender nada. “¿Qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura? Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación? ¿Acaso dejaron de cobrar por el libro? ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas? ¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra”.

José Luis se dirige directamente a quienes, sin preguntárselo, pretenden defender sus intereses de autor, cargándose a las bibliotecas. Y asegura haber firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y unirse nuevamente a la campaña “No al préstamo de pago en bibliotecas”. Todo un detalle de este magnífico escritor, más interesado en la verdadera promoción de la lectura que en medidas burocráticas y mercantiles como ésta.

6 comentarios:

Antonio Tello dijo...

Estimado Santiago, las batallitas de cultura "popular" que cuentan Sampedro y Saramago son contrarias al derecho de los autores a vivir del fruto de sus trabajos. Me pregunto si ellos y así como ellos un fontanero, un abogado, un administrativo trabajarían gratis para que los demás vivan felices u ofrecerían gratis sus servicios a los poetas, escritores, etc. a cambio de los libros que leen o en los que estudian. Las cosas en el marco del sistema capitalista no funcionan así. La cultura no es gratuita, es una industria como cualquier otra en su producción y, consecuentemente, tiene su coste que alguien tiene que sufragar. Los autores no viven del aire y es lógico que quien consume lo que ellos producen paguen. Por otra parte, es falso que los usuarios de bibliotecas paguen canon alguno. Si algún dinero se paga procedente del préstamo bibliotecario éste es asumido en los presupuestos del estado.
Por otra parte, la SGAE no controla la autoría libresca. La asociación que se ocupa de la gestión de los derechos de autor es CEDRO y que yo sepa no ha pedido ningún "canon" de 20 céntimos por préstamo bibliotecario. Y si así fuera ¿cuánto gastan muchos de los usuarios de bibliotecas por el café, la caña, el tabaco, etc. que consume? ¿Por qué la lectura tiene que ser gratuita en nombre de una supuesta cultura popular y, por ejemplo, tomarse una caña no?.

Anónimo dijo...

Apreciado Antonio: Hay ciertos puntos en los que coincido contigo y otros en los que me permito disentir. Estoy de acuerdo en que cada escritor debería vivir de su trabajo, aunque, lamentablemente, y por regla general, no sucede así. ¿Quién es el afortunado escritor en este país que consigue vivir de lo que escribe? Muy pocos y no siempre los mejores. Los libros no son para sus autores regalos que caen el cielo y el trabajo del escritor es a menudo mal remunerado y poco reconocido y a menudo están obligados a vivir del aire.
Sin embargo no acabo de entender por qué un libro que está en la biblioteca y puede ser consultado por cualquier lector, sea objeto de una tarifa por el préstamo bibliotecario. Un canon que sí existe, y está a punto de aumentar, si no lo ha hecho ya. De acuerdo que un café o el trabajo cuesta mucho más, pero esto son costes necesarios para el que quiera pagarlos. En cambio, quien desea leer un libro gratis y acude para ello a la biblioteca la mayoría de las veces es porque no se puede permitir comprarlo. Esta necesidad no debería asumir ningún gasto ni coste adicional para quien consulta libros. Ni siquiera, pienso yo, para quien decida llevárselo a su casa. El hecho hace que el libro cumpla su objetivo al ser leído, sin que por ello deba generar coste alguno para el lector. Y si lo genera, no debiera pagarlo el lector, sino el fondo presupuestario de la entidad pública.
El objetivo debiera ser que el escritor pueda llegar a vivir de lo que escribe y no dependa de la cultura bibliotecaria, sino del negocio del libro vendido en las librerías. Finalmente, no creo que las reivindicaciones aludidas de Sanpedro y Saramago puedan ser tildadas de “batallitas”. Al menos a mí no me lo parecen. Al contrario, creo que su forma de actuar y sus críticas merecen todo el respeto del lector.
Me equivoque o esté en lo cierto, estoy seguro que nuestra relación como escritores no se verá mermada por estos enfoques y modos de ver las cosas, sino fortalecida por nuestra vocación común.

Anónimo dijo...

Si la insoportable levedad del ser se agrava en veinte centimos,proximamente el aire, tambien será de pago, no hay duda. Será el impuesto respiratorio. El agua, -como todos sabemos- está por las nubes, y las relaciones sexuales como formas de contratacion, indefinidas, temporales, por servicio o obra, o a tiempo parcial tienen una fiscalidad estratosférica con liquidaciones y finiquitos que hacen muy dificil "levantar" otra vez la empresa. Me han hablado muy bien de Costa Rica.
Chiflos.

Antonio Tello dijo...

Querido Santiago, insisto. El préstamo bibliotecario no repercute en el bolsillo del usuario. El Estado -gobiernos central, autonómicos y municipales, diputaciones, etc.- garantiza la gratuidad de lectura, porque las bibliotecas son un servicio público del mismo modo que lo es la escuela. La medida, originalmente aplicada por el gobierno socialdemócrata sueco, se hizo extensiva y hoy es una reglamentación de la Unión Europea.
El gobierno español, y no la SGAE ni CEDRO, es el obligado a cumplir y hacer cumplir esta ley continental.
Insisto. Sampedro y Saramago abanderan una actitud demagógica que no tiene nada que ver con la realidad social de la mayoría de los escritores. Como tales, y tú lo sabes, hemos de trabajar más horas que un fontanero para llegar a fin de mes, cosa que no sería así si se nos pagaran correctamente los derechos que generan nuestros libros. La cultura en el marco del sistema capitalista no es gratuita y menos popular. La situación del escritor en el siglo XXI no es mejor que la de un trabajador del siglo XVIII. No existimos como trabajadores y esa falta de reconocimiento del escritor como trabajador,y consecuentemente acreedor a los derechos reconocidos a éste, se traduce en que ni siquiera Hacienda le ha dado un epígrafe. Estamos encuadrados en el epígrafe 861 correspondiente a los artesanos.
Llevo años, los últimos como Secretario de la Comisión de derechos de Autor de la ACEC -Asociación Colegial de Escritores de Cataluña- luchando por la visibilidad del escritor como trabajador, contra la que juegan no sólo los intereses editoriales, sino también el medieval y bohemio convencimiento de muchos escritores de que son los elegidos o los salvadores del arte y la creencia popular de que hemos de hacer nuestro trabajo gratis. No en vano se ha acuñado la frase "trabajar por amor al arte". Es decir, gratis. Pero en el marco económico vigente nada es gratis.
Por supuesto que la amistad está, al menos entre nosotros, a salvo de cualquier discrepancia. El juego dialéctico planteado desde el respeto y la consideración hacia el otro, siempre nos hará mejores. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Aparte de escribir, conviene hacer algo mas, como por ejemplo vivir, dar clases de algo, o fontaneria propiamente. Ahora bien, si hubiera exito, el sistema capitalista te recompensa con el mejor epigrafe posible: el de puedo hacer lo que me de la gana. Posibilidad que incluye la actividad de no hacer nada, siendo esta ultima en ocasiones extremadament fatigosa especialmente para quienes han perdido la inspiracion. La posibilidad de exito de un individuo caracteriza al capitalismo. Escribe "Pedro Paramo", y echate a dormir. Escribe ·Pongamos que hablo de Madrid" y echate a dormir aunque lo cante otro. Es el exito. ¿quien quiere veinte centimos?
Cordialmente chiflos.

Antonio Navarro dijo...

1ª parte:
Coincido con A. Tello en la dificultad del trabajo del escritor del músico independiente que casi está obligado a tener un segundo trabajo para financiarse.

Pero lo cierto es que no sólo existe el derecho del autor, también existe el derecho del consumidor: probar el producto antes de comprarlo (derecho esencial del capitalismo): tengo derecho a escuchar un disco e incluso a leer un libro antes de comprarlo (el margen para el debate estaría en todo caso sólo en si ese derecho sería a escuchar el disco o las canciones enteras y/o leer el libro completo o sólo unos capítulos). Hoy por hoy las bibliotecas e internet ofrecen y cubren afortunadamente ese derecho para los usuarios (que lo somos todos, incluidos autores, y en mayor número que éstos). Tú dices: el autor tiene derecho a ganarse el pan con su obra: perfecto: Sampedro lo dice: el autor ya cobró por la venta de ese libro. ¿Cuántas veces ha de cobrar un autor por su obra? ¿Dónde está el límite? ¿Es justo que un autor componga una canción de éxito y se eche a dormir, no debería currárselo cada vez? ¿Y debe cobrar también por las ventas de libros o discos en segunda transmisión o 2ª mano? Es el problema que tienen las obras escritas y musicales: son tremendamente fáciles de copiar y contienen además el máster, o sea que la copia es perfecta respecto a la original (lo que es mucho más difícil y costoso de conseguir en la pintura, escultura o el teatro, p. ej). Esto, que parece a priori una desventaja para los músicos y escritores dado el sistema de cobro por venta de copia, sin embargo puede ser y efectivamente lo es en muchos casos, una oportunidad para el abuso sin escrúpulos. Cobrar por la copia vendida ha generado toda una industria de best-sellers, de O.T.'s, de multinacionales, de radiofórmulas, etc que abusa de esa característica (a costa claramente de la calidad) para imponerse en el mercado creando sociedades monopolísticas (SGAE, CEDRO) que son el verdadero problema, no el usuario.