miércoles, 18 de septiembre de 2019

Fórmulas para salvar a los ‘sin techo’. (I) Empezar la revolución por el techo.



Sam Tsemberis, durante su visita a Madrid, adonde vino para apoyar a la ONG Rais Fundación, que aplica su modelo.

“La atención a alguien que está en la calle puede costar 100.000 euros anuales. Si lo alojas en un piso, 15. 000”. Al menos eso es lo que dice Sam Tsemberis, un psicólogo griego de 67 años, afincado en los Estados Unidos desde los ocho años, que da clases en la Universidad de Columbia y dirige la organización con la que expande su modelo, Pathways to Housing.  Tsemberis ha creado un modelo para sacar de la calle a miles de personas. Empezó en su país y se ha extendido por media Europa. ¿Qué cuál es su método? Uno tan simple –y controvertido– como proporcionar un piso a los que no tienen hogar.

Las calles de la Nueva York de finales de los ochenta le mostraron de cerca una maquinaria asistencial que engullía a muchos llevándolos al hospital, a la cárcel o a los centros de desintoxicación para terminar en el mismo hueco de cartones en el que se los había encontrado por primera vez. “Muchos mejoraban en el hospital, pero el problema es que, después, volvían a la calle. Hasta que pensamos: este sistema no va a ninguna parte”. Y pensaron que lo que querían era tener una casa. “De manera que dejé el hospital y empecé mi ONG”.

Silvia Blanco escribió en noviembre del 2016, un reportaje en El País sobre este psicólogo afincado en Estados Unidos, creador de este modelo para sacar de la calle a miles de personas. Se titulaba “Sam Tsemberis, el hombre que empezó la revolución por el techo” “En España —escribió—, la Rais Fundación, que aplica su modelo, tiene una red de 117 pisos en varias ciudades y, un año y medio después de empezar, el 96% de los beneficiarios –que llevaban de media nueve años en la calle– siguen alojados. El coste por día para la Administración es de 34 euros, igual o superior, dice la organización, que en un servicio asistencial ordinario. Los pisos están diseminados por edificios y barrios tan normales como cualquiera, porque se trata de integrar. Solo hay tres condiciones para entrar en un piso: no molestar a los vecinos, permitir la visita del equipo al menos una vez por semana y que, si el antiguo sin techo los tiene, destine el 30% de sus ingresos para sufragar el servicio”.

Blanco habla también del caso de los 70.000 veteranos de guerra sin hogar que hay en los EE UU como buen ejemplo de que el programa funciona. La Casa Blanca anunció que algunas ciudades han erradicado el problema y que, en solo tres años, se ha reducido en un 36% en todo el país. Cree que el viejo y el nuevo modelo pueden ser complementarios. “El antiguo detectó que las personas en la calle sufrían de enfermedades mentales y adicciones, pero se pensó, incorrectamente, que había que tratarlas antes de darles acceso a un piso. Así que, si esperas hasta que sanen, muchos nunca van a ser alojados. El viejo sistema no es totalmente inútil: tiene éxito con entre el 30% y el 40% de los casos”, explica.

En un vídeo de la organización, uno de los beneficiarios del programa en España habla de dignidad. “Es impresionante”, dice Tsemberis. Creo que no somos capaces de darnos cuenta de lo que es no tener casa. De la soledad que supone. Lo más útil de este programa es la rapidez con la que se pasa del modo supervivencia al de la vida. Ocurre de la noche a la mañana. Alguien entra en un piso con sus bolsas y al día siguiente se ha duchado y ha dormido en una cama, tiene una llave en la mano y es como cualquiera de ese edificio. Los demás no te miran cuando eres un “sin techo”. Aunque te sientas muy expuesto, eres invisible. Y de pronto vives en un apartamento y tus vecinos te dicen: ‘Buenos días, ¿qué tal?”.

Mañana, continuación: Fórmulas para salvar a los “sin techo” (II)