“Tocar la teta de una mujer como ejercicio violento de poder”.
Cristina Fallarás lo
escribía el pasado lunes en Público: “La imagen me provoca un desasosiego que
serpentea luego con filo hacia la rabia para acabar abriéndose en un tajo de
furia donde esa teta es mi teta, ese pezón, el mío y la piel de esa mujer, la
misma piel que cubre mi cuerpo. La mano del miserable no agrede solo a las dos
activistas de Femen, me agrede a mí, nos agrede a todas. Es un acto de agresión
pública como un grito lanzado en plena calle a cara descubierta, un alarde, la
medalla que se pone el ejecutor en la solapa tras perpetrar el crimen.
“Ahí estaban los ejecutores
de la barbarie. La familia del dictador Francisco Franco y la fundación que
lleva su nombre convocaron una misa en su (maldita sea) memoria. Dos activistas
de Femen se presentaron en la puerta con sendas pancartas donde se podía leer ‘FASCISMO
LEGAL, VERGÜENZA NACIONAL’. Iban como acostumbran, desnudas de cintura para
arriba, en representación de todas y todos las que no estábamos. Su protesta
solitaria debería haber sido una concentración multitudinaria, pero, entonces,
un hombre alargó el brazo y le tocó la teta a una de las jóvenes. Ella le
reprendió y las dos mujeres intercambiaron sus lugares. Acto seguido, el mismo
hombre volvió a alargar el brazo y le tocó una teta a la otra. Tocó ambas tetas
como en un chiste de ‘viejos verdes’ de los tiempos del dictador al que iba a
honrar, tiempos en los que se llamaba ‘viejo verde’ a un hombre mayor que
agredía sexualmente, de una manera u otra, a una mujer joven. Se encontraba
normal que los hombres mostraran su poder en las calles, los platós de
televisión, las películas, ejerciendo violencia sexual —verbal o física— contra
mujeres cuyo aspecto respondía a los cánones macho de belleza de la época.
Fallarás acusa al agresor
franquista de esta semana estaba, grabado por los medios de comunicación, pero
no le importó nada. “Al contrario, realizó ese ejercicio de poder violento y
cochambre de forma reiterada para dejar claro que podía hacerlo, que se lo
permitía. Tal es la impunidad de estos fascistas. No hay en ese gesto ni un
ápice de deseo, no existe en él conexión alguna con lo sexual más allá de la
violencia. Es un acto que ilustra de manera palmaria cómo la violencia sexual
no tiene que ver con el deseo o el impulso erótico, sino con el ejercicio
violento de poder y sometimiento sobre el cuerpo de las mujeres, de castigo y
doma.
“El grandísimo, enorme
problema es que no se trata de un gesto propio solamente de los fascistas. Es
uno de esos gestos de los fascistas del que participa una parte
insoportablemente amplia de la población masculina. Cuando otro miserable
agredió con el mismo gesto a la presidenta Claudia Sheinbaum, hubo quien
puntualizó que se hacía público algo habitual sólo porque se trataba de una
mujer con poder. Precisamente esa es la razón por la que creo relevante que
aquel momento diera la vuelta al mundo. Da igual si eres la presidenta de un
Gobierno que una activista o la chavala que va camino del instituto. Esto nos
sucede a todas en todos los ámbitos siempre.
Y Cristina Fallarás
concluía: “Nos tocan las tetas por la calle, en el transporte público, en
conciertos, en teatros y cines, en discotecas, en las playas, en las terrazas
de los bares y en las barras, nos tocan las tetas por la mañana temprano, por
la tarde y por la noche, en cualquier circunstancia. Nos las tocan con mano
fascista y mano obrera de izquierdas, mano rica y pobre, mano joven y vieja,
mano de cualquier color. Y en ese tocarnos las tetas no hay ningún impulso
sexual ni erótico. Hay únicamente una violencia macho que disfruta el ejercicio
de poder violento contra nuestros cuerpos”.

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