Una polla irlandesa.
Pascual García escribió
el pasado domingo en “Cuartopoder.es” el artículo titulado “Una polla
irlandesa”, con la ilustración que precede de Aitana Garcia. Dice así:
“Lo vi todo gracias al
telescopio ultrablancanieves que me regaló Esperanza. Había un hombre fumando
sin parar en la terraza de aquel ático. Estaba tendido en el suelo, boca
arriba, desnudo, y parecía seguro de sí mismo. Era medio pelirrojo. Un maldito
irlandés, quizás. Al lado de su mano zurda tenía un cartón de tabaco y un
mechero; a la altura de su diestra, una tosca garrafa de cerámica. Cada rato le
daba una calada al pitillo y cuando lo había consumido por completo se
incorporaba para encender otro y de paso aprovechaba para engullir un trago de
cazalla acomodando la vasija en el codo, como los tramperos de Connecticut.
Parecía un cochino borracho y tenía todo echo un asco y abarrotado de colillas.
No era neoliberal; eso seguro. Ni tan siquiera democristiano. De hecho, durante
unos minutos su pene se vino arriba y se puso gordo, muy gordo, aunque en
ningún momento llegó a tocarse las partes. Tenía un miembro descomunal, pálido,
con las venas bien marcadas y coronado por un capuchón malva como el capirote
de un nazareno’, inició su relato, resuelta, la acusada. ‘Todo eso está muy
bien, señora, pero yo le he preguntado por el máster’, intervino el
representante del Ministerio Público. ‘Eso no lo recuerdo’, contestó. ‘He
tenido una vida muy complicada, sabe usted. Cuando uno pasa sus días intentando
poner orden en las terrazas de los demás no es raro olvidar esos otros asuntos
insustanciales, fatuos; esos asuntos que no son ni fu ni fa. Aquel nabo no lo
olvidaré jamás, pero del máster no guardo recuerdo alguno. Es curioso’. ‘Sí que
lo es’, confirmó irritado el fiscal. ‘¿Y del trabajo de fin de grado, de las
llamadas al personal de la Universidad presionando para que le mandaran un
certificado, aunque fuera falso, o de las ruedas de prensa que convocó para
descalificar a los periodistas que destaparon la historia tampoco recuerda
nada?’. ‘Nada, querido amigo. Nada de nada’, ratificó la procesada. ‘¿No será
que nos toma usted por gilipollas y está intentando quitarse el muerto de
encima así, sin más?’, repreguntó el fiscal. ‘Del muerto sí que me acuerdo’. ‘Ahora
que lo dice, creo que él tiene la culpa de todo’, intervino decidida. ‘¿Está
hablando del rector?’, interpeló el togado. ‘Si, del rector. Tengo la impresión
de que fue el responsable de este maldito embrollo. Es una pena que haya
fallecido y que no puedan ustedes preguntarle acerca de tan desafortunado
cambalache’, cerró la mujer su alegato con los ojos cuajados de lágrimas. ‘No
hay más preguntas’, susurró abatido el representante de la acusación desde su
incómoda silla. ‘Perdone, señor juez’, volvió a tomar la palabra la enjuiciada
luciendo esta vez, como por arte de magia, una contagiosa sonrisa. ‘¿Podría
llamar a Ana Rosa para entrar en directo en el programa? El programa de #AR, ya
sabe. Allí me hincho a decirle a la peña lo que está bien y lo que está mal, de
quién se debe fiar y de quién no, cuando es arre y cuando es so. Me pagan una
pasta. ¡Y nunca me ponen el vídeo de Inda!… El del Eroski’”.
Y añade a modo de
epílogo: “Justo cuando el presidente del tribunal empezaba a aporrear el mazo
contra la base redonda de madera donde los presidentes de los tribunales
aporrean sus mazos alguien entornó tímidamente la puerta que daba acceso a la
sala. ‘¿Y usted, señor Iglesias, qué cojones pinta en este juzgado?’, preguntó
el magistrado cuando vio al vicepresidente segundo asomar la cabeza. ‘No sé.
Pasaba por aquí y se me ocurrió comparar a Puigdemont con el exilio franquista’,
contestó el exégeta del Empordá. ‘¿Y no le da vergüenza decir esas chorradas?’,
insistió el juez. ‘Para nada’, perdió su oportunidad de rectificar públicamente
el incontinente hombre parlante”.
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