Periodismo y otras ruinas o todo por la audiencia.
“Tras décadas asociándolo
a la prensa rosa, entrevistas callejeras y tertulias, el periodismo clásico ha
sufrido un declive estrepitoso. Los lectores de periódicos caen en picado, la
televisión se ve cada día menos, las revistas no se venden... ¿Qué les ocurre a
los medios convencionales?”. Es la pregunta que Yzan Pérez se hacía en
Nuevatribuna.es el pasado lunes.
“Internet democratizó la
información: ya no hacen falta corresponsales, cualquiera puede grabar con su
móvil un atentado en la otra punta del mundo y extenderlo globalmente sin mayor
complicación. Incluso las noticias nacionales (robos, huelgas, violaciones…)
pueden ser contadas por los afectados a través de YouTube o Twitter. Los
grandes periódicos y cadenas televisivas se han quedado atrás respecto a medios
online más frescos e independientes, lo cual deriva en precariedad: si los
peces gordos pierden liquidez, sus trabajadores también. Por otro lado, tenemos
el intrusismo y la politización. Algunos medios contratan economistas o
politólogos en vez de periodistas especializados, otros tergiversan la
información en favor de un bando político, y algunos, incluso, manipulan
resultados numéricos de encuestas. Entonces, si para ejercer el periodismo no
hay que ser periodista, ni imparcial, ni riguroso, ¿qué lo diferencia de una
conversación de bar? ¿cuál es el papel del reportero si su propio campo no le
requiere?”
Todo comenzó según Yzan
allá por los primerizos 2000, al abundar en televisión programas de
divulgación, debates moderados y análisis deportivo riguroso. “El medio
audiovisual se convirtió en una autoridad gracias a su nivel informativo y a la
preparación intelectual de quiénes participaban en él. Sin embargo, desde 2010
hasta hoy, las cadenas se han convertido en hervideros de tertulianos carentes
de formación en los temas que tocan. Estos showmen son especialistas en
violencia de género, analistas políticos, expertos en el IBEX-35, feministas
comprometidos y previsores de crisis. Todo ello en la misma semana o, si acaso,
el mismo programa. Ya no hay cultura del debate, sino de la burda discusión y
el titular pintoresco. El espectador encuentra más atractiva una pelea a voces
que un coloquio, y las cadenas lo aprovechan, pues el periodismo vive del
mecenazgo popular: sin público no hay anunciantes, y sin anunciantes no hay
dinero. La dinámica habitual en cualquier medio es un “todo por la audiencia”,
sacrificando calidad y rigor con tal de agradar al nicho que lo sostiene.
“En resumidas cuentas –concluye
Yzan Pérez–, estamos viviendo el crepúsculo del oficio, donde la razón termina
y el show empieza. No hay cabida para periodistas rigurosos en la cultura del
dinero, sino para voceros esclavos del criterio de su público. Cuanto más
acrítico es el espectador, más Telebasura pide, y cuanta más Telebasura le dan,
más acrítico se vuelve. Es un bucle de mediocridad moderna: el ciudadano se
hace tonto a sí mismo, las compañías se lucran y el periodismo muere”.
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