miércoles, 12 de mayo de 2021

Éxodo en el Casco Antiguo de Palma.

Los inversores han sustituido al vecino de toda la vida.  

Los edificios son adquiridos por extranjeros que rehabilitan y venden a precios de lujo.

Gemma Marchena escribía el pasado domingo, en el diario Última Hora, un interesante artículo sobre los últimos coletazos en el casco antiguo de Palma en la que los vecinos de esta zona se dejaron tentar a golpe de talonario. Así lo cuenta un vecino: “Compré mi casa en 1985 por un millón de pesetas. Seis mil euros. Nadie quería venir a vivir aquí y le pedí el dinero a mi padre; decía que estaba loco. La he ido rehabilitando poco a poco. En cuarenta años, unas calles llenas de suciedad y unos edificios que se caían han pasado a ser epicentro del lujo inmobiliario. Hoy, recibo ofertas y me llaman a la puerta para comprar mi piso. La zona está a 10.000 euros el metro cuadrado. Y, si quisiera, podría vender mi casa por un millón de euros. Pero si lo hago, ¿dónde voy a vivir?”.

Marchena recuerda cómo se dispararon los precios de compraventa y los de alquiler. “No extraña ese éxodo de ciudadanos de toda la vida que se han tenido que ir. Las cifras de población crecen, pero es a costa del cambio en la nacionalidad: los europeos de alto poder adquisitivo irrumpieron con fuerza. La media de población extranjera en Palma es del 23,1 por ciento y, en el Casco Antiguo y la tasa media es del 31 por ciento. En barrios como el de Cort alcanza el 41 por ciento y, en La Llotja-Es Born, el 38”.

Según Delia Bento, directora general de Qualitat i Població del Ajuntament de Palma, “la población extranjera afincada en la isla pasó del 26 al 31 por ciento en esta década y muchos de ellos fueron compradores de vivienda de alto standing de los que solo vienen para estancias cortas”. La gentrificación turística del centro se extendió hacia zonas como Sa Gerreria. Los grupos con menor capacidad económica fueron expulsados y el tejido comercial y de ocio se transformó. Según Neus Truyol, regidora de Model de Ciutat i Urbanisme, “las clases populares y medias deben poder vivir en el centro, como lo hizo siempre. No podemos permitir que el mercado inmobiliario internacional expulse a las clases trabajadoras. Por eso limitamos de forma drástica los nuevos establecimientos turísticos y prohibimos el alquiler turístico”.

“En la calle Calatrava —cuenta Navarro, presidente de la Asociación—, con unos 45 portales, solo quedan ocho mallorquines. La mayoría de las casas están cerradas. Hay gente que, guiadas por una especulación creciente, ha comprado, rehabilitado y las dejó cerradas para venderlas de nuevo por un 30 por ciento más”. Y remarca el caso de un casal de una familia mallorquina, en la que solo vive una señora de 90 años, que vendió toda la finca “a una empresa alemana y que está esperando a que fallezca para desarrollar su proyecto”.

De la misma opinión es Feli Marcos, miembro de la Asociación de Vecinos Llotja-Es Born. “Lo que nos desgasta es el ruido. Es la parte de la ciudad más afectada por la gentrificación (proceso que se lleva a cabo cuando una zona comienza a poblarse de ciudadanos de una clase socioeconómica superior a la de los habitantes previos y el espacio urbano adquiere otras características a partir de restauraciones edilicias y nuevas construcciones, con lo cual las personas que solían vivir allí terminan siendo desplazadas). Y los vecinos, agobiados por el ruido, se tienen que marchar”. Los hoteles se han expandido mientras los vecinos se replegaron hacia las afueras, en un estrés constante provocado por el ruido de los músicos y las terrazas, mientras los nuevos residentes extranjeros “ofrecen cantidades exorbitadas por un cuarto sin ascensor. “Hemos tenido picos de ruido que llegaban a los 62 decibelios, cuando sólo deberían llegar a 25”.

De esta manera, Gemma Marchena cuenta detalladamente cómo el Casco Antiguo de Palma cambió de residentes y muchos extranjeros compraron como inversión o realquilaron hasta que llegó la pandemia, en marzo del 2020 que desbarató todos los planes y los isleños vivieron por primera vez un paraíso de silencio.


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