Los intelectuales de cristal.
“Produciría risa sino
fuera la enésima vez que asistimos a la misma estrategia: la del intelectual
que, para dárselas de rebelde, dice estar en contra de lo políticamente
correcto, de la dictadura progre, de los buenismos que censuran y cancelan en
Twitter. Todo ello en las páginas de un importante diario y mientras sus libros
se venden como rosquillas. Una rebeldía de saldo, vaya. Pero lo bochornoso no
es que lo digan, como parte de una estrategia de marketing para presentarse
ante sus fieles como el último bastión de la verdad en Occidente; lo bochornoso
es que parecen creérselo; que de verdad consideren que son la resistencia, la
guerrilla, francotiradores contra un mundo que se va al carajo y que ellos, y
solo ellos, podrían salvar con su lucidez y su sabiduría. Pero, ay de nosotros,
nadie les hace caso en esta España ingrata.
“Y les duele, claro.
Porque tienen su corazoncito, porque les desespera este país inculto y bárbaro
que no respeta a sus próceres de las letras. Porque la gente se mofa de ellos
en las redes, quebrando sus finas mandíbulas de cristal. Malditos progres
censores, que se atreven a opinar en lugar de escuchar con las orejas gachas
qué deben hacer, cómo deben comportarse y qué verde era España cuando aquí se
leía más y había autoridad, orden y concierto. De nada sirve recordarles que en
España jamás se leyó mucho. Que, durante generaciones y generaciones, este fue
un país mayoritariamente analfabeto. Que eso que llaman corrección política no
es nada más que un nuevo consenso social que a muchos, sí, les resulta
fastidioso: porque prescinde de ellos, o porque pone en crisis su pensamiento a
una edad en la que ya no están para inventar trucos nuevos, o porque recorta
unos privilegios en los que están cómodamente apoltronados. O simplemente
porque los que les aplauden están a la derecha y, como por arte de magia, ellos
han acabado en esa trinchera y ahora les toca defenderla, aunque sea a base de
disparates y tópicos.
“De nada sirve, tampoco,
explicarles que si a ellos, por criticar el consenso progre, les llueven ostias
en la Red –y columnas en periódicos de derechas, y firma de libros y hasta
lecturas de manifiestos en Colón, al calorcito del facherío patrio−, a otros,
por criticar al Rey, a la Guardia Civil o a la santa iglesia católica les caen
meses de cárcel, juicios, despidos y, en general, molestias bastante más
tangibles que un insulto acalorado en una red social de la que, aunque no lo
crean, pueden salirse si tan molesta les resulta. Una red, dicho sea de paso,
donde la parte menos buenista de la sociedad −la de arriba España y moros
fuera; la del ‘a por ellos’ y la bandera de España en el balcón−, no se limita
a la censura, el insulto o la llamada al boicot, sino que con frecuencia
amenaza a periodistas, políticos y a usuarios anónimos con una violencia que a
menudo pasa de las palabras a los hechos. Estaría bien que, aunque fuera por
variar, nuestros mandarines dedicasen también un rato de su tiempo y sus
columnas a quejarse también de los modos y maneras de una ultraderecha
creciente y envalentonada que, si uno solo los leyera a ellos, parecería que no
existe en España. Aunque siga matando casi a diario. Y si no, pregunten a los
familiares y amigos de Younes Bilal”.
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