27 de marzo. Los últimos de la fila
Hace años, mientras aún estaba engranado en el sistema productivo y competitivo, conocí a los empresarios que más ganaban, y escribí reportajes sobre sus opiniones y gustos. Otra cosa era escribir sobre los últimos de la fila, así como sobre los más miserables obreros en paro. Me entrevisté con caza-talentos, con directores de grandes empresas y con altos jerarcas y, un día, me enteré del caso de un parado sin ningún recurso que terminó con su miserable vida. Escandalizado por la diferencia del nivel de vida, intenté escribir un reportaje que, por supuesto, fue rechazado por los mandases de “Interviú”, quienes consideraron que el interfecto meaba fuera de tiesto.
A veces, se publicaba algún caso que pasaba como una noticia curiosa. Como el de ese “anciano” de 67 años que se había arrojado al paso de un tren en la vía férrea Madrid-Parla, tras haber liberado un canario de su jaula y haber dejado todos sus efectos personales ordenados. Las fuentes de la noticia provenían de la Policía. “Repicio N. F. – rezaba una noticia de un diario–, de Ciudad Real, murió a las diez de la noche del domingo pasado, al ser arrollado por un convoy a la altura del kilómetro 19, cerca de Parla”... No me cabía la menor duda de que sucesos como éste no eran únicos y se repetían con frecuencia. Sólo que no salían ni salen todos los días en la prensa.
El cadáver de este presunto suicida no llevaba documentación alguna. Unos familiares reconocieron su cuerpo sin vida y destruido, y la Policía comprobó que el “anciano” había dejado su carné de identidad y otros documentos encima de la mesa de su vivienda, en la que había una jaula abierta, probablemente habitada por un canario, liberado por él antes de dirigirse a la vía del tren. Respicio vivía en la calle del Maestro Bretón, en Getafe.
Hubiera querido saber algo más sobre este personaje. Indagar su vida y los motivos por los que había terminado tan trágicamente, aunque de manera voluntaria. Era para mí un reto conocer el entorno en donde vivía y averiguar otros datos. Pero, en el medio en donde trabajaba, el tema, considerado de escaso interés periodístico, no interesaba.
Por el contrario, a mí me parecía apasionante indagar sobre la vida y muerte de ese pobre “anciano” de 67 años, del que nadie se había ocupado y al que nadie echaba en falta. Trataron de convencerme de que la revista en la que trabajaba no estaba para investigar tales nimiedades. Que al público lector, que se alimentaba básicamente de lo morboso, no le interesaban esos temas. Y debí continuar con los reportajes que entonces mi trabajo me exigía.
A veces, se publicaba algún caso que pasaba como una noticia curiosa. Como el de ese “anciano” de 67 años que se había arrojado al paso de un tren en la vía férrea Madrid-Parla, tras haber liberado un canario de su jaula y haber dejado todos sus efectos personales ordenados. Las fuentes de la noticia provenían de la Policía. “Repicio N. F. – rezaba una noticia de un diario–, de Ciudad Real, murió a las diez de la noche del domingo pasado, al ser arrollado por un convoy a la altura del kilómetro 19, cerca de Parla”... No me cabía la menor duda de que sucesos como éste no eran únicos y se repetían con frecuencia. Sólo que no salían ni salen todos los días en la prensa.
El cadáver de este presunto suicida no llevaba documentación alguna. Unos familiares reconocieron su cuerpo sin vida y destruido, y la Policía comprobó que el “anciano” había dejado su carné de identidad y otros documentos encima de la mesa de su vivienda, en la que había una jaula abierta, probablemente habitada por un canario, liberado por él antes de dirigirse a la vía del tren. Respicio vivía en la calle del Maestro Bretón, en Getafe.
Hubiera querido saber algo más sobre este personaje. Indagar su vida y los motivos por los que había terminado tan trágicamente, aunque de manera voluntaria. Era para mí un reto conocer el entorno en donde vivía y averiguar otros datos. Pero, en el medio en donde trabajaba, el tema, considerado de escaso interés periodístico, no interesaba.
Por el contrario, a mí me parecía apasionante indagar sobre la vida y muerte de ese pobre “anciano” de 67 años, del que nadie se había ocupado y al que nadie echaba en falta. Trataron de convencerme de que la revista en la que trabajaba no estaba para investigar tales nimiedades. Que al público lector, que se alimentaba básicamente de lo morboso, no le interesaban esos temas. Y debí continuar con los reportajes que entonces mi trabajo me exigía.
Así era el periodismo que hoy sigue funcionando con idénticos parámetros, de espaldas a tabúes como el paro, la vejez y la miseria, temas que intentan evitarse a toda costa. Sólo si contienen suficientes elementos de novedad o si llaman la atención del director del medio, que no de sus lectores, permiten que los periodistas se ocupen de ellos. Sujetos al capricho y al criterio de los propietarios, quienes controlan la prensa saben que hay cosas, como éstas, que jamás le reportarán ni un céntimo. Sólo eso guía la manera de enfocar sus publicaciones.
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