28 de marzo. Extraño modo de salir a flote.
España, uno de los países que edita más libros del mundo, cuenta, curiosamente, con uno de los índices de lecturas más bajos de Europa. Se ha dicho que un 42 por ciento de los españoles nunca lee un libro y, del 58 por ciento de lectores, un 22 por ciento lo son ocasionales o muy ocasionales. Según una encuesta de la Federación de Gremios de Editores de España, los que más leen son, curiosamente, los parados (79 %) y los estudiantes (76 %) Me pregunto si, comparativamente, serán también los parados los que más escriben, aunque mucho me temo que no. Al menos, los que publican lo que escriben.
¿Será éste el triste devenir del escritor novel hasta que se da a conocer? Sólo el reconocimiento público de lo que el escritor hace puede resarcir el tiempo pasado en la escritura. Lo malo es cuando la obra no se publica en vida del autor, sino después de que éste haya muerto. O cuando este reconocimiento no llega nunca o se hace bajo el anonimato del mismo o, lo que es aún peor, cuando un Nobel de Literatura se apodera de tu obra. Jodida ocupación ésta, sin sueldo y con el peligro de que un chacal o una ballena te engulla o te deje desnudo, apropiándose de tu nombre.
Sin embargo, enamorado de esta actividad, tanto llena de autoestima gratuita como vacía de retribución, reconozco que, una vez que se ha bebido de su fuente, no puede uno liberarse tan fácilmente de ella. En seis años de paro laboral, no he hecho otra cosa que escribir. Seis libros de ensayo llevo ya terminados, aparte de novelas y varios libros de poemas. Pero sólo tres de estos libros se han publicado sin que mi nivel de ingresos se haya modificado lo más mínimo.
Mi carrera, prácticamente gratuita, de autor de libros sigue a la par a la de periodista en paro, con lo que a veces me asaltan serias dudas sobre mi elección profesional. Y me consuelo tocando la trompeta por amor al arte, un instrumento que puede ser tan diabólico como celestial y puede convertirte en un artista aplaudido o en un pobre diablo fracasado. Reconozco que mi opción ha sido dura y suicida. Sobre todo, teniendo en cuenta los datos elaborados por esta encuesta según la cual el 42 por ciento de los españoles reconoce no leer libros nunca o casi nunca y el 30 por ciento de los hogares españoles no se compra ni uno solo el año pasado.
¿Será éste el triste devenir del escritor novel hasta que se da a conocer? Sólo el reconocimiento público de lo que el escritor hace puede resarcir el tiempo pasado en la escritura. Lo malo es cuando la obra no se publica en vida del autor, sino después de que éste haya muerto. O cuando este reconocimiento no llega nunca o se hace bajo el anonimato del mismo o, lo que es aún peor, cuando un Nobel de Literatura se apodera de tu obra. Jodida ocupación ésta, sin sueldo y con el peligro de que un chacal o una ballena te engulla o te deje desnudo, apropiándose de tu nombre.
Sin embargo, enamorado de esta actividad, tanto llena de autoestima gratuita como vacía de retribución, reconozco que, una vez que se ha bebido de su fuente, no puede uno liberarse tan fácilmente de ella. En seis años de paro laboral, no he hecho otra cosa que escribir. Seis libros de ensayo llevo ya terminados, aparte de novelas y varios libros de poemas. Pero sólo tres de estos libros se han publicado sin que mi nivel de ingresos se haya modificado lo más mínimo.
Mi carrera, prácticamente gratuita, de autor de libros sigue a la par a la de periodista en paro, con lo que a veces me asaltan serias dudas sobre mi elección profesional. Y me consuelo tocando la trompeta por amor al arte, un instrumento que puede ser tan diabólico como celestial y puede convertirte en un artista aplaudido o en un pobre diablo fracasado. Reconozco que mi opción ha sido dura y suicida. Sobre todo, teniendo en cuenta los datos elaborados por esta encuesta según la cual el 42 por ciento de los españoles reconoce no leer libros nunca o casi nunca y el 30 por ciento de los hogares españoles no se compra ni uno solo el año pasado.
Una sola cosa está clara, aunque sé que no estoy dispuesto a aceptarla. Y es que, si quiero salir a flote en mi estado económico, no debo continuar con fe ciega en lo que estoy haciendo. Y debería adaptarme a lo que sea más rentable para mi desastrosa vida.
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