jueves, 7 de mayo de 2009

Por primera vez, Berlusconi teme perder votos.

Silvio Berlusconi y Noemí Letizia
Verónica Lario y su marido, Silvio Berlusconi.
Tras 18 años de una crítica convivencia con frecuentes líos de faldas del primer ministro italiano, Verónica Lario, segunda esposa de Silvio Berlusconi y primera dama italiana, ha pedido el divorcio. En 2007, Verónica exigía a su marido disculpas públicas desde un semanario cuando dijo que se casaría con Mara Carfagna, una ex Miss a la que había nombrado ministra. Y Berlusconi se disculpó públicamente. Luego, llegaron otras pifias propias de Il Cavaliere relacionadas con sus continuos escarceos con mujeres mucho más jóvenes. La semana pasada Lario criticaba duramente a su marido por los rumores que indicaban que habría decidido seleccionar a un grupo de candidatas a las elecciones europeas, basándose únicamente en su espectacular atractivo físico. La selección de “misses” y presentadoras por parte de Berlusconi para ocupar las listas del PDL (Pueblo de la Libertad), partido a las elecciones europeas, le parecía una “basura impúdica”, un “juego machista” puesto en marcha para el “entretenimiento del emperador”. Y lamentaba que este hecho no escandalizara ya a nadie en Italia.

Pero lo que acabó de sulfurar a Verónica Lario fue la visita que Berlusconi hizo en la noche del 28 de abril a Noemí Leticia, una joven de 18 años, de Casoria (Nápoles), a la que regalara en la fiesta de su 18º cumpleaños un collar de oro y brillantes con forma de mariposa. Alta y rubia, estudiante de diseño publicitario y participante en numerosos concursos de belleza para lograr su sueño, Noemí trabaja en una perfumería. Según ha confesado, conoció al presidente en un acto político y reconoce que lo suyo con Berlusconi, a quien llama habitualmente “Papi”, va más allá de una simple amistad. Con frecuencia, ha ido a verle a Milán o a Roma porque “el pobre” no puede visitarla siempre en Nápoles. Pero, en esta ocasión, fue Berlusconi quien se desplazó para su cita con ella Al ser descubierto, dijo que fue el padre de la joven, “una amigo mío desde hace muchos años”, el que le había llamado “y, cuando supo que aquel día iba a estar en Nápoles, insistió para que pasara, sólo dos minutos, a la fiesta de cumpleaños de su hija”.

La indignación de la mujer oficial de Berlusconi por los continuos escarceos de su marido con mujeres mucho más jóvenes le han llevado a tomar esta decisión de pedir el divorcio. Según “La Repubblica” y “La Stampa”, Veronica Lario se ha cansado de las supuestas infidelidades y faltas de respeto de su marido y “su dignidad” le impide “continuar con un hombre que frecuenta chicas menores de edad”. La noticia le molestó especialmente porque “él nunca acudió a las fiestas de 18 años de sus propios hijos”.

Berlusconi insiste que es ella quien le tiene que pedir perdón públicamente por haber caído en una trampa mediática y por haberse dejado instrumentalizar por la izquierda. La defensa de Il Cavaliere se basa en que sus numerosos enemigos le acechan sin cesar. Si la justicia le persigue es, según él, por el complot de magistrados rojos contra él. Si no goza de gran popularidad fuera de Italia es “por las maquinaciones de la prensa internacional”. Y, ante la noticia de que su esposa va a iniciar los trámites legales para divorciarse de él, vuelve a recurrir de nuevo a la vieja teoría del complot. Asegura ante las cámaras de televisión que lo que ocurre es que su esposa ha sido víctima de una campaña de intoxicación que tiene como objetivo desprestigiarle y ponerle en aprietos políticos. “Es Verónica quien debería pedirme disculpas públicas –se defiende–. Y no sé si eso sería suficiente. Es la tercera vez que, en campaña electoral, me hace una de estas bromitas. Es demasiado”.

Y, ante la pretensión de su mujer, Verónica Lario, actual esposa y madre de sus tres hijos, de poner fin a sus 17 años de matrimonio, Berlusconi se pone, por primera vez, serio. Es consciente de que su segundo divorcio, a un mes de las europeas, sobre todo cuando la misma Iglesia condena su comportamiento, puede quitarle muchos votos. Calcula que pueden ser dos millones de los católicos más militantes. Y eso sí parece preocuparle.

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