Rojos, zorras, maricas y negros.
José A. Pérez interpreta, en “Mi mesa cojea”, el personaje
más polémico que ocupa el sillón de la presidencia del Gobierno y escribe bajo
el este título la siguiente reflexión:
Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno de España, comparece
ante la prensa. Está en Bruselas, delante de dos docenas de periodistas, casi
todos españoles. Sabe que la policía acaba de salir de la sede central de su
partido. Es una situación humillante. En Bruselas nadie le ha dicho nada,
claro. Qué vas a decir.
Mariano Rajoy, un hombre cuya idiotez ya casi nadie pone en
duda ni dentro ni fuera de España, mira a los periodistas con los ojos
entrecerrados y la boca medio abierta. Busca rostros amigos, aliados mediáticos
que no le hagan preguntas incómodas. Que le ayuden. Pero no los ve. La luz está
demasiado baja y no distingue bien los rostros. El tiempo parece ir más
despacio en esa sala. Parece casi detenerse. Y Mariano, con la mirada perdida
entre los rostros que le observan, repasa sus últimos logros.
Rajar las manos de los negros que intentan entrar en
España. Hecho.
Criminalizar la protesta. Hecho.
Apropiarse de los úteros de las españolas. Hecho.
Y se pregunta entonces cuál será el siguiente paso. Quizá
deberían ir ya a por los maricas. Están teniendo mucha paciencia con eso. Cada
día que pasa, se produce una nueva unión de dos personas del mismo sexo. De dos
degenerados. Maricones o bolleras, lo mismo da. Pervertidos. Enfermos. Quizá,
piensa Rajoy mientras busca un periodista amigo entre los rostros de la sala,
quizá deberíamos prohibir ser marica. Convertirlo en delito. En Rusia ya lo han
hecho, a nadie le sorprendería. Los maricas del PP estarían de acuerdo,
disciplina de partido, igual que las mujeres del PP están de acuerdo con la
reforma del aborto. Y anda que no hay zorras en este partido, piensa Rajoy.
Solo que ellas, a diferencia de las socialistas, saben serlo. Porque hasta para
ser zorra hay que tener una clase y un saber estar. Y, oye, que el pasado es el
pasado y para eso están los padresnuestros y las avemarías.
Los periodistas mantiene los brazos en alto, pidiendo turno
mientras dicen: presidente, presidente, presidente. Rajoy no escucha a nadie.
Está cansado. Dormir fuera de casa le mata. Se frota los ojos y piensa que, me
cachis en la mar, si los rojos, los negros, las zorras y los maricas fuesen
responsables, él no tendría que pasar por estos bretes. No tendría que sacar
tantas leyes ni dar tantas explicaciones. Yo, piensa Rajoy, solo quiero que la
gente sea normal.
Pero la gente es terca. Los negros pobres se empeñan en
entrar en España aunque saben que no hay trabajo. ¿Y qué vas a hacer, dejarles?
Alguna medida habrá que tomar, y rajarles las manos y los brazos es tan buena
como otra cualquiera. Y los rojos, todo el día en la santa calle, pidiendo más
dinero para lo suyo. Siempre exigiendo más derechos y menos obligaciones, como
si fuese esto la selva. Holgazanes, eso es lo que son. Los profesionales, la
gente que de verdad trabaja no tiene tiempo para protestar. Por eso no hay una
marea verde de abogados y sí de profesores. Vagos. Y ahora las feministas.
Jovencitas que se dejan penetrar en cualquier portal un sábado por la noche y
que dicen ser responsables de su cuerpo. Si ni siquiera saben lo que deben
hacer con su propia vagina, ¿cómo vamos a dejar que decidan sobre su hijo?
En ese momento, Rajoy lo ve. En la tercera fila, junto al
pasillo. El periodista que buscaba. El Presidente se relaja por fin. Toma aire,
la expulsa de nuevo y, muy serio, dice:
-Ahora pueden hacer sus preguntas.
Y señala al periodista de Intereconomía.
-Usted.
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