martes, 24 de diciembre de 2013

Rojos, zorras, maricas y negros.




José A. Pérez interpreta, en “Mi mesa cojea”, el personaje más polémico que ocupa el sillón de la presidencia del Gobierno y escribe bajo el este título la siguiente reflexión:

Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno de España, comparece ante la prensa. Está en Bruselas, delante de dos docenas de periodistas, casi todos españoles. Sabe que la policía acaba de salir de la sede central de su partido. Es una situación humillante. En Bruselas nadie le ha dicho nada, claro. Qué vas a decir.

Mariano Rajoy, un hombre cuya idiotez ya casi nadie pone en duda ni dentro ni fuera de España, mira a los periodistas con los ojos entrecerrados y la boca medio abierta. Busca rostros amigos, aliados mediáticos que no le hagan preguntas incómodas. Que le ayuden. Pero no los ve. La luz está demasiado baja y no distingue bien los rostros. El tiempo parece ir más despacio en esa sala. Parece casi detenerse. Y Mariano, con la mirada perdida entre los rostros que le observan, repasa sus últimos logros.

Rajar las manos de los negros que intentan entrar en España. Hecho.

Criminalizar la protesta. Hecho.

Apropiarse de los úteros de las españolas. Hecho.

Y se pregunta entonces cuál será el siguiente paso. Quizá deberían ir ya a por los maricas. Están teniendo mucha paciencia con eso. Cada día que pasa, se produce una nueva unión de dos personas del mismo sexo. De dos degenerados. Maricones o bolleras, lo mismo da. Pervertidos. Enfermos. Quizá, piensa Rajoy mientras busca un periodista amigo entre los rostros de la sala, quizá deberíamos prohibir ser marica. Convertirlo en delito. En Rusia ya lo han hecho, a nadie le sorprendería. Los maricas del PP estarían de acuerdo, disciplina de partido, igual que las mujeres del PP están de acuerdo con la reforma del aborto. Y anda que no hay zorras en este partido, piensa Rajoy. Solo que ellas, a diferencia de las socialistas, saben serlo. Porque hasta para ser zorra hay que tener una clase y un saber estar. Y, oye, que el pasado es el pasado y para eso están los padresnuestros y las avemarías.

Los periodistas mantiene los brazos en alto, pidiendo turno mientras dicen: presidente, presidente, presidente. Rajoy no escucha a nadie. Está cansado. Dormir fuera de casa le mata. Se frota los ojos y piensa que, me cachis en la mar, si los rojos, los negros, las zorras y los maricas fuesen responsables, él no tendría que pasar por estos bretes. No tendría que sacar tantas leyes ni dar tantas explicaciones. Yo, piensa Rajoy, solo quiero que la gente sea normal.

Pero la gente es terca. Los negros pobres se empeñan en entrar en España aunque saben que no hay trabajo. ¿Y qué vas a hacer, dejarles? Alguna medida habrá que tomar, y rajarles las manos y los brazos es tan buena como otra cualquiera. Y los rojos, todo el día en la santa calle, pidiendo más dinero para lo suyo. Siempre exigiendo más derechos y menos obligaciones, como si fuese esto la selva. Holgazanes, eso es lo que son. Los profesionales, la gente que de verdad trabaja no tiene tiempo para protestar. Por eso no hay una marea verde de abogados y sí de profesores. Vagos. Y ahora las feministas. Jovencitas que se dejan penetrar en cualquier portal un sábado por la noche y que dicen ser responsables de su cuerpo. Si ni siquiera saben lo que deben hacer con su propia vagina, ¿cómo vamos a dejar que decidan sobre su hijo?

En ese momento, Rajoy lo ve. En la tercera fila, junto al pasillo. El periodista que buscaba. El Presidente se relaja por fin. Toma aire, la expulsa de nuevo y, muy serio, dice:

-Ahora pueden hacer sus preguntas.

Y señala al periodista de Intereconomía.

-Usted.

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