“Urdangarin y la familia irreal”.
Urdangarin y la infanta Cristina, en una imagen de archivo.
David Torres, en su
artículo “Urdangarin y la familia irreal”, aparecido en Público de ayer, nos cuenta
de que, seguramente, nadie esté trabajando más por el advenimiento de la
Tercera República que Iñaki Urdangarin, si exceptuamos al rey Juan Carlos. “Lo
de trabajar, ya me entienden, es una metáfora. Al igual que en el famoso cuento
del traje nuevo del emperador, en el que el emperador iba en pelotas y nadie se
atrevía siquiera a pensarlo, las monarquías se mantienen en pie merced a una
especie de acto de fe continuo de sus súbditos, una suspensión de la
incredulidad semejante a la de los lectores al leer una novela. Haz como que
esto que escribes es verdad y yo haré como que me lo creo. La incredulidad, sin
embargo, empieza a naufragar desde el momento en que se traspasan ciertos
límites, se mezclan géneros sin ton ni son y los personajes se ponen a
desparramar como si no hubiera un autor omnisciente a los mandos. Imaginen la risión
si Emma Bovary se despertara un día convertida en un monstruoso insecto o si
Gregor Samsa saliera por la ventana trepando por la pared del edificio merced a
sus poderes arácnidos. Otro tanto ocurriría si el rey Juan Carlos, en lugar de
acudir puntualmente a los toros, liarse con rubias estupendas o participar en
regatas, se hubiera dedicado todos estos años a leer en una biblioteca. En el
pacto constitucional por el regreso de los borbones venía implícito, además de
muchas otras cosas explícitas, el peculiar folklore del borboneo”.
David Torres nos advierte
que ese folklore lleva aparejada la creencia de que las mujeres son muebles
decorativos o ceros a la izquierda. “Ahí está la reina Sofía, que lleva décadas
soportando la fantasía de un matrimonio que no existe ya ni siquiera en las
páginas de la prensa rosa. Ahí está la infanta Elena, que no sabe, no contesta.
Ahí está la infanta Cristina, quien, en el juicio por el caso Nóos, esgrimió
dos novedosas líneas de defensa que en realidad eran una sola: que estaba
enamorada y que no se enteraba de nada. Las fotos de una revista de casquería
en las que se ve a Urdangarin paseando con una amiga muy especial (decir ‘una
amiga entrañable’ tal vez habría resultado irrespetuoso) muestran a las claras
que sus abogados sabían lo que se hacían”.
“El romance
extramatrimonial de Urdangarin –termina Torres comentando– vuelve a golpear los
cimientos de esa credulidad a fondo perdido en la que se sustenta la monarquía.
Una cosa es que traicionara (vamos a dejarlo así) a todos los españoles,
desviando millones de euros a su propio bolsillo y otra cosa muy distinta es
que traicione a su esposa, una licencia que parecía reservada en exclusiva al
patriarca de la familia. Lo he dicho ya unas cuantas veces, pero no está de más
repetirlo: no hay que confundir la realidad con la realeza. En aquella serie
involuntariamente cómica de 2010, Felipe conoce a Letizia en una fiesta y le
dice que va a acompañarla a casa. ‘Vivo en las afueras’, dice ella. ‘Yo también’,
responde él. Cuando Felipe le pregunta si vive con sus padres, Letizia responde
que no, que vive sola, en un piso de 80 metros que acaba de comprarse en
Valdebernardo. ‘Tu piso entero cabría en mi dormitorio’, sentencia Felipe. La
Tercera República, quién iba a imaginarlo, era la de Ikea”.
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