Ahogarse con corbata.
Así titulaba ayer David
Torres su artículo aparecido en “Público,” advirtiendo que nunca tuvo muy claro
para qué sirve una corbata aparte de para tapar los botones de la camisa. “Se
trata de una prenda destinada a marcar fronteras económicas y estéticas, ya que
difícilmente se verá una colgando del cuello de un panadero o de un obrero de
la construcción mientras que abundan en el gremio de los empresarios, los
presentadores de televisión y los testigos de Jehová. Diane Keaton llevaba una
corbata deliciosamente sexy en Annie Hall, a juego con el sombrero, el chaleco
y los pantalones holgados, pero ella es la excepción que confirma la regla: a
fin de cuentas, la corbata funciona como una especie de semáforo del órgano
sexual masculino, al que apunta inequívocamente”.
Torres cataloga las corbatas
en bonitas y corbatas indudablemente horribles, “aunque ninguna lo bastante hermosa
o lo bastante fea para distraernos del rostro de Paul Newman, digamos, así
llevara al cuello un diseño de Matisse o una ensaimada. Esa característica
secundaria y meramente decorativa es perceptible en el hecho de que, salvo
abogados y vendedores de Mercedes, la corbata es lo primero que se quita un
tipo cuando empieza de verdad a trabajar. Hace años que los médicos ingleses
dejaron de usar corbata, al igual que joyas o relojes, por haberse demostrado
que son focos de infecciones y que carecen de efectos beneficiosos en la salud
del paciente. A la inmensa mayoría de los escritores que conozco me los imagino
con corbata únicamente en el momento de ir a recoger un premio, pero no cuando
pelean contra la página en blanco. Es muy sencillo distinguir, por la falta de
aliento y la prosa retorcida, si un párrafo ha sido escrito con corbata o sin
corbata.
“Por ejemplo, muchos
discursos de políticos dan la impresión de estar ideados, pergeñados y
expectorados con la ayuda de una corbata con el nudo bien prieto, uno de esos
nudos de marinero que son el preludio de la horca. Sin ir más lejos, las
palabras de Sánchez en la rueda de prensa del pasado viernes parecían
redactadas directamente por una corbata: ‘Me gustaría que vieran que no llevo
corbata, eso significa que podemos también ahorrar desde el punto de vista
energético”. En cuanto concepto, estilo y sintaxis, la frase es una perfecta
gilipollez, tan ridícula que no había por donde cogerla, pero los enemigos del
presidente fueron a cogerla precisamente de la corbata y muchos, empezando por
José Manuel Soto, prometieron llevarla puesta a partir de ahora en todas
partes, en la playa, en el gimnasio, en la cama y hasta en la ducha, como
símbolo de la oposición frontal a Sánchez”.
David Torres concluía que
prescindir de la corbata puede que no sea la solución definitiva al ahorro
energético, “especialmente cuando luego te subes a un helicóptero para
desplazarte a Torrejón en lugar de usar un automóvil, pero no cabe duda de que
Sánchez sabe cómo distraer al personal y acaparar portadas. La patronal textil
acusa ahora al presidente de dañar a los fabricantes y vendedores del sector,
en franca caída desde hace dos años, cuando en realidad se van a hinchar a
vender corbatas a poco que le echen imaginación y empiecen a decorarlas con la
bandera de España. Si mañana a Sánchez le da por decir que para aliviar el
calor y paliar la crisis climática sería mejor no llevar ropa interior en
verano, seguro que entre los fachas se pone de moda vestir calzoncillos por
fuera y de cuello vuelto. Me gustaría que vieran que he escrito todo esto sin
corbata”.
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