lunes, 12 de marzo de 2007

12 de marzo. José María García quiere volver

Tras la censurada entrevista de Jesús Quintero a José María García, el Butanito ha vuelto a la actualidad provocando con sus declaraciones una gran polvorera. Es el 21 de febrero cuando TVE decide no emitirla porque “no vierte opiniones sino insultos, descalificaciones y ataques a terceras personas”. Y la voz de García sólo se oye unos minutos, cortándose el resto de sus palabras. Lo que no impide que dicha entrevista no sea conocida, incluso más que si se hubiera emitido en la televisión pública. Son los pequeños trucos que transforman la censura en lo contrario de lo que persigue.

José María García no volvía a conectar con sus oyentes “por no querer hacer un daño irreparable al PP y un beneficio que no merecía al PSOE. Por eso –aseguraba el pasado 23 de febrero a Jesús Quintero– decidí guardar silencio hasta hoy”. Pero, justamente, en ese momento en que habla en TVE, se le censuran sus declaraciones: “Los políticos, sean del signo que sean –aseguraba el ex locutor–, no quieren periodistas; quieren aduladores, taquígrafos, amanuenses y pringados” Y declaraba querer volver para devolver un poco a la sociedad “lo mucho que me ha dado, y quiero traer un programa plural en lo político y otro de investigación”. De esta manera entendía que el periodismo libre volvía a empezar ahora, si él volvía. O todo, con García, o nada, sin él.

Durante treinta y cinco años, hasta el adiós dado el 7 de abril del 2002, fue el látigo de los que vivían a cuerpo de rey a costa de un deporte extremadamente politizado que enriqueció a unos pocos y condicionó a la mayoría. Fue la voz más temida por esa casta que él no dudaba en apodar de coleópteros, la más escuchada en las ondas a partir de la medianoche, arremetiendo una y otra vez contra los capitostes deportivos. Y ante un público compuesto por campesinos o por ciudadanos sedientos de cierta crítica, se crecía y rompía los corsés. El público le aplaudía en cada frase, le ovacionaba con fuerza, vibraba con su voz aguda, cargaba de adjetivos y de epítetos hacia los dirigentes deportivos.

Algunos le criticaban cuando conocían lo que ganaba. Pero él, lejos de amilanarse, se envalentonaba más. “Yo he estado en un pueblecito, ganando siete mil pesetas al mes –me recordaba–. Y he batido todos los records de reportajes. Escribía de deportes, de sucesos... A mí me hace mucha gracia la gente que dice que, ganando los millones que yo gano, ya se puede hablar así. Pero es que, cuando ganaba seis o siete mil miserables pesetas, ya hablaba igual que ahora...”

Algunos le sugerían que se presentara como dirigente, pero él no quería perder el carisma, algo más importante en aquel momento que el dinero, el poder o cualquier cosa. “Ese poder hablar –repetía, convencido– y que diez millones de personas te escuchen cada noche, asentando embelesados, ¿acaso no vale más que un ministerio? Y su voz aflautada sonaba una y otra vez con machacada insistencia en las ondas. Una voz que conseguía resonar como una campana que instara a los oyentes que creyeran en el dios García.

En toda la geografía hispana se repetía el fenómeno típico de los predicadores americanos. Durante años, en la Ser, en Antena 3 y en Radio Popular, José Maria García fue masivamente escuchado en la medianoche, llegando a ganar el triple que los mejores comunicadores norteamericanos. Él era el único locutor con agallas frente a los gerifaltes del deporte, el que sacaba cada noche sus trapos sucios en las ondas, el predicador que ampliaba su feligresía, sus adictos, sus amigos, admiradores y enemigos acérrimos, encandilando al público en época de grandes silencios y de escasas críticas y creciendo su fama y cotización, hasta llegar a 1500 millones de pesetas anuales de cotización.

García era a nuestra radio, según comentó I. Ruiz Quintano, lo que Cervantes a nuestra literatura. Y los auriculares terminaron por afectarle los tímpanos de su sensibilidad. Pero, al mismo tiempo que su popularidad crecía en torno a él, abriéndose cada vez más puertas, cerraba las suyas a los compañeros que se interesaban por él y pretendían entrevistarlo. Recuerdo que, durante seis largos meses le estuve persiguiendo para mi libro “Periodistas de oro y otras calderillas” hasta que, al final, cedió y me abrió sus puertas. Fue en 1993 y resumo lo más selectivo de esta entrevista con el Butanito, comparándola con lo declarado por él hoy en día, censurado por la TVE. Pero mejor que lo dejemos para otro día.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta leer tus opiniones,pero a veces te sale un "ramalazo" que no me cuadra con tu forma de escribir.Hoy es lo de los campesinos que, igual que los forenses, hay de todo tipo y la mayoria a las doce de la noche ya duermen porque tienen que madrugar.

Anónimo dijo...

Tienes razón. Tuve un lapsus. Quise decir un público formado por las grandes ciudades y por gente de pequeños y medianos pueblos...
Te agradezco tu observación.

Santiago Miró