El padre, el hijo y el espíritu de Alfonso XIII.
Iñigo Sáenz de Ugarte muestra en Eldiario.es cómo la Casa
Real ya no puede ocultar la vergüenza que puede suponer ver a Juan Carlos de
Borbón pasearse por España en los próximos meses, dándose a la buena vida y
negándose a reconocer los errores cometidos. Y prosigue,
textualmente: “Juan Carlos de Borbón –dice textualmente– está
dolido, dicen sus misteriosos portavoces, lo que viene a ser sus amigotes. Le
parece que el reencuentro con su hijo tiene un carácter casi clandestino. La
Casa Real está molesta, dicen las fuentes de Zarzuela, porque Juan Carlos no ha
cumplido sus compromisos. Pretendían que se le viera lo menos posible en su
regreso a España. Ante tal comunión de sentimientos, no es extraño que mucho de
lo que rodea al exrey continúe adquiriendo rango de chapuza de la que nadie se
hace del todo responsable. La Casa Real no sabe qué hacer con el anterior
monarca, inesperado agente doble del republicanismo.
“En el plano político,
Moncloa se ha llevado un planchazo de proporciones considerables. A las
numerosas preguntas sobre la situación legal de Juan Carlos –salvado de las consecuencias penales de sus actos
gracias a la inviolabilidad–, respondía hasta ahora con una frase que sonaba
vacua y no muy arrojada: el emérito debía dar ‘explicaciones’ sobre su
conducta, no se sabe muy bien de qué tipo. Una intervención corta y sentida
valía. Quizá un comunicado de un folio o un simple canutazo ante los periodistas.
Pero este fin de semana, Juan Carlos desdeñó esa opción hasta con risas, ‘explicaciones
de qué’, dijo. Ahora el campechano ha pasado a ser el sobrado. No piensa haber
cometido algo punible o simplemente criticable. Acumuló decenas de millones en
el extranjero que fueron ocultados a Hacienda. Incluyó a su hijo como
beneficiario de una fundación radicada en Panamá. Será que opina que para eso
es precisamente la inviolabilidad. Se considera intocable. Cuando dijo que ‘la
justicia es igual para todos’, estaría pensando en su yerno, Iñaki Urdangarin.
No en sí mismo, porque él sí que estaba por encima de los tribunales, como se
ha podido comprobar…
“Si en otras casas reales
europeas, los hijos han terminado por abochornar a sus padres por algunos
incidentes –en eso, la monarquía británica se lleva las medallas de oro, plata
y bronce–, en España lo que ha ocurrido es el fenómeno contrario. Es el padre
el que está matando a disgustos al hijo y dejándolo en evidencia. Y los que le
quedan. Juan Carlos se parece cada día más a su abuelo por su gran capacidad de
desprestigiar a la institución que le llevó a la jefatura del Estado y por
creer que vive en una época anterior. Con su telegrama que mencionaba ‘los
cojones’ del general Silvestre, responsable del desastre de Annual de 1921,
Alfonso XIII revelaba su ignorancia de la realidad militar de ese conflicto, su
desconocimiento de la cadena de mando y su estupidez a la hora de primar una
idea de valor que consiste en poner los cojones, y no el cerebro, encima de la
mesa. Luego demostró un gran desinterés por el sufrimiento de miles de familias
que habían perdido a sus maridos o hijos en una guerra dirigida por ineptos. En
el plano personal, Alfonso XIII desarrolló una intensa actividad en burdeles y
casinos por los que paseó orgulloso su estandarte monárquico. El respeto que
sentía por su mujer estaba a la altura de otros eximios representantes de la
dinastía borbónica. Cinco hijos bastardos lo atestiguan…
Sáenz de Ugarte termina
con esta reflexión: “Si Juan Carlos persiste en seguir con la vida loca que
está a disposición de un hombre de su edad y de sus amigos millonarios y a
negarse a admitir ningún error en público, la responsabilidad recaerá en su
hijo, por poco que le guste. No puedes tener a un nuevo Alfonso XIII
disfrutando de la fortuna escondida en el extranjero y de otras donaciones de
origen desconocido y pensar que eso no va a afectar a la reputación de la
monarquía”.
Diez cosas, al menos, que
Juan Carlos I sí debería explicar
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