jueves, 26 de mayo de 2022

El padre, el hijo y el espíritu de Alfonso XIII.

Juan Carlos hace el signo de la victoria al dirigirse al club náutico de Sanxenxo el pasado domingo.

Iñigo Sáenz de Ugarte muestra en Eldiario.es cómo la Casa Real ya no puede ocultar la vergüenza que puede suponer ver a Juan Carlos de Borbón pasearse por España en los próximos meses, dándose a la buena vida y negándose a reconocer los errores cometidos. Y prosigue, textualmente: “Juan Carlos de Borbón –dice textualmente– está dolido, dicen sus misteriosos portavoces, lo que viene a ser sus amigotes. Le parece que el reencuentro con su hijo tiene un carácter casi clandestino. La Casa Real está molesta, dicen las fuentes de Zarzuela, porque Juan Carlos no ha cumplido sus compromisos. Pretendían que se le viera lo menos posible en su regreso a España. Ante tal comunión de sentimientos, no es extraño que mucho de lo que rodea al exrey continúe adquiriendo rango de chapuza de la que nadie se hace del todo responsable. La Casa Real no sabe qué hacer con el anterior monarca, inesperado agente doble del republicanismo.

“En el plano político, Moncloa se ha llevado un planchazo de proporciones considerables. A las numerosas preguntas sobre la situación legal de Juan Carlos salvado de las consecuencias penales de sus actos gracias a la inviolabilidad–, respondía hasta ahora con una frase que sonaba vacua y no muy arrojada: el emérito debía dar ‘explicaciones’ sobre su conducta, no se sabe muy bien de qué tipo. Una intervención corta y sentida valía. Quizá un comunicado de un folio o un simple canutazo ante los periodistas. Pero este fin de semana, Juan Carlos desdeñó esa opción hasta con risas, ‘explicaciones de qué’, dijo. Ahora el campechano ha pasado a ser el sobrado. No piensa haber cometido algo punible o simplemente criticable. Acumuló decenas de millones en el extranjero que fueron ocultados a Hacienda. Incluyó a su hijo como beneficiario de una fundación radicada en Panamá. Será que opina que para eso es precisamente la inviolabilidad. Se considera intocable. Cuando dijo que ‘la justicia es igual para todos’, estaría pensando en su yerno, Iñaki Urdangarin. No en sí mismo, porque él sí que estaba por encima de los tribunales, como se ha podido comprobar…

“Si en otras casas reales europeas, los hijos han terminado por abochornar a sus padres por algunos incidentes –en eso, la monarquía británica se lleva las medallas de oro, plata y bronce–, en España lo que ha ocurrido es el fenómeno contrario. Es el padre el que está matando a disgustos al hijo y dejándolo en evidencia. Y los que le quedan. Juan Carlos se parece cada día más a su abuelo por su gran capacidad de desprestigiar a la institución que le llevó a la jefatura del Estado y por creer que vive en una época anterior. Con su telegrama que mencionaba ‘los cojones’ del general Silvestre, responsable del desastre de Annual de 1921, Alfonso XIII revelaba su ignorancia de la realidad militar de ese conflicto, su desconocimiento de la cadena de mando y su estupidez a la hora de primar una idea de valor que consiste en poner los cojones, y no el cerebro, encima de la mesa. Luego demostró un gran desinterés por el sufrimiento de miles de familias que habían perdido a sus maridos o hijos en una guerra dirigida por ineptos. En el plano personal, Alfonso XIII desarrolló una intensa actividad en burdeles y casinos por los que paseó orgulloso su estandarte monárquico. El respeto que sentía por su mujer estaba a la altura de otros eximios representantes de la dinastía borbónica. Cinco hijos bastardos lo atestiguan…

Sáenz de Ugarte termina con esta reflexión: “Si Juan Carlos persiste en seguir con la vida loca que está a disposición de un hombre de su edad y de sus amigos millonarios y a negarse a admitir ningún error en público, la responsabilidad recaerá en su hijo, por poco que le guste. No puedes tener a un nuevo Alfonso XIII disfrutando de la fortuna escondida en el extranjero y de otras donaciones de origen desconocido y pensar que eso no va a afectar a la reputación de la monarquía”.

Diez cosas, al menos, que Juan Carlos I sí debería explicar



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