“Si los ángeles existen, serán como Audrey Hepburn”
Nació un 4 de mayo de
1929 en la ciudad belga de Bruselas. Vivió en Holanda hasta los diez años,
cuando sus padres se separaron y se fueron a vivir a Londres. Allí comenzó a
estudiar danza y arte dramático en la Marie Rambert School. Durante los
difíciles años de la Segunda Guerra Mundial viajó a Holanda y después a
Inglaterra, donde empezó como una pequeña modelo. La guerra terminó con su
triste infancia: uno de sus hermanos fue llevado a un campo de concentración;
el otro se perdió en los ataques de resistencia; un tío y un primo fueron
fusilados.
En 1952, el director
William Wyler le ofreció coprotagonizar una excelente comedia, “Vacaciones en
Roma”, compartiendo cartel con el consagrado Gregory Peck. Por su papel en este
filme, Audrey Hepburn obtuvo el Oscar a la mejor actriz. A partir de ahí su
vida cambió. Se inició entonces un maravilloso período en que comenzó a rodar
sin parar y a acrecentar su filmografía con varias películas imposibles de
olvidar, como “Desayuno con diamantes” (1961) o “Sola en la oscuridad” (1967), con
un papel más dramático en “Historia de una monja” (1959), y volviendo a la comedia
en “Sabrina” (1954). Por su labor en cada una de estas cuatro películas fue
nominada al Oscar a la mejor actriz. En 1958 recibió el premio a la mejor
actriz en el Festival de San Sebastián y el Bafta Británico en la misma
categoría por “Historia de una monja”; posteriormente merecería por segunda vez
este mismo galardón por su papel en la película “Charada” (1963).
Con apenas 30 películas,
Audrey Hepburn consiguió crear a su alrededor un aura distinguida como de
princesa de cuento de hadas, algo para lo que se valió de su cuerpo delgado y de
su porte de bailarina. Con una sonrisa
agradable y mirada cálida, consiguió redondear el mensaje y forjó la leyenda,
alimentándola con cada uno de los papeles que eligió. Y, en su última película,
“Always” (1989), de Steven Spielberg, interpretó a un ángel. Su sonrisa fue la forma en que las chicas de
la época debían sonreír; su figura esbelta y tenue era la silueta que todas las
muchachas debían tener. Pero su singular aureola y magnetismo perduraría más
allá de las modas.
En el último tramo de su
vida, ejerció como embajadora de buena voluntad para UNICEF, mostrando su
talante solidario y afectuoso. A partir de ese momento se entregó en cuerpo y
alma a sus tareas humanitarias, volado a Turquía, asistiendo en Venezuela a
programas de formación de mujeres, a proyectos para niños de la calle, en
Ecuador, a suministro de agua potable, en Guatemala y Honduras, y a proyectos
de enseñanza del uso de la radio en El Salvador. Visitó también escuelas en
Bangladesh, proyectos para niños desasistidos en Tailandia, proyectos de
nutrición en Viet Nam y campamentos de niños desplazados en Sudán. En diciembre
de 1992, Hepburn recibió la Medalla de la Libertad, la principal condecoración
civil de los Estados Unidos, que otorga su Presidente. Ese mismo año, enferma
ya de cáncer, continuó con su apoyo viajó a Somalia, Kenya, Reino Unido, Suiza,
Francia y Estados Unidos. Tras su retirada a un pequeño pueblo suizo,
Tolochenaz sur Morges, falleció un 24 de enero de 1993, un día frío y gris. A
su entierro acudieron los cinco hombres que marcaron su vida: su último amor,
el actor holandés Bob Wolders, sus hijos Sean y Luca y sus exmaridos, Mel
Ferrer y el médico Andrea Dotti. Steven Spielberg escribió sobre ella: “Si los
ángeles existen, serán como Audrey Hepburn”.
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