martes, 29 de julio de 2008

28 de julio. El sol sale por el Este.

Nacimiento del sol en el mar.

El pasado domingo fue un día gafe para mí. Primero, porque reventé una rueda de mi coche cuando acudía a bañarme con algunos familiares a una cala mallorquina medio desierta, recién descubierta el día anterior. Me di cuenta cuando oí un ruido extraño, como si estuviera circulando sobre las líneas discontinuas de la autopista. Dos kilómetros más allá, paramos el coche y bajamos para comprobar el desperfecto de la rueda trasera, pinchada y destrozada con el roce del asfalto.

La pequeña odisea sufrida el último día de estancia en la isla fue acrecentando por momentos hasta aplastar cualquiera de las razones por las que, por primera vez, me había sentido como un turista feliz en una isla encantada. Alguien que, voluntariamente se acercó para prestar ayuda, se ofreció a cambiar la rueda. Pero, tras pegar varias patadas a una llave que intentaba sacar el tornillo de seguridad, éste quedó inutilizado. En efecto, en lugar de desenroscarlo, lo enroscó todavía más hasta pasarlo de rosca. Así que me quedé paralizado, con la rueda destrozada y mi esperanza de cambiarla en un pozo. El pobre hombre no lo hizo con mala intención, pero inició mi última odisea en Mallorca. Tuve que llamar al número de asistencia en carretera y dar toda clase de explicaciones del accidente.

Al fin, bajo un sol que hacía algo más que calentar la testa, llegó una grúa. El problema era que me ofrecía llevar mi vehículo a Calviá para que, al día siguiente, laborable, un mecánico pudieran hacerse cargo del mismo. El caso es que yo tenía un billete para embarcar esa misma noche del puerto de Palma hasta Valencia, en donde debía seguir por carretera hasta llegar a Madrid antes de las cuatro de la tarde a una cita puntual. Si me quedaba en Mallorca hasta el día siguiente, me exponía a tener que esperar varios días hasta que pudiera salir de ella. Entonces llamé a mi seguro para que llevara el vehículo hasta el mismo puerto, según lo previsto.

A las doce y media de la noche, unos quinientos pasajeros y unos noventa vehículos que esperaban pacientemente un retraso de una hora, fueron embarcando mientras yo, algo apartado de la cola y sentado en mi coche con la rueda trasera reventada, aguardaba órdenes del primer oficial. ¿Lograría llegar sano y salvo a buen puerto, pese a la rueda quebrada de mi vehículo? Había que llegar como fuera hasta Valencia. Cuando, al fin, pude subir, el último de la fila y el primero que desembarcaría, me metí en mi camarote y caí desplomado por el sueño y el cansancio.

Tumbado sobre una cama plegable, pasaron por mi cabeza los últimos retazos de mi estancia en Mallorca. Una isla castigada por “Ecologistas en Acción” con 36 banderas negras que denuncian las actuaciones en el litoral y graves atentados a los ecosistemas. Una isla preferida, pese a todo, por el Rey Juan Carlos que veranea sin esos percances en la isla y recibe en el Palacio de Marivent a invitados y personalidades de todo tipo. Su mismo enemigo político desde noviembre pasado, a raíz del “¿Por qué no te callas?” había sido recibido por el mismo. El monarca español había contestado por primera vez al presidente de Venezuela: “Me alegro mucho de verte. Gracias por venir hasta aquí para verme”. No importaba para nada el retraso de una hora de Hugo Chavez. Y Juan Carlos le regalaba una camisa con la famosa leyenda del ¿Por qué no te callas? 10.000 barriles diarios de petróleo a 100 dólares unían a ambos por encima de cualquier mal entendido. ¡Lo que puede hacer el poder del petróleo!

Me levanté a las seis y media de la mañana y de dirigí al puente del buque de Acciona Transmediterránea, para contemplar el nacimiento del sol en la mar calmada del Mediterráneo. El Murillo, buque que proseguía su marcha hacia Valencia, no parecía cansado y seguía, imperturbable y seguro, tragando leguas de mar. Desembarqué el primero y observé el movimiento de coches que pasaron ante mí mientras esperaba que la grúa apareciera. Al fin, llegó y me llevó hasta una concesionaria que, en cinco minutos, sacó la válvula de seguridad y me dejó listo para viajar hasta Madrid. Y con nueva rueda trasera, llegué según lo previsto.

5 comentarios:

Antonio Piera dijo...

Todo va bien si acaba bien, a pesar de que tu aventura tuvo mucho de un Kafka modernizado.
Un abrazo, y me alegra que llegaras a tu cita.

Anónimo dijo...

A la cita sí llegué, aunque cansado y necesitado de aislarme, de nuevo. Y es que el mar, siempre el mar, se me hace cada vez más indispensable en mi cotidiano enfrentamiento con la vida. La suerte la tienes tú, querido Antonio, que disfrutas constantemente de él.

Daniel Hermosel Murcia dijo...

Un viaje sin problemas de transporte no es viaje, jejeje

Anónimo dijo...

Y que lo digas, Daniel. Por eso pienso yo que los mejores viajes son los mentales.

Santiago Miró

Anónimo dijo...

No tenía ni idea de la odisea que pasaste. Menos mal que acabó bien.

Saludos, Jesus.