De los periodistas que me proporcionaron otros puntos de vista, destaco el de dos profesionales que terminaron en las páginas de El País o dieron el salto desde ellas. Me refiero a Rosa Montero y a Maruja Torres. La primera era, a principios de los ochenta, redactora jefe de El País Semanal. Tenía entonces treinta años y había empezado a hacer periodismo casi por casualidad, porque le gustaba escribir. “Empecé –me contó– haciendo prácticas en Información, de Alicante, a los 18 años y rodé por muchas redacciones y medios: en el boletín de José María García, entonces llamado el “Butanito”, en una revista del Ministerio de Agricultura, en una femenina del Opus y en otros medios como Ama, Gentleman, Garbo, Contrates, Personas, Hermano Lobo, Fotogramas, El Indiscreto…” Rosa llegó a colaborar en 14 publicaciones a la vez. Estuvo en el diario Pueblo, en el que dice haberse sentido a disgusto; en Arriba, infestado de “rojos” camuflados, y desembocó en El País, donde escribía las entrevistas en el suplemento de los domingos.
“Ahora que he descubierto lo de los libros –me comentó Rosa–, el periodismo ya no me gusta. Si de mí dependiera, lo dejaba ahora mismo y me dedicaba a escribir libros. Lo que pasa es que esto no da para vivir. Heme, pues, aquí con un montón de problemas periodísticos, porque ahora empiezo a tener problemas serios derivados de mi posición y trabajo. Y trabajar como yo lo he hecho te quita el gusto del periodismo. Me da angustias e inseguridad. Por esto acepté, por cambiar, el puesto de redactora jefe del suplemento de El País. Cuando me lo ofrecieron, pensé en rechazarlo, pero luego me dije que qué coño iba a hacer yo si ya lo había hecho todo”.
En el final de los años ochenta, Rosa Montero escribía el programa de televisión “Media naranja”. Luego, escribió otros y cualquiera hubiera hablado de su apego por este medio, pese a su confesado odio por la pequeña pantalla confesado por ella en mi entrevista, en la que me enteré que había invitado a colaborar en El País a Maruja Torres, que vivía en Barcelona.
Vino Maruja a la capital porque “en Barcelona, no pasa nada y se han empeñado en que siga sin pasar –me contó en estas mismas fechas, coincidiendo con sus inicios periodísticos en Madrid–. Vine aquí porque es donde más trabajo hay. Antes, por conformismo y comodidad, no me había movido de Barcelona, que es para mí como un útero”.
Nacida en el Barrio Chino de Barcelona e hija de murcianos emigrados, Maruja empezó, a los catorce años a trabajar en unas oficinas de Almacenes Capitolio. “Nunca pude hacer el bachillerato ni tengo el carné de prensa –me desveló –. Allí llevaba los botijos y recogía lápices que a las hijas de puta de las jefas de sección se les caían. Lo tenían a cinco palmos de su manita, y me llamaban a mí, que estaba a quinientos metros, para que se los recogiera”. Un día manda una carta a un consultorio de un periódico. Gustó y la llamaron. Comenzó a trabajar de secretaria de redacción en la prensa del Movimiento. Llevaba una página femenina y, los domingos, por la tarde, tomaba en taquigrafía las crónicas de los partidos de fútbol de segunda división.
Maruja Torres había pasado anteriormente por Garbo, Fotogramas, Primera Plana, Muchas Gracias, Matarratos, El Papus, Nacional Show, Tele Express, Mundo Diario, Gaceta Ilustrada y Por favor. Sin estar metida de lleno en la prensa del corazón, siempre la rozó. “Ni me gusta ni me interesa para nada –me comentó entonces–, pero me inspira curiosidad porque es un fenómeno curioso. Seguramente, en este país, es la prensa que nunca se va a ir al carajo porque siempre la van a comprar. De todas formas, te diré que los personajes del corazón terminan siempre por aburrirme porque son seres muy vacíos y poco interesantes, con poquísimas excepciones, y esas son generalmente del corazón, a pesar suyo”.
También ella terminó por escribir libros que la publicidad ayudaron sin duda a vender. “En esta novela –rezaba la contraportada de “Mientras vivimos”, Premio Planeta 2000 que había llegado por el momento a su octava edición, superando los trescientos mil ejemplares– se cuenta una magnífica historia que consagra a Maruja Torres como una de las grandes novelistas de nuestros días”. ¿Qué mejor publicidad que ésta puede un escritor desear, aunque peque de exagerada?
Maruja sufrió uno de los procesos del franquismo al escribir para Garbo, cuando intentaba
destacar en la prensa del corazón. Eran los tiempos en que Luis Miguel Dominguín se dejaba fotografiar con su amante, sentada en las rodillas, y explicaba que se querían mucho y que eran felices. Sus declaraciones y fotografías fueron consideradas escándalo público por lo que cerraron la revista, que recogía el texto de agencia. Y aunque se limitaba a darle forma y estilo, la consideraron cómplice del asunto. “Afortunadamente, nos absolvieron pero luego, desde El Pardo, instaron a que el Supremo nos condenara. Porque parece ser que querían dar une escarmiento y demostrar que alguien que iba de cacería con el Generalísimo no podía llevar una vida relajada”.
Maruja tuvo otros procesos en Por Favor y en Matarratos, y siempre por escándalo público. “Tenía, en esta última, un serial que se titulaba ‘Pata abierta ante el futuro’ que era la historia de una muchacha hija de una lagarterana y del presidente del FBI, que se paseaba por el panorama de los últimos años del franquismo sin ningún respeto por nadie. “Ahí me procesaron y, por fortuna, me absolvieron con un gran cachondeo de todos. También nos cerraron Por Favor durante cuatro meses. Fue el muy democrático Pío Cabanillas”.
Como entrevistadora, a Maruja Torres le gustaba el momento en que se rompía el personaje y la persona entrevistada comenzaba a contar tal como era…”Suele ser gente que se confía enseguida. Yo, en su lugar, no concedería ninguna entrevista. Pero, con ellos, siempre me quedo muy encogidita y mona. Como si les diera motivo para pensar: Esta pobre periodista feucha no se entera de nada. Y yo: flu, flu, flu, alargando la entrevista con cara de gilipollas. Es un sistema que me ha servido con la gente del corazón y con todo el mundo. La gente es increíblemente vanidosa. El entrevistado siempre piensa que es más inteligente que tú”.
Maruja me confesó entonces que no era ni monárquica ni juancarlista, aunque reconoció que el Rey era un personaje que sirve de fuente para las revistas del corazón. “Tú sabes lo angustioso que es el agosto, cuando no sucede nada. Menos mal que, de repente, los Reyes se van a Mallorca, al palacio Marivent, lo que les da a esta prensa para varias páginas. Y así durante su estancia en Mallorca. Y si, a la semana siguiente, el príncipe se rompe la barbilla, más páginas sobre el tema. Y no te digo nada cuando empiece a ir de crucero por ahí, a ver si pesca princesa…”.
Hoy, Maruja ya ha aprendido demasiado de la vida y ya no cuenta tan gratuitamente estas vivencias. Lo presentí cuando, en 1997, le pedí que me escribiera un prologo para mi libro “Zeta, el imperio del zorro”. Se disculpó, hablando de sus múltiples trabajos así como interesándose ante todo por lo que le iban a pagar por ello. Por lo visto no debió verlo muy claro cuando no volví a saber nada más de ella. Claro que el libro era una fuerte crítica sobre Antonio Asensio, del Grupo Zeta, del que ya en mi primer encuentro con ella me había confesado que le hubiera gustado entrevistarlo. “Me gustaría saber –me comentó entonces–, qué tiene dentro de su cabeza”.