El coronel Gadafi, dispuesto a morir matando.
Ya lo predijo el dictador el martes pasado, tras agravarse la situación de su régimen y advertir de una posible guerra civil. No dudó en mandar a la aviación militar leal a bombardear a los manifestantes opositores en la capital de Trípoli, blindada por el Ejército y por varios centenares de mercenarios africanos contratados, lo que provocó centenares de muertos. No se sabía exactamente de dónde procedían, pero, en los últimos días, varios aviones aterrizaron en la capital Libia con cientos de ellos de varios países africanos a bordo. Disparaban indiscriminadamente a la gente, cuando el Ejército se negaba a hacerlo. Atrincherado, blindado e instalado en la base militar Bab Al Asisiya, el dictador resistía y estaba dispuesto a ir a por todas. Amenazó con masacrar a los manifestantes rebeldes, intensificando la matanza indiscriminada con tiroteos y bombardeos, mientras que el Ministro del Interior y general del Ejército anunciaba su dimisión para unirse a la “Revolución 17 de Febrero”. Y, ante las últimas locuras del régimen, Abdel Fattah Younes al Abidi había optado por unirse a la rebelión del pueblo, haciendo una llamada al Ejército para invitarle a hacer lo mismo. El coronel que dirigía el país con mano de hierro, basándose en el panarabismo, el socialismo y la democracia directa, ofreció a los suyos una considerable subida del sueldo medio a cambio de que cesasen las revueltas. Pero éstas, lejos de desaparecer, seguían creciendo y aumentado el número de muertos provocados por la represión. Y el coronel Gadafi optó por atrincherarse en un cuartel militar de Trípoli, endureciendo su discurso y su decisión y lanzando una sangrienta represión sobre su pueblo. Ya lo había advertido a todos: Él no era Ben Alí ni Mubarak y de salir, sólo lo sacarían con los pies por delante.
Arengando a los suyos, con su Libro Verde entreabierto, Gadafi reconoce: “No soy un presidente que pueda dimitir. Moriré como mártir, como mi abuelo”.
Era patente el número de muertos y heridos provocados por la implacable fuerza de castigo, pero los manifestantes opositores, apoyados por militares, embajadores y altos funcionarios libios dimitidos, encabezados por el ministro de Interior y el embajador en Washington, era cada vez más numerosos. En la zona controlada por él y su régimen desafiante, Muammar el Gadafi, había advertido que no se irá de Libia y que estaba dispuesto a morir matando. “Ni saldré del país, ni dejaré el poder, ni habrá perdón para los 'ratones' alborotadores, ebrios de drogas y de alcohol –decía en un tono alterado y desafiante–. Yo voy a morir aquí, también como mártir”. Era el tema central de su discurso en su reaparición pública, después de los gravísimos disturbios de Trípoli y Bengasi. No habría según él, cambio pacífico en Libia como lo hubo en Egipto y Túnez. Por el contrario, anunció un río de sangre para los 'drogadictos' que, según él, se han levantado en Trípoli bajo el mandato de Bin Laden. Cualquiera que atentase contra la integridad Libia sería ejecutado. El líder libio reaparecía ante las cámaras de la televisión nacional, desde el Palacio bombardeado por Estados Unidos, en 1986, en el que murieran algunos de sus hijos. Y advertía a la Nación que “la revolución Libia” sigue viva y que quienes se están manifestando en Trípoli o Bengasi son “jóvenes de 16 ó 17 años que imitan lo que ha pasado en Túnez o en Egipto. Unos drogadictos y borrachos, que siguen las consignas de Osama Bin Laden –el líder de Al Qaeda– y que lo único que van a conseguir es que Estados Unidos ataque Libia y vuelva de nuevo el colonialismo”. Con el Código Penal libio en la mano, anunció la pena de muerte para todos los que dividían al pueblo, o se levantasen contra las instituciones o su revolución: “Serán ejecutados todo aquellos que se alcen en armas contra Libia… ¿O queréis que Estados Unidos venga a vuestro territorio para hacer lo mismo que hicieron con los afganos y con Irak?”
Para Gadafi, quienes se oponían a él no eran más que alborotadores a los que preguntó: “¿Dónde estabais vosotros, ratones, cuando las bombas caían sobre mi casa y mataban a mis hijos?”. Ellos no eran más que “un grupúsculo de jóvenes que toman drogas, atacan cuarteles y comisarías y queman los archivos donde aparecen sus crímenes. Los seguidores de Bin Laden, apoyados por un grupo de enfermos que, infiltrados en las ciudades, reparten comprimidos [drogas] a estos jóvenes”. Frente a ellos, Gadafi advirtió que no estaba dispuesto a dar marcha atrás. “Y no lo haré, pase lo que pase ni caiga quien caiga”. Explicó que el poder no lo tenía él, sino que “fue entregado a los libios, en 1977, y estaba repartido en los Ministerios y comités populares. Hizo un llamamiento para “crear los nuevos” comités populares, anunciando que “las tribus podrán autogestionarse, si quieren” y que se iban a crear 150 ayuntamientos para gestionar la decisión popular. “Salid a las calles –les arengó– y arrestad a los 'ratones'. No hay que temerles. Si hay que recurrir a la fuerza, lo haremos en virtud de las leyes internacionales y de las leyes libias. Pero no a estas bandas de ‘ratones’ que no representan a nadie y sólo quieren imitar lo que ha pasado en Egipto y Túnez. No están respondiendo a órdenes de libios sino de gente de fuera. Han llenado Bengasi de casquillos y de tanques quemados para mentir”.
Gadafi declaró que, pese a los rumores sobre su abandono del país, él seguía en Libia. “No he usado la fuerza hasta al momento –dijo, arremetiendo contra la evidencia de lo contrario–, pero no duden que la usaré si es necesario. Y, todo libio que empuñe armas contra Libia será castigado con la pena de muerte”. Testigos citados por Al Yazira aseguraron que, después de este discurso, los aviones de guerra y los helicópteros bombardean indiscriminadamente un sector después de otro. Y que aumentó el número de muertos. Por su parte, la televisión oficial desmintió el empleo de la fuerza militar para sofocar la revuelta. “Estas informaciones –repitió Gadafi–, difundidas por las cadenas vía satélite, confabuladas contra el pueblo libio, son falsas”. Pero, diversos testimonios aseguraron que el régimen había ejecutado a decenas de soldados por negarse a disparar contra los manifestantes. Policías y mercenarios contratados por Gadafi golpearon a ciudadanos indefensos por las calles de Trípoli y accedieron incluso a sus viviendas. Era imposible aventurar el número de muertos, ejecutados en su mayor parte por los mercenarios africanos contratados, un ejército paralelo pagado a precio de oro (entre 1.000 y 2.500 dólares al día por sicario, según alguna fuente). Las últimas cifras apuntaban que podrían superar los diez mil. Sin embargo, los manifestantes no se arrugaron ante la brutalidad del ejército libio y de los mercenarios contratados por el régimen. Y los opositores a Gadafi lograron el control de las provincias de Cirenaica y Misurata, al este del país y a solo 200 kilómetros de la capital. Y avanzaban hacia Trípoli, en donde seguían los enfrentamientos.
Navi Pillay, comisionada de Derechos Humanos de la Onu.
Mientras tanto, en la ONU, Navi Pillay, una alta comisionada para los derechos humanos, pedía una investigación internacional para controlar la brutal represión del régimen libio. “La insensibilidad con la que las autoridades libias y sus empleados armados disparan ráfagas de proyectiles contra manifestantes pacíficos es inconcebible”, dijo Pillay, extremadamente alarmada porque “mientras yo hablo se están perdiendo vidas y hay matanzas, detenciones arbitrarias y torturas de manifestantes. Las fuerzas libias atacaban a los manifestantes y transeúntes, bloqueaban los barrios y disparan desde los techos. Impedían que acudiesen las ambulancias a recoger a heridos o a muertos que eran abandonados en las calles, mientras que se agotaban las reservas de sangre y medicinas”. Para ella, los ataques sistemáticos y generalizados contra la población civil podían considerarse como crímenes contra la Humanidad. Su declaración llegaba después de la condena de los ministros de Exteriores de la Unión Europea, tras su reunión en Bruselas. Pero sus palabras no consiguieron poner en jaque al régimen. La prueba más clara era el escueto videomensaje de Gadafi en la televisión estatal en el que, en apenas 20 segundos, trató de demostrar que seguía en Trípoli y que “no había que hacer caso a los canales de los perros callejeros”.
Saif al Islam, hijo de Gadafi, en la televisión.
Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, expresa su preocupación por el rápido deterioro de la situación y pide a Gadafi el cese inmediato de la violencia y el respeto del pueblo libio, subrayando “la necesidad de asegurar la protección de la población civil bajo cualquier circunstancia”. Ibrahim Dabais, embajador adjunto de Libia ante la ONU, asegura que Gadafi debe “dejar el poder lo antes posible” y la comunidad internacional debe “evitar que se refugie en otro país”. Quryna, diario electrónico libio, conocido altavoz de Seif el Islam, hijo de Gadafi, afirma que son “mercenarios” quienes abren fuego contra civiles, causando numerosos muertos en Tadjura, a unos 40 kilómetros al este de Trípoli. Mercenarios que, en todo caso, han sido reclutados por el mismo régimen para castigar a las poblaciones rebeldes. Y, ante tanta represión y contradicción, los libios huyen de la violencia, desbordando las fronteras. El paso fronterizo de Al Salum, permite el regreso de los egipcios a su país y el paso de quienes quieren abandonar Libia. Una media de 4.000 egipcios cruzan en las últimas horas esta frontera.
Mustafá Abul Jalil, ministro de Justicia libio que anunciaba el pasado lunes su dimisión por el uso excesivo de la fuerza contra los manifestantes, dice que los propósitos de Gadafi son “fantasiosos” y asegura que “no existe ni Al Qaeda ni otras organizaciones terroristas en el suelo libio”. Acusa a Gadafi de estar detrás de la explosión del avión de la Pan Am en 1988, reitera su rechazo a negociar con el régimen del líder libio y defiende que “la única solución” a la actual situación es que el líder abandone el país. Día tras día, las ciudades controladas por el régimen de Gadafi van cayendo una a una como las fichas de un dominó, pero el dictador libio no está dispuesto a regalar la capital y sigue aplastando con bombardeos a la población. Las agencias de información internacionales aseguran que la capital está completamente blindada con miles de soldados, mercenarios desplegados, carros de combate y aviones que vigilan cualquier movimiento. Y recuerdan cómo Gadafi estaba dispuesto a todo para acabar con la revolución popular. Sayed al Shanuka, miembro libio de la Corte Penal Internacional (CPI), habla desde París de más de 10.000 muertos en territorio libio. Los corresponsales de algunos medios extranjeros como “The Guardian”, que consiguen entrar por primera vez en el país, encuentran Bengasi como una ciudad liberada, pero, con muchos secretos ocultos. Se habla de fosas comunes en las que enterraron a los muertos de los bombardeos, de activistas y opositores encerrados en cárceles subterráneas que llevaban años sin ver la luz del sol.
Gadafi se está quedando cada vez más solo con su paranoico poder.
El dictador está cada vez más solo. Ali al Issawi, embajador libio en India, explica a la BBC que “renuncia porque mercenarios extranjeros han sido desplegados para atacar a ciudadanos libios”. Desde Boston, Ali Errichi, ministro de Estado libio de Emigración, exige al líder libio que abandone el poder. Le sigue Ibrahim Dabbashi, número dos de la delegación de Libia ante la ONU, quien le acusa de estar cometiendo un “genocidio” y le insta a abandonar el poder. “Si Gadafi no renuncia –pronostica el diplomático–, el pueblo lo derrocará”. La mayoría de los imanes de las mezquitas del país se niegan a pronunciar un sermón que el régimen les ha preparado. Y llaman a la población a salir a la calle. Al Yazira sostiene que la tribu Warfalla, la más importante del país, ha dado también su apoyo a la revuelta, lo que representa un severo varapalo para el delicado entramado de compromisos tribales sobre los que se asienta el poder despótico de Gadafi, desde 1969. El bombardeo de su propia capital es síntoma de que el régimen no puede sobrevivir por mucho tiempo. Es el último acto desesperado de Gadafi.
En Bengasi, cuelgan un muñeco que representa a Gadafi.
Al apoyo de militares, diplomáticos y ministros a la revolución popular, se une el del general Ali Huweidi, jefe de Policía de Bengasi –la ciudad que dos pilotos del Ejército de Gadafi se negaran a bombardear–, quien anuncia su dimisión para sumarse a la revuelta. “Por lo que he visto del uso de la fuerza (para reprimir las protestas populares) –declara– he presentado mi dimisión y estoy dispuesto a colocarme al lado de los jóvenes de la revolución para ofrecer cualquier tipo de ayuda”. La ciudad de Bengasi, la segunda más importante del país, está, desde el pasado 21 de febrero, controlada por manifestantes que han ocupado las instalaciones castrenses abandonadas por soldados leales al régimen de Gadafi. También está bajo control de la oposición la ciudad de Tobruk, entre Bengasi y la frontera con Egipto, así como el tercio oriental de la zona costera de Libia. Más de un millar de personas pidieron la caída del líder libio que, lejos de sentirse aludido, contraatacó, avisando de que “la autoridad volverá a recuperar la situación”, en referencia a las ciudades al este del país, como Bengasi, epicentro de las revueltas, donde la oposición se ha hecho especialmente fuerte. Sin embargo, según las informaciones que llegan a cuenta gotas por la censura que el régimen libio está ejerciendo, los aviones militares y los helicópteros del Ejército libio siguen atacando y atemorizando a la población con sus ataques. “Gadafi está sediento de sangre –advierte Suleimán Mahmud, general que se unió a los rebeldes, ahora al mando de las tropas rebeldes del este–. Es como Nerón, prendiendo fuego a Roma, y estoy seguro de que quemará Libia antes de perder el poder. Le gusta demasiado”.
Miles de libios pidieron el viernes la dimisión de Gadafi tras la plegaria del mediodía en Bengasi.
Los aviones militares y los helicópteros del Ejército libio siguen atemorizando a la población. Algunas cadenas de información árabes aseguran que el régimen de Gadafi ha estado bombardeando a sus propios ciudadanos para acabar con las protestas. Pero, el principal problema es la ausencia de noticias verificables desde el país. A diferencia de las revueltas populares en Egipto y Túnez, donde la represión contra los periodistas no logró frenar el flujo de noticias, Gadafi aniquiló Internet, controló a la prensa y las líneas telefónicas fueron manipuladas a su antojo para evitar que los manifestantes se organizasen. Al Yazira, la cadena qatarí, asegura que, en el barrio de Tayura, en el este de Trípoli, aún se ven cadáveres en las calles, y, “aviones de guerra y helicópteros bombardea indiscriminadamente un sector después de otro”. La destrucción total de la pista aérea de Bengasi indica que esos bombardeos sí existieron. Saif el Islam, hijo del dictador, emitió el viernes señales contradictorias sobre el curso de los acontecimientos. Minimizó el impacto real de la rebelión y limitó a dos ciudades los enfrentamientos: Misrata y Zauiya. Reconoció que en esa zona el Ejército regular no lograba avanzar y adelantó la inminencia de un ato el fuego, previa negociación con “los terroristas”. Sobre las informaciones de medios de comunicación internacionales que hablaban de guerra civil comentó: “Estas informaciones nos hacen reír. Aparte de Misrata y Zauiya, todo está en calma y somos optimistas”. Pero sus palabras contrastaban con las de su padre que, horas antes, había pronunciado su tercer discurso de la semana ante una multitud a la que dijo: “Vamos a responder a todo extranjero, como hemos hechos antes en el pasado. Esta es la fuerza del pueblo. Si quieren pelea, la tendrán”. Y anunció que abriría el arsenal de la ciudad, facilitando armas a todos los que quisieran luchar junto a él. “Preparaos para defender Libia” –les gritó–, “Esta gente me ama”, “Seguid bailando y cantando”, “Triunfaré sobre los enemigos”…
Huida masiva por la frontera libia.
Mientras tanto, la ONU reclama una investigación independiente sobre la represión en Libia. Las denuncias llegan de la misma persona que denunció los abusos de Mubarak y Ben Ali, la alta comisionada de derechos humanos, Navi Pillay. La delegación de Libia ante la Liga Árabe trata, por su parte, de mediar para poner fin a la violencia en el país. “Gadafi está loco –advierte el embajador adjunto ante la ONU– y aguantará hasta el último momento”. Pero los países europeos se mueven y reaccionan tan despacio que, cuando quieran aplicar alguna medida eficaz, si las hay, llega con un retraso que la convierte en inservible. Las informaciones sobre Gadafi son cada vez más confusas. Algunas cadenas extranjeras hablaban incluso de que uno de sus hijos ha decidido unirse a la revolución. El Gobierno estadounidense, además de sanciones, podría estar valorando incluso la posibilidad de una intervención armada en Libia y estaría sondeando a sus principales socios europeos. El pánico generalizado provoca que miles de refugiados decidan huir a toda prisa y en masa hasta el país vecino. Unos 30.000 egipcios y tunecinos ya han huido por el paso fronterizo, atascado por largas colas en las que miles de personas esperan obtener el sello en el pasaporte que les permita salir de ese infierno. Jean-Philippe Chauzy, portavoz de la Organización Mundial de las Migraciones (OIM), especifica que entre los huidos no hay libios, aunque ignora si es porque no han emprendido la huida o porque no se les permite partir. Un primer contingente de trabajadores emigrantes de Níger ha logrado atravesar la frontera y están refugiados en un centro de acogida temporal en la ciudad de Dirkou, a tres horas de la frontera con Libia. No obstante, no se han constatado huidas masivas de otros ciudadanos de África occidental, a pesar de que hay un numeroso contingente trabajando en Libia.
Miles de emigrantes han llegado estas últimas semanas por mar, a través de la isla italiana de Lampedusa.
La oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) revela que se está preparando ante un eventual “éxodo significativo” de la población libia, en el marco de la represión de las revueltas populares contra el régimen de Gadafi. Franco Frattini, ministro de Asuntos Exteriores italiano, teme que, en el caso de una caída del régimen libio, se registre una oleada anómala migratoria de entre 200.000 y 300.000 personas hacia las costas de Europa. Una oleada de esa magnitud sería diez veces superior a la crisis registrada en 1997 con los refugiados llegados de Albania a las costas italianas. El titular de Exteriores indica que se trata de estimaciones a la baja, y precisa que no serán los libios los que lleguen a las costas europeas. “Un tercio de la población –comenta Frattini– no es libia sino subsahariana. Estamos hablando de dos millones y medio de personas que, en el caso de que caiga el sistema que gobierna el país, escaparán porque se quedarán sin trabajo. No todos (vendrán) a Italia. Grecia está mucho más cerca de Cirenaica y Bengasi”. Umberto Bossi, ministro de las Reformas y líder de la Liga Norte, aclara que, si llegan más inmigrantes a las costas italianas, el Gobierno “los enviará a Francia o Alemania” Responde así a la petición de la portavoz de ACNUR, Melissa Fleming, de “no rechazar” a los inmigrantes que lleguen a las costas europeas. Para hacer frente a esta situación, España ha ofrecido aviones y expertos a la misión que la agencia de control de fronteras europeas (Frontex) ha puesto en marcha para ayudar a las autoridades italianas ante la llegada de inmigrantes ilegales del norte de África a la isla de Lampedusa.
El Alto Comisionado afirma que “no sería de extrañar” que los países europeos comiencen a recibir solicitantes de asilo procedentes de Libia, así como grupos de inmigrantes en los que se mezclen, como ocurrió en Sicilia y Lampedusa, quienes emigran por razones económicas con aquellos que necesitan protección internacional. No obstante, en España no hay tradición en este sentido. La comunidad de ciudadanos libios se reduce a 37 personas, según el Ministerio de Trabajo e Inmigración, y en todo el año pasado sólo se cursó una petición de asilo con esta nacionalidad. Además, las fuentes de ACNUR señalan que las revueltas en Túnez y Egipto no han generado solicitudes de asilo a España procedentes de estos países. Por otra parte, ACNUR ha incidido en la “preocupante” situación de los cerca de 8.000 ciudadanos de distintos países del mundo que residen en Libia en calidad de refugiados y los casi 3.000 que se encuentran en el país en espera de que se resuelva su petición de asilo. Según ha informado ACNUR, muchas de estas personas proceden de países del Africa Subsahariana, al igual que los mercenarios contratados por Gadafi para aplastar las revueltas, lo que está provocando que se les confunda con los asesinos y se les persiga, pasando así de ser personas bajo protección a “convertirse en objetivo”. El Alto Comisionado explica: “No se atreven casi ni a salir de casa”.
“Gadafi está acabado, asustado, acojonado, como buen cobarde dictador que es –escribe Nafuente en “La Huella Dgital.es”–. Quizá el paraguas es para protegerse de tanta crítica del cínico Occidente, que hasta hace dos días le besaba los pies a este dictador, envuelto de harenes y jaimas. En el poder desde 1969, que se dice pronto, Gadafi ve cómo Libia se suma a la ola de libertad que grita el mundo árabe. Las razones para gritar: la pobreza y el hartazgo colectivo. Las herramientas para gritar: Internet y Al Yazira. Los sueños para gritar: vivir en paz y sonreír por fin. Suficientes proyectiles para que a este energúmeno incluso le llueva dentro de una camioneta”.
“Saif Gadafi, aspirante a príncipe de Gales de la república hereditaria de Libia –escribe en su blog Ignacio Escolar–, estudió en la London School of Economics. El título de su tesis doctoral es un terrible sarcasmo: “El papel de la sociedad civil en la democratización de las instituciones de gobernanza global, del poder blando a la toma colectiva de decisiones”. ¿Y cuál es el papel, según Saif, de esa sociedad civil libia que clama por la democracia? Sin saber su teoría, está clara la práctica: el papel de víctima. Los Gadafi han sacado su propia lección de las revoluciones de Egipto y Túnez: Mubarak y Ben Ali se pasaron de blandos. El tirano y su chaval han elevado la represión a su potencia: no sólo sacan los tanques a la calle; también la artillería, los helicópteros e incluso los cazabombarderos. Mientras cierro esta columna, no está claro si los Gadafi huirán de Libia o si, por desgracia, lograrán permanecer en el poder tras el baño de sangre. No sé qué futuro espera al dictador, pero sí conozco su pasado: el de un despótico tirano que, en la última década, pasó del ostracismo y la repulsa a convertirse en otro amigo más de Occidente, con alfombra roja en Francia, Italia o España. Su rehabilitación fue uno de los milagros de la ‘guerra contra el terror’ fue uno de los milagros de la ‘guerra contra el terror’, tras el 11-S”.
En el 2003, José María Aznar entonces presidente del Gobierno, fue el primer líder europeo en visitar a Gadafi en su país. Gadafi le regaló un caballo. No se sabe qué ha sido del equino.
“Fue precisamente Aznar –continúa Ignacio Escolar en su blog– el primer mandatario occidental que visitó Trípoli tras la retirada de las sanciones por parte de la ONU, en septiembre de 2003. En la delegación española, cómo no, viajaba también Repsol. Libia es una dictadura, sí; pero tiene petróleo. Gracias a ese gran hecho diferencial, Zapatero mantuvo después esa misma relación privilegiada. Mi gran duda es la de siempre: ¿son los intereses de las grandes empresas españolas los intereses de los españoles? ¿Sí? ¿Siempre y bajo cualquier circunstancia? Y la sociedad civil española, ¿qué dice de todo esto?
Pasamos del terror de lo que está pasando el Libia al ingenio sugerido por los humoristas. La imagen de un isleño como Pep Roig, con la estatua de la Libiartad, no puede ser más elocuente. Le siguen otras imágenes como la de Forges, las de Latuf, El Roto o la de Pedro Molina.
Seguimos con las de Manel Fontevila: Ante Libia, Libia, Justicia y mercado, La llama de la rebelión y Sin importancia.
Territorio Vergara se regodea con la Revolución Libia, Le Europa humanitaria, A vueltas con la sucesión, La querella contra las agencias de rating y el número 110.
Y Pep Roig, con La Libertad, La política española real, Las consecuencias, ¡Que vienen! y Cloaca.
Terminamos con un vídeo original: Corridas de fumadores. Se trata de un fragmento del programa “Vaya Semanita” emitido en ETB el 21-01-2011. “Vaya semanita” es un programa de humor emitido en la segunda cadena de Euskal Telebista, producido por Pausoka. Estrenado por ETB el 2 en septiembre de 2003, el programa se ha hecho también popular en toda España gracias a las continuas menciones en programas de zapping y vídeos enviados a través de correos electrónicos. La clave del programa es el desenfado y la insolencia, burlándose de toda clase de temas y tabúes sobre el País Vasco —incluso el terrorismo etarra. El programa recibe críticas y elogios de cualquier sector (incluso de la prensa francesa). El 21 de enero pasado se emitió este video titulado “Corridas de fumadores en Catalunya”, como forma de volver a abrir las plazas de toros catalanas, cerradas desde que se aprobó la ley que prohibía la celebración de estos festejos. Ahora son corridas de fumadores, un espectáculo que ha vuelto a llenar los graderíos.