29 de marzo. Excepciones a parte.
Claro que el seguir ciegamente la propia vocación literaria no siempre conduce a la miseria. A veces se dan casos excepcionales, como el de Camilo José Cela, quien consiguió los más importantes premios nacionales y el Nobel de Literatura. Pero, tras acariciar los laureles del triunfo, este escritor gallego también ha cosechado ciertas críticas preocupantes por parte de lectores que dudan de su honradez profesional. Me refiero concretamente a las que hacen mención de su Premio Planeta 1994.
Ese mismo año, Carmen Formoso, maestra en la actualidad jubilada, concurría al premio con su obra “Carmen, Carmela, Carmiña” (Fluorescencias), pasando sin pena ni gloria entre un jurado que eligió, por imposición de la editorial, la obra de Cela, anunciada incluso con antelación al fallo. Un par de años después, su novela cayó en manos de Formoso quien, sorprendida por un presumible plagio, presentó una querella criminal contra el escritor por un supuesto delito de apropiación indebida y contra la propiedad intelectual. Naturalmente, Carmen había aireado su obra en un mar de tiburones. Pero había tenido el acierto de acudir primero al Registro de Propiedad Intelectual para que quedara fe de su novela escrita.
A mediados de siglo, Cela había intentado hacerse con los literatos republicanos exiliados. En mayo de 1956, el escritor sugería a Zenobia y a Juan Ramón Jiménez, exiliados en Puerto Rico, la idea de traerles a Mallorca, isla mediterránea en donde vivía. Cela deseaba que se olvidaran de su oposición a la España de Franco. “Vega usted a España, directamente a Mallorca, en un buen barco –les escribe entonces–. Aquí no hay líneas regulares, pero sí cruceros turísticos que hacen escala. Mallorca es sosegada y luminosa, templada y dulce, mediterránea y tierna. En el campo de Mallorca aspea el viejo molino y brota la blanca y rosada flor de almendro. En Mallorca, Zenobia, Juan Ramón y usted tienen un escudero. Aquí hay buenos médicos y, para verlos a ustedes, vendrían los que eligiésemos de Madrid y Barcelona”. Pero ni Juan Ramón ni Zenobia deciden dar el salto. Al contrario, se quedan en Puerto Rico hasta que, meses más tarde, les sobreviene la muerte.
Desde Palma de Mallorca, Camilo José Cela había lanzado sus “Papeles de Son Armadáns”. Hasta finales de marzo de 1978, colaboraron asiduamente en ellos personajes republicanos tales como Max Aub, Corpus Barga, María Zambrano, Francisco Ayala, Ramón Gómez de la Serna, Jorge Guillén, Américo Castro, Serrano Poncela, Ramón Sender, Juan Marichal, Manuel Andújar, Manuel Altolaguirre y otros exiliados españoles quienes, pese a mantener una mentalidad totalmente opuesta a la suya, no se opusieron a la idea de escribir en los papeles del que había sido censor al servicio del régimen del general Franco.
En agosto de 1972, Cela escribe en su revista una afectuosa despedida a sus viejos amigos, Américo Castro y Max Aub: “Max Aub, el compañero que –como Américo Castro– había honrado mi casa viviendo en ella y en estas páginas escribiendo en ellas, también ha muerto. Descanse en paz en el lejano Méjico hasta donde le había barrido el mal viento de la peor circunstancia. Amén”. Camilo José le había conocido en 1933 ó 1934, cuando tenía diecisiete o dieciocho años, en la dominical tertulia en casa de María Zambrano, “en la plaza del conde de Barajas, del Madrid que a todos nos reunía y que a todos nos dispersó, y aún él me recordaba hace cosa de un mes o mes y medio en Palma de Mallorca. ¿Quién nos había de decir, él a mí, que aquel recuerdo había de ser nuestra común palabra postrera. Max era un hombre pequeño y brillante, inquieto y nervioso y bullidor, cascarrabias y afable, curiosísimo de todo lo que fuera expresable con la palabra culta y literaria y enamorado de la letra de imprenta, del papel, la tinta y el buen arte de la composición”.
Pero, a veces, la manera de pensar y de obrar de Cela chocaron bruscamente con alguno de los exiliados invitados. Tal es el caso de Ramón José Sender que, en octubre de 1976, acude a su casa de Mallorca. “Ya desde el principio –recuerda su hijo, Camilo José Cela Conde, en su libro “Cela, mi padre”– las cosas salieron torcidas. El primer día, Sender se cayó por las escaleras que bajan al comedor y hubo que enyesarle un pie, militando un poco sus movimientos”. Más tarde, en una cena con diversas personalidades invitadas en la que se habla de la Guerra Civil, Sender se enfrente a Cela, en un altercado que termina en riña abierta. Así lo cuenta Sender a la periodista y poetisa, Julia Uceda: “Lo de Cela fue un incidente idiota. Estábamos en la mesa unas quince personas. Discutíamos de política y él dijo: ‘Ojalá entren cuanto antes en Madrid los tanques rusos’. Yo le dije: ‘Entraron ya en 1936 y los recibí yo, ¿y sabes lo que nos trajeron? Nos trajeron a Franco, a quien tú pediste humildemente que te nombrara delator de la Policía. De la Policía que mató a mi mujer’. Luego tiré del mantel hacia arriba y volaron los platos, floreros, cirios, hubo duchas de caldo gallego para casi todos los invitados…Cela vino hacia mí y le dije: ‘Cuidado, porque voy a romperte la cabeza y no tienes otra”.
La versión que da Cela Conde difiere de la de Sender. En una cena en la que se abrió demasiado pronto un vino excelente y de alta producción y en la que se mezcló el whisky, la conversación derivó hacia la Guerra Civil. “Sender se fue acalorando y comenzó a subir cada vez más la voz. A tal punto llegó su excitación que acabó por levantarse y, mientras daba un puñetazo sobre el plato lleno de caldo gallego, acusó a gritos a los presentes de ser culpables del asesinato de su mujer”.
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