Anthony Hopkins, el actor que solo aprendió a ser feliz al cumplir los 75.
El pasado diciembre
Anthony Hopkins (nacido en Port Talbot, Reino Unido, en 1937) celebró en un
vídeo de Twitter su etapa de 45 años sin beber alcohol. La revelación
sorprendió a sus seguidores. Su imagen pública era la de un actor de máximo
prestigio en teatro y en cine, gentil caballero británico y, desde hace un par
de años, abuelo favorito de internet. Hoy, Hopkins, que a sus 83 años ha batido
el récord de edad en la categoría de mejor actor de los Oscar con su nominación
por “El padre”, ha contado en varias ocasiones su lucha con el alcoholismo, la
depresión y los ataques de ira. Y los remordimientos por abandonar a una hija
recién nacida, así como su odio hacia Shakespeare y todo lo británico.
Cuando era pequeño, los
profesores, los compañeros y sus padres le repetían que era demasiado tonto
para cualquier trabajo. Nunca tuvo ningún amigo y se pasaba las tardes
dibujando o tocando el piano. A veces ni siquiera asistía a su propia fiesta de
cumpleaños. “Me sentía el más tonto de la clase, quizá tenía problemas de
aprendizaje, pero era incapaz de entender nada. Mi infancia fue inútil y
enteramente confusa. Todo el mundo me ridiculizaba”, reveló a The New York
Times. En 1968 abandonó a su primera esposa, con la que tenía un bebé de cuatro
meses, porque era “demasiado egoísta” para crear una familia. A un periodista
de The Guardian, hace tres años, le explicó que viene “de una generación en la
que los hombres eran hombres. Y la parte negativa de ello es que no se nos da
bien recibir amor o darlo”.
Durante los setenta,
Hopkins adquirió cierta fama de “actor temperamental”. Sufría ataques de ira
durante los rodajes, llegaba a las manos con los directores o desaparecía sin
dar explicaciones. Años después él mismo confesaría que, como no quería beber
durante la jornada laboral, su agresividad surgía porque siempre estaba
resacoso. Pero, desde el 29 de diciembre de
1975, Hopkins asegura no haber vuelto a beber. “Admití que tenía miedo, lo cual
me dio una libertad maravillosa. Me sentía inseguro, paranoico, aterrorizado.
Temía no valer para nada, que no encajaba en ningún sitio”, confesó a The New
Yorker el mes pasado.
A pesar del éxito de “Magic”,
“El hombre elefante” o “Motín a bordo”, su carrera en Hollywood no despegaba y tuvo
que regresar a Londres. “Esa parte de mi vida se ha terminado, es un capítulo
cerrado. Supongo que tendré que conformarme con ser un actor respetable en el
teatro y hacer trabajos respetables en la BBC durante el resto de mi vida”,
declaró entonces. Una tarde fue al cine a ver “Arde Mississippi” y sintió
envidia, rabia y frustración por no tener una carrera como la de Gene Hackman.
Días después su agente americano lo llamó por teléfono: Hackman había rechazado
el papel de Hannibal Lecter y él era la segunda opción.
A Hopkins le bastaron 17
minutos en “El silencio de los corderos” para pasar a la historia del cine.
Aquel triunfo le trajo un Oscar, un título de sir y la percepción colectiva de
ser lo que el gran público llama “un actorazo”. Pero su mayor triunfo fue
personal. “Quería curar mi herida interna, quería venganza. Quería bailar sobre
las tumbas de todos los que me hicieron infeliz. Quería ser rico y famoso. Y lo
he conseguido”, presume en Vanity Fair. Y el actor asegura que nunca ha sido
tan feliz como después de cumplir los 75. La experiencia le animó a volver a
Shakespeare, también con la BBC, y, últimamente, sueña con elefantes, como los
que vio de pequeño con su abuelo en “Elephant Boy”. “También pienso mucho en un
día que pasé con mi padre en la playa”, confesó a Interview. “Yo estaba
llorando porque se me había caído a la arena un caramelo que me había comprado.
Pienso en ese niño miedoso, que estaba destinado a crecer y a volverse un
idiota en la escuela. Torpe, solitario, rabioso. Y quiero decirle: ‘No pasa
nada, chaval, lo hemos hecho bien”.
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