“Rubiales ha matado la Copa”.
Salma Paralluelo, celebrando un gol durante un partido de la Copa Mundial Femenina de la FIFA.
Antonio Avendaño lo
anunciaba ayer en ElPlural.com: “El presidente de la RFEF se declara patriota,
pero su amor a la patria acaba donde empieza su amor a su persona. Su machismo
y su soberbia han doblegado a su patriotismo. La chulería de uno ha arruinado
la gloria de todos. Y de todas. Sobre todo, de todas. Lo importante era haber
ganado la Copa del Mundo de Fútbol Femenino, pero apenas hemos podido ver unos
breves destellos de esa copa porque Luis Rubiales se apresuró a enterrarla ese
mismo día bajo toneladas de estiércol. Su orgullo, su machismo y su soberbia se
han impuesto por goleada a su patriotismo. Su amor a la patria acaba allí donde
empieza su amor a sí mismo, y al ser este tan grande aquel queda necesariamente
muy menguado”.
“Con el caso Rubiales ha
vuelto a la actualidad una nueva y algo deslucida versión la vieja historia de
las dos Españas, esta vez no con aires de tragedia sino más bien de ópera bufa.
De comedia. De comedia del falangista Alfonso Paso, que todavía en los primeros
compases de la Transición, recién muerto El Muerto, paseaba por los pabellones
deportivos de aquella España naciente su facundia vagamente imperial y, ya en
aquellos años, irremediablemente anacrónica. Paso había sido un autor de éxito
durante la dictadura; su temprana muerte le salvó de contemplar el descrédito y
la ruina que ya entonces acechaban a su teatro. Luis Rubiales es un Alfonso
Paso sin gracia ni talento: su patética intervención ante la asamblea de la
Real Federación Española de Fútbol proclamando hasta cinco veces que no iba a
dimitir recordó por un momento aquellos mítines fervorosamente franquistas del
pobre Paso ante un público en apariencia numeroso, pues ciertamente abarrotaba
los recintos atendiendo la llamada de Fuerza Nueva, pero luego las urnas
certificaban que su número era estadísticamente insignificante. Eran pocos,
pero sabían hacer ruido y bulto. Como los que aplaudían a Rubiales en aquella
asamblea. El tipo todavía no se ha enterado de que ni siquiera los que tanto lo
aplaudieron volverán a votarlo jamás para cargo alguno. La España que él
encarna está más acabada que el teatro de Paso.
“Aun así y en contra de
lo esperado por el Gobierno, considera el Tribunal Administrativodel Deporte
que el acto de Rubiales es ‘grave’, pero no ‘muy grave’, por lo que el Consejo
Superior de Deportes no podrá suspender al presidente de la Real Federación
Española de Fútbol. La esperadísima sentencia ha sido un revés para el
Ejecutivo y para el feminismo más severo e hiperventilado, pero tal vez no para
la justicia, pues el dictamen de ‘muy grave’ debe reservarse para injurias,
ofensas o agresiones de mayor alcance que un beso abusivo y veloz…
“¿Cómo es posible que un simple beso lleve ya dos semanas ocupando espacios relevantes en los principales medios de comunicación del mundo entero? (…) Para Rubiales -y para Vox- no pasó nada; para la jugadora pasó mucho y para el resto del mundo pasó todo. El beso robado se parece a esas pequeñas corruptelas cuyo inesperado descubrimiento le cuestan la carrera política a cualquier ministro de cualquier país… del norte de Europa. En aquellas latitudes el caso dura dos días porque el tipo en cuestión dimite de inmediato; en esta, dura ya dos semanas porque Rubiales no lo ha hecho. La decisión del reo de incumplir la sentencia unánime del tribunal de la opinión pública mundial es lo que lo ha convertido, como diría Savater, en un nuevo John Wilkes Booth”.
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