20 de junio.Dar tiempo al tiempo
Me da miedo dormirme porque entonces la vida corre el doble. Sueño a una velocidad de vértigo y paso momentos de pavor, soltando como puedo, gritos desesperados en plena noche, que me despiertan y alarman a quienes me aman.
Son sueños extraños que, como la cara oculta de la luna, sé que están ahí, aunque nunca pise sobre ella o trate de desandarlos. Son como la realidad de la otra vida. Reconozco que ellos me liberan de fuerzas caóticas y ocultas y, al levantarme, cada mañana, me encuentro en forma para seguir caminando y vivir a tope otra jornada, cosa que consigo al soltar parte de mis ansiedades a través de este tubo de escape. Pero prefiero vivir despierto. Entre otras razones porque me permite disfrutar del tiempo con más calma, sin amontonar mis gozos y mis penas, viviéndolos despacio y sin prisas, como la vida misma.
Presiento que, a mi edad, querer beberse la vida en dos tragos es un atropello imperdonable. Prefiero saborearla lentamente, día a día, hora tras hora, minuto tras minuto, con sus momentos de dulzura y amargura, de gloria y de infierno, sus periodos de alegría y de tristeza, sus etapas de creación y de infecundidad, sus periquetes de locura y de cordura, sus instantes de placer y de dolor, sus segundos de todo y de nada, sus más y sus menos, sin trompicones y sin prisas por volver la hoja, cada cosa a su hora, dando tiempo al tiempo. En cambio, en los sueños que tengo, todo sucede al mismo tiempo, lo que me sobrecoge y me hace gritar de pánico.
Son sueños extraños que, como la cara oculta de la luna, sé que están ahí, aunque nunca pise sobre ella o trate de desandarlos. Son como la realidad de la otra vida. Reconozco que ellos me liberan de fuerzas caóticas y ocultas y, al levantarme, cada mañana, me encuentro en forma para seguir caminando y vivir a tope otra jornada, cosa que consigo al soltar parte de mis ansiedades a través de este tubo de escape. Pero prefiero vivir despierto. Entre otras razones porque me permite disfrutar del tiempo con más calma, sin amontonar mis gozos y mis penas, viviéndolos despacio y sin prisas, como la vida misma.
Presiento que, a mi edad, querer beberse la vida en dos tragos es un atropello imperdonable. Prefiero saborearla lentamente, día a día, hora tras hora, minuto tras minuto, con sus momentos de dulzura y amargura, de gloria y de infierno, sus periodos de alegría y de tristeza, sus etapas de creación y de infecundidad, sus periquetes de locura y de cordura, sus instantes de placer y de dolor, sus segundos de todo y de nada, sus más y sus menos, sin trompicones y sin prisas por volver la hoja, cada cosa a su hora, dando tiempo al tiempo. En cambio, en los sueños que tengo, todo sucede al mismo tiempo, lo que me sobrecoge y me hace gritar de pánico.
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