19 de diciembre. ¿Libertad de prensa?
A pesar de la opinión de Camilo José Cela, según la cual la prensa, la radio y la televisión han disfrutado, bajo esta monarquía, de la mayor libertad conocida desde hace años, he tomado una drástica decisión: recelar frente a estos conceptos y desconfiar de los medios que los pregonan. Sospecho, por principio, de esas dos palabras –monarquía y libertad de prensa– y he dejado de creer a ojos cerrados en todo lo que me cuentan. Así que desconfío sistemáticamente de los periódicos, las ondas y la pequeña pantalla y, sobre todo, de cómo lo cuentan. Intento pasar cuanto leo, escucho o veo, por la criba despiadada de la crítica. Y saco no pocas conclusiones a base de recomponer lo no publicado por esos medios y de adivinar lo que se callan. De la radio, sólo me entrego sin nada que objetar a la música clásica y a la de jazz, o a mis cantautores favoritos. La televisión, de la que hace tiempo que ya no aguanto más de un programa entero, me sirve no pocas veces para dormirme. Tal es el cúmulo de verdades a medias, sofocadas por intereses publicitarios, mentiras piadosas, verdades a medias, o por entretenimientos zafios y nimiedades aportadas, que su consumo me hastía e indigesta.
Desde que sigo esta norma, impuesta a rajatabla, me siento mucho más liberado y ágil, más capaz de comprender el mundo que me rodea y menos intoxicado por los intereses bastardos de empresas periodísticas que intentan que comulguemos con sus ruedas de molino e imponen ante todo la sacrosanta publicidad. Ésta es, demasiadas veces, lo único que de verdad parece importarles. Todo lo demás, está sujeto a las exigencias de la misma. De ahí que los medios que subordinan los intereses generales a los privados me obligan a desconfiar de ellos. En este sentido, estoy a favor de Gustave Flaubert, cuando, dirigiéndose a Madamme Brainne, en enero de 1879, escribía: “Usted ignora esta máxima: ‘Los honores deshonran, el título degrada, la función embrutece’. Y, por otra parte, ¿soy capaz de ocupar una plaza, la que sea? Al mismo día siguiente me pondrían en la calle por insolencia e insubordinación. La desgracia no me empuja a la docilidad, al contrario. Soy, más que nunca, de un idealismo frenético y estoy dispuesto a morir de hambre y de rabia antes que hacer la mínima concesión”.
Si todos los lectores de prensa, oyentes de radio o espectadores de televisión, hicieran de alguna manera el boicot a esos medios cuando no cuentan lo que realmente interesa al ciudadano, sino lo que ellos creen interesarle, otro gallo cantaría.
Desde que sigo esta norma, impuesta a rajatabla, me siento mucho más liberado y ágil, más capaz de comprender el mundo que me rodea y menos intoxicado por los intereses bastardos de empresas periodísticas que intentan que comulguemos con sus ruedas de molino e imponen ante todo la sacrosanta publicidad. Ésta es, demasiadas veces, lo único que de verdad parece importarles. Todo lo demás, está sujeto a las exigencias de la misma. De ahí que los medios que subordinan los intereses generales a los privados me obligan a desconfiar de ellos. En este sentido, estoy a favor de Gustave Flaubert, cuando, dirigiéndose a Madamme Brainne, en enero de 1879, escribía: “Usted ignora esta máxima: ‘Los honores deshonran, el título degrada, la función embrutece’. Y, por otra parte, ¿soy capaz de ocupar una plaza, la que sea? Al mismo día siguiente me pondrían en la calle por insolencia e insubordinación. La desgracia no me empuja a la docilidad, al contrario. Soy, más que nunca, de un idealismo frenético y estoy dispuesto a morir de hambre y de rabia antes que hacer la mínima concesión”.
Si todos los lectores de prensa, oyentes de radio o espectadores de televisión, hicieran de alguna manera el boicot a esos medios cuando no cuentan lo que realmente interesa al ciudadano, sino lo que ellos creen interesarle, otro gallo cantaría.
Y de la monarquía ¿qué? De eso hablaré otro día, cuando lo crea oportuno.
1 comentario:
Completamente de acuerdo.
Se me ocurre que a dia de hoy LA CLAVE de Balbin no sería posible por "demasiadas inconveniencias" el formato, la duración, la imposibilidad de meter baterias de anuncios de 30 minutos,la representación plural, la espontaneidad impredecible de los invitados al manifestar sus opiniones, etc. incluso que el presentador acostumbre a tener una copa al lado, y encender su cachimba serían consideradas actitudes "no correctas" y ajustadas al libro de estilo. Por todo ello y seguramente algo más NO HAY CLAVE. Desde entonces practicamente no hay debates,Los que hay asustan y se programan a altas horas de la noche, porque no interesa que interesen.
A veces creo que durante el periodo de la transición había más libertades. El desgobierno de la UCD, y el referente utopico que manejabamos hacía que nos ejercitaramos más como ciudadanos. Hoy dia, un simple policia local puede arruinarnos la vida. Por cojones, o por puntos. "Atrapados en azul" como dice Ismael serrano.
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