25 de junio. Miró, con los pies en la tierra.
Miró, en su estudio mallorquín de Can Abrines.
La exposición de Joan Miró, “Miró-Tierra”, me recuerda los años que pasé en Mallorca, sin que llegara jamás a coincidir ni a hablar con él. Claro que yo, a diferencia del pintor, jamás he pintado nada. Nacido en Barcelona en 1893, el artista sufrió en Francia la invasión alemana, en donde hacía tres años que vivía, lo que le obligó a trasladarse a Mallorca cuando yo no había aún nacido. En los primeros años de su infancia había pasado unas semanas de veraneo en Palma, capital, y en Sóller. Luego, en 1956, volvió a la isla, para residir en Son Abrines, muy cerca de la residencia del escritor, Camilo José Cela, donde vivió, con su esposa, Pilar Juncosa, su época más activa y profunda. Cuentan que, en uno de sus últimos momentos de lucidez, pidió a su mujer un lápiz y papel. “¿Quieres dibujar?– le preguntó ella. ”No –le contestó–. Quiero un lápiz y un papel para escribir: ‘Te quiero mucho’. Quiero que lo sepan todos”. Pocas horas después moría, el 25 de diciembre de 1983. Una nota escrita por él en 1970, se hizo entonces pública. “No quiero honores ni gloria –expresaba el artista– y deseo que mis honras fúnebres sean celebradas en la intimidad y que el sacerdote oficie la homilía en un catalán que sea entendido por todos”.
Recuerdo todos estos datos cuando hoy, 25 años después de su desaparición, el Museo Thyssen-Bornemisza monta una exposición, abierta hasta el 14 de septiembre, sobre su obra más desconocida en los últimos años. En el vanguardista y poético París, el artista desarrolló la faceta más conocida, la de los astros inalcanzables. Era tan auténticamente pintor que le bastaba con distribuir tres manchas de color sobre una tela para que ésta se convirtiera en una obra de arte. Pero faltaba mostrar los últimos años de su obra, "relegada por estereotipos", reconoce el comisario de la exposición, Tomàs Llorens quien reconoce que “el último Miró es la coronación de la evolución de su poética. Hay que entenderlo en su propia dimensión, en el contexto de la aventura por la modernidad”.
Las 70 obras de la exposición, entre pinturas, esculturas, cerámicas, “collages” y dibujos, están distribuidas en orden cronológico entre siete salas temáticas correspondientes a siete décadas distintas. El Miró de las últimas salas es el del artista que supo estar despierto hasta el último momento". Su nieto, Joan Punyet Miró, expresa la "profunda emoción" que le produce esta exposición. El heredero recuerda que fue Joan Miró quien le enseñó a escuchar el silencio de la noche y a observar las estrellas, “una persona que vivió por y para la naturaleza”. Confiesa que, en los últimos años, llegó a quemar cinco de sus obras para demostrar que estaba más vivo que nunca y para expresar su rechazo a la especulación que algunos hacían con su trabajo. Algunas de ellas fueron salvadas y están presentes en la exposición.
Recuerdo todos estos datos cuando hoy, 25 años después de su desaparición, el Museo Thyssen-Bornemisza monta una exposición, abierta hasta el 14 de septiembre, sobre su obra más desconocida en los últimos años. En el vanguardista y poético París, el artista desarrolló la faceta más conocida, la de los astros inalcanzables. Era tan auténticamente pintor que le bastaba con distribuir tres manchas de color sobre una tela para que ésta se convirtiera en una obra de arte. Pero faltaba mostrar los últimos años de su obra, "relegada por estereotipos", reconoce el comisario de la exposición, Tomàs Llorens quien reconoce que “el último Miró es la coronación de la evolución de su poética. Hay que entenderlo en su propia dimensión, en el contexto de la aventura por la modernidad”.
Las 70 obras de la exposición, entre pinturas, esculturas, cerámicas, “collages” y dibujos, están distribuidas en orden cronológico entre siete salas temáticas correspondientes a siete décadas distintas. El Miró de las últimas salas es el del artista que supo estar despierto hasta el último momento". Su nieto, Joan Punyet Miró, expresa la "profunda emoción" que le produce esta exposición. El heredero recuerda que fue Joan Miró quien le enseñó a escuchar el silencio de la noche y a observar las estrellas, “una persona que vivió por y para la naturaleza”. Confiesa que, en los últimos años, llegó a quemar cinco de sus obras para demostrar que estaba más vivo que nunca y para expresar su rechazo a la especulación que algunos hacían con su trabajo. Algunas de ellas fueron salvadas y están presentes en la exposición.
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