Esa envidia que corroe por dentro.
“Me crispa que el Govern promocione las islas con Douglas” se lamenta Rossy de Palma, una artista que, a los 16 años, se vio obligada a emigrar de su isla para “saciar inquietudes”. Así lo declaraba hace unos días en el “Diario de Mallorca”. Y añadía: “No entiendo de fronteras geográficas. Si acaso, sólo gastronómicas. Por eso, cuando oigo hablar de los conflictos territoriales me da la risa. Es una cuestión política... como lo del Estatut... Bueno, mejor me callo, que sino me lanzo y luego me meto en un lío”.
Rossy confesaba estar contenta de regresar a su tierra por motivos profesionales. “Hubo un tiempo –reconoce– en el que estuve peleada con Mallorca. No entendía por qué no se apoyaba a los artistas. Me hubiera encantado contar con los políticos cuando iniciamos el proyecto de ‘Peor Imposible’ pero siempre había un ‘no’ por respuesta. Afortunadamente, he podido reconciliarme”. Pero su opinión acerca de las subvenciones y del cariño de las autoridades hacia lo suyo sigue siendo muy crítica. Y se lamenta de los millones de euros abonados por el Govern a Michael Duglas para promocionar su isla, “derrochados en un actor que además, aprovecha el tirón y también anuncia otro archipiélago”. “Aún espero –reconoce en la misma entrevista con Vanesa Sánchez– el día en el que, en Mallorca, se produzca un seísmo cultural para que los artistas dejen de emigrar. Tenemos muy buena materia prima como para dejarla escapar. Yo me fui porque tenía muchas inquietudes y debía saciarlas, pero me hubiera gustado poder hacerlo aquí”.
No es una simple excepción. Hay otros nacidos en la isla –tierra que mata a los que pretenden sobresalir– que tuvieron que emigrar para ser reconocidos. Me refiero a Daniel Monzón, nacido en Palma en 1968. A los 8 años, ya dibujaba películas en el papel vegetal y las mostraba a sus vecinos de escalera, proyectando las imágenes en un arcaico aparato de cine NIC. Trabajó como periodista y crítico de cine en la revista “Fotogramas”, en programas de radio peninsulares, además de ser el subdirector del programa de Televisión Española “Días de cine”. En toda esta época, Daniel Monzón se dedicó a absorber una gran cantidad de conocimientos sobre cine. Debutó como director, en 1999, con la película “El corazón del guerrero”, en la que también se ocupó del guión. En 2002, filmó “El robo más grande jamás contado”. En 2006, “La caja Kovak”, producida por España y Estados Unidos, que obtuvo el Premio del Público en el Festival de Cine Fantástico de Lund (Suecia). Y, ahora acaba de dirigir “Celda 211, que, juntamente con Miguel Dalmau, serán protagonistas en los Goya, optando a 16 estatuillas.
En cuanto a Dalmau, guionista, escritor y crítico literario, ha recorrido un camino contrario. El catalán, autor, junto con Miguel Ángel Fernández, de “El cónsul de Sodoma”, cinta polémica, mal recibida por algunas voces como la del propio Marsé, es un residente en la isla desde hace una quincena de años. Amigo de Gil de Biedma, protagonista de la película, Dalmau ha recibido cuatro nominaciones más a los Goya. “Desde la aparición de mi biografía sobre Jaime Gil de Biedma –escribía el pasado miércoles en “El País”–, el escritor Juan Marsé se ha enzarzado en una ruidosa cruzada en defensa del poeta. El pasado viernes atacaba con pésimo gusto en este diario la película “El cónsul de Sodoma”, inspirada libremente en mi libro... Cuando se desciende a descalificaciones personales con modos de verdulero –llamar poco menos que gánster sin escrúpulos al productor o aludir al origen geográfico del director– quizá uno no esté tan arriba moralmente como se cree. Es posible que Gil de Biedma mereciera un mejor biógrafo y una mejor película. Pero lo que es seguro es que merecía mejores amigos, unos defensores de mayor enjundia intelectual, de mayor categoría humana, menos vagos y oportunistas, en suma: más valientes. Sin esas virtudes, todos esos disparos no son más que pólvora mojada. El peor drama que le puede ocurrir a un viejo pistolero”.
Por su parte, Juan Marsé contestaba ayer en “El País” a unas declaraciones de Andrés Vicente Gómez al que el novelista tilda de “comentarios gacetilleros que son auténticas falacias. ¿Película valiente, temeraria, transgresora, que nos muestra al poeta desnudo de cintura para abajo? ¡Cuánta miseria y gilipollez! Una peliculilla de Betty Boop podría escandalizar más”.
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