Rajoy y la calle.
Mientras que Mariano Rajoy decía el pasado domingo, desde Sevilla, que la reforma social era “justa, buena y necesaria” y se mostraba convencido de que los españoles aceptarían los sacrificios necesarios y el rumbo marcado por reformas como la laboral, cientos de miles de españoles de 57 ciudades de toda España protestaban en la calle y respondían a la llamada de los sindicatos, calificándola de “injusta, ineficaz e inútil”.
“Los problemas son extremadamente graves –resumía Rajoy en la clausura del 17º Congreso Nacional del PP– no se van a resolver en dos tardes y las medidas no serán agradables”. Y advirtió de que, por todo ello, su Ejecutivo va a seguir actuando “sin vacilaciones y sin perder un minuto”. El presidente del Gobierno expresó su respeto por las movilizaciones provocadas en toda España, pero insistió en que la modificación de la legislación laboral es “justa, buena y necesaria” ante los casi cinco millones de parados. “Si queremos que España crezca y cree empleo, hay que hacer esto que hemos hecho. Así lo creo, así lo siento y así se lo digo a todos los españoles”. Y se vanaglorió de su Ejecutivo que, en siete semanas, “ha hecho más reformas que en siete años del Gobierno anterior”.
Para reforzar su postura, el PP lanzaba una campaña en tromba contra los sindicatos y minusvaloraba la manifestación del domingo. Algunos observadores, como Ignacio Escolar, advierte que pueden pasar dos cosas: “Que se les vaya la mano y su propio prestigio quede tocado –qué hipócrita resulta ver al PP criticar la falta de transparencia de los sindicatos cuando ellos mismos no aclaran los sobresueldos que pagan desde Génova, un dinero que también es público–. O que esta campaña sea un éxito y, muertos los sindicatos, tengan enfrente a un rival mucho más peligroso para la estabilidad social de España: a una protesta amorfa e incontrolable, sin líderes ni interlocutores claros, a unas movilizaciones a la griega, a un nuevo 15-M desbocado”.
Otros observadores, como Fernando Jáuregui, se preguntan si, mientras Rajoy habla, la calle le escucha. “Rajoy tendrá que recurrir, para convencer a una población que no quiere sentirse griega, pero que tampoco -ya lo hemos visto este domingo-- aguantará hasta el límite recortes y restricciones, a grandes pactos, y eso solamente podrá hacerlo con los ahora desnortados socialistas. Tendrá que pactar en el Parlamento... y en la calle”. Porque la calle no es que sea propiedad de los sindicatos pero tampoco lo es del Gobierno. Sobre todo del Gobierno que se empeña en minimizar el alcance de la protesta contra una reforma laboral.
“Los problemas son extremadamente graves –resumía Rajoy en la clausura del 17º Congreso Nacional del PP– no se van a resolver en dos tardes y las medidas no serán agradables”. Y advirtió de que, por todo ello, su Ejecutivo va a seguir actuando “sin vacilaciones y sin perder un minuto”. El presidente del Gobierno expresó su respeto por las movilizaciones provocadas en toda España, pero insistió en que la modificación de la legislación laboral es “justa, buena y necesaria” ante los casi cinco millones de parados. “Si queremos que España crezca y cree empleo, hay que hacer esto que hemos hecho. Así lo creo, así lo siento y así se lo digo a todos los españoles”. Y se vanaglorió de su Ejecutivo que, en siete semanas, “ha hecho más reformas que en siete años del Gobierno anterior”.
Para reforzar su postura, el PP lanzaba una campaña en tromba contra los sindicatos y minusvaloraba la manifestación del domingo. Algunos observadores, como Ignacio Escolar, advierte que pueden pasar dos cosas: “Que se les vaya la mano y su propio prestigio quede tocado –qué hipócrita resulta ver al PP criticar la falta de transparencia de los sindicatos cuando ellos mismos no aclaran los sobresueldos que pagan desde Génova, un dinero que también es público–. O que esta campaña sea un éxito y, muertos los sindicatos, tengan enfrente a un rival mucho más peligroso para la estabilidad social de España: a una protesta amorfa e incontrolable, sin líderes ni interlocutores claros, a unas movilizaciones a la griega, a un nuevo 15-M desbocado”.
Otros observadores, como Fernando Jáuregui, se preguntan si, mientras Rajoy habla, la calle le escucha. “Rajoy tendrá que recurrir, para convencer a una población que no quiere sentirse griega, pero que tampoco -ya lo hemos visto este domingo-- aguantará hasta el límite recortes y restricciones, a grandes pactos, y eso solamente podrá hacerlo con los ahora desnortados socialistas. Tendrá que pactar en el Parlamento... y en la calle”. Porque la calle no es que sea propiedad de los sindicatos pero tampoco lo es del Gobierno. Sobre todo del Gobierno que se empeña en minimizar el alcance de la protesta contra una reforma laboral.
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