El caso Gregorio Morán; EEUU bombardea el hospital de Kunduz; Oliver Stone carga contra Obama y Bush, y Carmena y Colau aprueban en el CIS.
Sebastiaan Faber,
catedrático de Estudios Hispánicos en Oberlin College (Estados Unidos), publica
En FronteraD, Revista Digital, el artículo “El caso Gregorio Morán. ¡Todos
mediocres! Crítica e inclemencia en España”. De él entresacamos: “Gregorio Morán es un
estorbo, un aguafiestas: el niño que avergüenza a sus padres porque observa
verdades que las leyes de la cortesía prohíben formular en voz alta (“¿Papá,
por qué es tan feo ese señor?”). No sorprende que Crítica –es decir, Planeta–
quisiera censurar El cura y los mandarines, ni que Morán se negara en redondo.
(Crítica: “Gregorio, no seas malhablado, ¿por qué no te disculpas ante el señor
García de la Concha?”. Gregorio: “¡Porque no quiero! ¡Es un trepa!”). El
escándalo de lo que Morán no dudó en calificar como ‘censura económica’
–Planeta abortó el proyecto porque no quiso arriesgar sus contratos rentabilísimos
con la Real Academia de la Lengua– ayudó a generar publicidad para el tocho,
que acabó publicando Akal. Pero, incluso sin ese rifirrafe, el libro de Morán
habría hecho ruido. Ignorarlo es imposible –y vaya que se ha intentado, como
señalaba Juan Goytisolo–. ‘El cura y los mandarines’ nos acompaña en un paseo
por treinta y cuatro años de cultura española, del convulso 1962 hasta 1996, el
final de la hegemonía socialista. El panorama es demoledor. Será muy difícil
volver a imaginarnos al emperador vestido después de haberle contemplado,
durante 800 densas páginas, en toda su grotesca y ridícula desnudez. Es un
retrato que duele, por patético. Como los pobres personajes de Galdós, España
lleva más de un siglo obsesionada por su estatus, presa entre fantasías de
grandeza y complejos de inferioridad –síndrome común, por otro lado, de los ex
imperios–. De ahí no sólo el fetiche de la marca España sino también los
millones invertidos en el Instituto Cervantes y el gusto morboso por los
rankings mundiales, sea de cocineros, tenistas o universidades. Entre los
intelectuales españoles, esta obsesión ha adoptado formas varias. Hay los que
lamentan lo que ven como un permanente atraso, fuente de vergüenza (‘en
Alemania un ministro se larga si le pillan en un plagio; pero en España nadie
dimite nunca’). Hay los que insisten en constatar la esencial diferencia entre
España y el resto –de Europa, del mundo–, pero que explican esa diferencia en
términos de superioridad (‘España es una gran nación, y los españoles, muy
españoles y mucho españoles?). Y hay los que insisten en la normalidad de
España: la democracia española no es mejor ni peor que las otras democracias
occidentales; su historia no es excepcional sino perfectamente corriente”.
Gregorio Morán.
“¿España –se pregunta
Sebastiann Faber– va bien? ¿Mal? ¿Regular? ¿Cómo evaluar la cultura española de
los últimos 75 años en términos cualitativos? ¿Qué baremos pueden servir y
quién hace de tasador? Si el tema da para desacuerdos es porque toca a las dos
preguntas centrales de la historia cultural y política española reciente:
¿Cuáles fueron los efectos a largo plazo de la Segunda República, de la Guerra
Civil y de la dictadura franquista? ¿Y ya se han superado? Para Gracia y
Ródenas, esos efectos no sólo se han superado sino que empezaron a superarse
mucho antes de que expirara el dictador. Gracia pretende desmentir el tópico
del franquismo como un páramo cultural al mismo tiempo que explica por qué la
democracia actual es perfectamente saludable a pesar de su poca conexión con el
legado de la República (…) El relato de ‘El cura y los mandarines’ de Gregorio
Morán se opone diametralmente al de Gracia, Marías y Treglown. Si la posición
de éstos cabe resumirse en un no fue para tanto –en términos de producción
cultural, los efectos de la guerra y la dictadura no fueron pura o
predominantemente negativos y puede que fueran hasta saludables–, Morán
mantiene algo muy distinto. Para él, el final de la Guerra Civil inicia un
largo período marcado por la represión, la mediocridad, la frivolidad, el
oportunismo y la desvergüenza, fenómenos que vician hasta la médula todas las
áreas de actividad intelectual del país: política, universidad, cultura. Esa
apabullante mediocridad, además, no desaparece con la muerte del dictador, sino
que se perpetúa. Y lo hace gracias a dos fenómenos. Primero, la presencia
dominante de intelectuales criados bajo el franquismo en los años de la
Transición. Y, segundo, la cooptación masiva de la inteligencia crítica por los
sucesivos gobiernos democráticos, en particular del PSOE durante sus 14 años de
poder. El PSOE –dice Morán– convirtió la cultura en espectáculo y a los
intelectuales en perros falderos, beneficiarios de un suministro fijo de
favores y dineros: premios, puestos, becas, encargos, sillones académicos y un
trato privilegiado, adulador, en la propia Moncloa. ‘[A]l final –resume Morán– el
gran asunto es cómo, en 30 años, el grueso de una tropa de tíos rompedores y
patentemente progresistas se convirtió en una mediocre pandilla de
reaccionarios acomodaticios’. Morán demuestra con rigor de geólogo la profunda
contaminación de todo el subsuelo peninsular. Moral y culturalmente, la
democracia postfranquista se construyó sobre un vertedero tóxico”.
“El cura y los
mandarines”, aunque ameno y jugoso, no es un libro fácil. Realiza un recorrido
episódico por más de 30 años de cultura española, desde comienzos de los
sesenta hasta mediados de los noventa, con un enfoque particular sobre las
figuras cumbre –los mandarines– de la vida intelectual y cultural. “A modo de
cicerone o hilo conductor, nos acompaña por ese tupido bosque el cura Jesús
Aguirre, futuro duque de Alba, una especie de Zelig que sale en todas las
fotos. Aguirre también aparece como figura antonomástica del propio
mandarinato: es oportunista, plegable, trepa, impostor; un ‘escritor ágrafo’,
mediocre, que acumula capital cultural sobre un mínimo de mérito intelectual,
aprovechándose de la escandalosa falta de competencia en un paisaje cultural
arrasado por la guerra y el franquismo. No es casual que los años de la
Transición ocupen el centro del período. Para Morán, si hay algo que
caracteriza la llegada de la democracia no es la ruptura sino la continuidad.
El tipo de historia cultural que practica Morán –subjetivo, detallado,
anecdótico y biográfico– le permite presentar una radiografía despiadada de la
red de complicidades que hizo posible la reconversión masiva de hombres del
régimen en nuevos demócratas. La institución central en este proceso fue El
País, ‘parodia de intelectual colectivo’: el diario que nace como iniciativa de
Fraga y su círculo y cuya base ideológica y financiera las proporciona un
equipo de (ex) oficiales del régimen y curtidos hombres de negocios que habían
amasado su fortuna gracias a su cercanía al poder… La idea de un diario,
moderno, abierto, de una derecha que preparaba la transición del franquismo […]
empezó a gestarse hacia 1972, en plena era de Franco y Carrero Blanco. Una
empresa así sólo podía salir de personas con un inequívoco pedigrí de adeptos
al Régimen, no tanto porque lo defendieran a aquellas alturas de la vida de él
y de ellos, sino porque sus servicios en el pasado les consintieran ahora
defender sus intereses y su futuro. Algo por otra parte tan obvio que ya había
constituido la razón por la que se habían sumado a Franco en su momento. ‘La
trayectoria de El País –escribe Sebastiann Faber – es
tan coincidente con buena parte de las clases medias intelectuales españolas,
con sus ganas, sus esfuerzos y sus limitaciones, que podríamos decir que tanto
su ascenso como la quiebra de esta relación coinciden con los ciclos políticos
de la Transición”.
“El periódico y sus
colaboradores pretenden representar la continuidad con el legado de la
República y sus mejores medios, como El Sol. (Morán cita a Aranguren, que escribía,
en 1977, en El País: ‘La cultura española establecida hoy no es sino la
representación de la cultura anterior a 1936, por la que se diría que no ha
pasado el tiempo’). La realidad era muy otra. El exilio quedó relegado a los
márgenes, y el lugar de los republicanos lo usurpaban un puñado de
‘secundarios’ de la inteligencia del interior: ‘la segunda fila de lo que ya
había’: Marías, De la Cierva, Aranguren, Gil Robles, Laín Entralgo. Eso sí, el
pretendido enganche con los años treinta –eclipsando décadas de represión colaboración,
silencio y complicidad– les permitía a estos segundones, para empezar,
zambullirse en un generoso y mutuo perdón colectivo. ‘Todo –escribe Morán– se
convertía en una escena, digamos entre cómica y ritual, de perdones recíprocos,
de amnistías públicas’. La primera amnistía histórica que concedió la
Transición fue ésta: la que se dieron mutuamente los viejos colaboradores de la
dictadura y sus ‘valets de chambre’ intelectuales. La Guerra Civil no estaba
superada sino que había quedado obsoleta porque los representantes
intelectuales, que tanto habían colaborado a llevarla a cabo y a cimentar la
victoria posterior, consideraban la propia guerra como algo ajeno. El relato de
la prehistoria de El País no es del todo desconocido, pero sí se tiende a
barrer bajo la alfombra. El vistazo que nos brinda Morán sobre el polvo allí
acumulado no deja de resultar revelador. Entre otras cosas, nos permite leer la
deriva más reciente del periódico y su conglomerado matriz, que muchos han experimentado
como una decadencia o perversión del proyecto original, como una especie de
retorno a los orígenes. Si El País nació de una mezcla de conservadurismo
político y oportunismo financiero, quizá sólo sea normal que haya vuelto al
lugar de origen”.
Si “El cura y los
mandarines” es una bomba, cabe preguntarse si logrará derrumbar el edificio
ideológico que busca destruir. “Como bomba –recuerda Sebastiann Faber–, es
casera: Morán es muy Morán. El personaje público que cultiva –ojeras, bufanda,
cigarrillos, sonrisilla escéptica– tiene su correlato en la página escrita: el
epigrama, la sentencia, la afirmación apodíctica, el coloquialismo, los
aspavientos indignados y los signos de exclamación. También las muletillas
(‘digámoslo con rotundidad’, ‘todo hay que decirlo’). Esto no quiere decir que
no sea un gusto leerlo. No aburre porque es muy poco académico, en todos los
sentidos de la palabra. De hecho, lo académico y los académicos –de la Real y o
de la universidad, da igual– le tienen sin cuidado. Las formalidades se las
pasa por la entrepierna. Pero de ahí quizá también que se note cierto descuido
en la fabricación del texto. Algunos capítulos son una auténtica colcha de
retales, con las costuras bien visibles, un par de parches e hilos sueltos y
alguna puntada repetida: más Van Gogh que Seurat. (A veces mete la pata: La
publicación por Ruedo Ibérico del libro sobre Opus Dei de Ynfante, escribe,
‘fue literalmente un terremoto’, para después apuntar que el texto de Ynfante ‘no
era precisamente un modelo ni de estilo ni de precisión’…). Como se ve, su
propio desaliño no le impide ser exigente con el estilo de los demás. No tiene
reparo en indicar que un texto le parece estar escrito por encargo, con los
pies o directamente en estado etílico, ‘a tenor de las singularidades de su
redacción’. Desde luego, el tipo de idiosincrasia estilística de Morán no suele
verse con buenos ojos ni en el periodismo ni en el mundo universitario, que
suele confundir el rigor con la asepsia y el aburrimiento. Para los filólogos a
los que ataca Morán –individual y colectivamente–, este estilo será excusa para
no tomarle en serio. La verdad, sin embargo, es que la indulgencia retórica de
Morán no le descalifica, o al menos no siempre. La intensidad de los juicios no
les quita precisión, y lo que tiene visos de hipérbole muchas veces resulta ser
una verdad como un puño. Los juicios pueden ser demoledores, pero no son por
ello menos exactos. El retrato despiadado de Laín Entralgo es un buen ejemplo:
‘Su obra, como su vida, fue siempre un engaño ante los espejos de su
trayectoria; ni sabía alemán como para un párrafo entero, leído o hablado; ni
sabía pensar; ni tuvo otros amigos que aquellos que traicionó acoquinado,
dejándoles en la estaca; Ridruejo y Aranguren, sin ir más lejos. Su inanidad
intelectual era tan llamativa que cabría pensar que sin la Guerra Civil y la
victoria de los suyos, y el interesado apoyo que dispensó Xavier Zubiri, […] no
hubiera pasado de funcionario de la Enseñanza, sección frustrados; veteranos de
menor cuantía’ ”.
Sebastiaan
Faber, tocando la trompeta.
“Morán se ha salvado
del espectáculo lamentable que nos han venido ofreciendo algunos miembros
luceros de su generación, incapaces de encajar los cambios por lo que ese
encaje implicaría de autocrítica. Y es que, a diferencia de muchos de sus
coetáneos, Morán no tiene intereses personales en las instituciones que
surgieron de la Transición; las lleva criticando desde hace décadas. Pero
también hay un factor temperamental. Morán nunca se ha dejado seducir por el
pesimismo de la cultura a lo Vargas Llosa o Jordi Llovet. Tampoco está entre
los que postulan un defecto cuasi genético de la cultura española, hipótesis
que les permite diagnosticar sombríamente los males de la sociedad, repartir la
culpa de forma colectiva y al mismo tiempo cerrar la posibilidad de cualquier
mejora real. Esta última tendencia –gratuita y facilona– está de moda entre la
inteligencia peninsular, sin duda porque se presta perfectamente a la
fabricación de columnas semanales. Es una postura que ha seducido a plumas tan
dispares entre sí como Javier Marías (‘nuestro país ha preferido siempre –aún
más hoy, si cabe– lo chocarrero y lo cursi, el trazo grueso, la coz, lo
tabernario, la astracanada y el chascarrillo penoso’) o Arturo Pérez Reverte (‘Cuando
gritamos ‘¡Vivan las cadenas!’ es porque queremos tenerlas. En España nos sigue
dando miedo la libertad responsable, aunque la otra nos encanta... Poder
mearnos en la esquina nos pone’). Morán, en cambio, es menos dramático y más
riguroso: el mal de la mediocridad existe pero no es congénito porque tiene
claras explicaciones políticas e históricas. De hecho, nos permite comprender
que achacar los males sociales y políticos a un problema de cultura no deja de
ser una versión del todos fuimos culpables. ¿Morán es un modelo? Hace poco tuve
en estas páginas un intercambio con un colega sobre el papel que nos toca a los
críticos, a propósito del último libro de Javier Cercas. ¿Qué nivel cabe
exigir? ¿Cuánto podemos pedirle a un intelectual que decide intervenir en un
debate de amplio alcance político o social? ‘Claro que hay que llegar a los
libros con cierta benevolencia –escribí– dispuesto a conceder el beneficio de
la duda’. Sin embargo, también creo que los críticos no tenemos por qué
renunciar a la evaluación de los líderes de la opinión pública española –como
lo son Cercas y Muñoz Molina, por más que también sean novelistas– según
criterios intelectualmente exigentes, reconociendo méritos pero también
señalando debilidades. Y esa necesidad de aproximarse a los libros con lupa en
mano es mayor cuando se trata de textos que, como los de Muñoz Molina y Cercas,
generan una enorme atención mediática… Como hispanista afincado en Estados
Unidos, me parece que los modos y medios convencionales de los que se suele
servir mi gremio –los artículos y monografías especializados de difusión
mínima, en mi caso además muchas veces publicados en inglés– no sirven en
absoluto. Al mismo tiempo, como lector de la prensa cultural española desde
hace un cuarto de siglo, se me hace que lo que pasa por crítica cultural está,
las más de las veces, movido no por la exigencia sino por el miedo, el
desprecio, la vanidad o la admiración obligada (una forma de respeto ante la
vanidad ajena).
“La gran virtud de
Gregorio, El Inclemente –concluye Sebastiann Faber–, es que se atreve a romper,
ostentosamente, las normas no escritas de esta cultura cerrada y mandarinesca
de imposturas y secretos a voces. Entra a ese mundo como lo haría Clint
Eastwood en su papel de Dirty Harry dispuesto a hacer lo que haga falta para acabar
con los malos, sin que le importe salpicarse la camisa de sesos o romper alguna
ley, humana o divina, permitiéndonos a los demás mantener las manos y
conciencias más o menos limpias. Su forma de proceder es efectiva pero casi
demasiado: la devastación que deja es tal (todos muertos, la casa quemada, el
pozo contaminado) que es difícil imaginarse que nadie pueda volver a leer,
escribir, pensar o comprender allí por donde pasó el pistolero. La crítica
inclemente a lo Morán es necesaria pero no basta, ni tampoco es una alternativa
sostenible. No hace falta más de un Harry, el sucio. Y los que disfrutamos de
verle acabar con los casposos no nos podemos permitir quedarnos sentados. Las
alternativas las tenemos que construir nosotros. En cierto sentido el momento
nunca ha sido más propicio: la apertura de la esfera pública española y la
proliferación de medios nuevos ya ha venido inspirando experimentos con nuevos
modos de crítica más exigentes, sí, pero también más honestos, creativos,
dialogantes y participativos. Eso sí, sería una gran lástima que los que nos
dedicamos a reflexionar y escribir sobre España desde universidades extranjeras
nos perdiéramos ese tren”.
Estados
Unidos bombardea el hospital de MSF de Afganistán.
Pero dejemos de hablar ya Sebastiaan Faber y de la España de Morán, para ocuparnos de la
influencia de la política americana en Afganistán. El sábado, 3 de octubre, los estadounidenses
bombardeaban el hospital de Kunduz, ciudad de 300.000 habitantes en el norte de
Afganistán, acabando con la vida de 22
personas. El ataque dura más de una hora y destruye unas instalaciones en las
que, según la versión oficial, se escondían talibanes. Poco después, la
organización Médicos Sin Fronteras reclama la intervención de una comisión
independiente de investigación humanitaria sobre el mismo. Y la presidente de
MSF, Joanne Liu, confirma desde la capital suiza que el bombardeo americano
contra el hospital es “un ataque contra los Convenios de Ginebra”. Declara no
tener confianza en la investigación militar interna e insta a los Estados que
forman parte de la Comisión Internacional Humanitaria de Investigación
(International Humanitarian Fact-Finding Commission) a abrir una investigación.
“Los hechos y circunstancias de este ataque –agrega– deben ser investigados
independiente y parcialmente, dadas las inconsistencias entre EEUU y Afganistán
sobre lo sucedido en los recientes días”. El Pentágono informa que el ataque ha
sido solicitado por sus aliados afganos al recibir fuego enemigo. Tres días más
tarde, el general John Campbell, jefe de la misión de la OTAN en Afganistán, declara
que el centro médico había sido marcado como objetivo “por error”. Más tarde,
la Casa Blanca apuntaba que dicho ataque era “una profunda tragedia”, mientras
MSF otorgaba la responsabilidad a EEUU. El presidente de Estados Unidos, Barack
Obama, llama por teléfono a la presidenta de Médicos Sin Fronteras (MSF), para
pedir perdón por este bombardeo de las tropas norteamericanas. El portavoz de la
Casa Blanca, Josh Earnest, revela que Obama ha asegurado a Liu que “habrá una
investigación transparente, objetiva y rigurosa sobre lo sucedido”. Entre los
fallecidos había doce trabajadores de MSF y diez pacientes, según el último
comunicado. En cuanto a las especulaciones sobre la presencia de talibanes en
el hospital, MSF recuerda que “ni un solo miembro de nuestro personal informó
de combates dentro del complejo hospitalario hasta que se registró el ataque
aéreo estadounidense de la madrugada del sábado”. Además, declara que “el
hospital fue golpeado de forma reiterada y precisa en cada ataque aéreo,
mientras que el resto del complejo quedó casi intacto”, por lo que cuestiona el
planteamiento de los “daños colaterales” esgrimido por Estados Unidos. “Cualquiera
que fuera la situación, va en contra del derecho internacional humanitario bombardear
un hospital repleto de personal médico y pacientes” sentencia Wahidolá Mayar, portavoz del Ministerio de
Salud afgano, tras criticar a su homólogo en el Ministerio del Interior, Sediq
Sediqi, quien sostenía que los
integrantes del grupo Talibán se habían ocultado en el hospital. Mayar es uno
de los primeros en culpar a Estados Unidos del ataque.
Entre los muertos hay
12 trabajadores de MSF y 7 pacientes, entre ellos tres niños.
Si el sábado, 3 de
octubre, es Zeid Ra’ad Al Hussein, Ato Comisionado de la ONU para los Derechos
Humanos, quien califica el bombardeo de EEUU contra un hospital de Médicos Sin
Fronteras (MSF), en Kunduz, de posible crimen de guerra, al día siguiente es la
propia ONG la que eleva la cifra de víctimas mortales a 22 (12 miembros de MSF
y 10 paciente) y exige que se realice “una investigación transparente a cargo
de un organismo internacional independiente, ante la clara presunción de que se
ha cometido un crimen de guerra”. La “clara presunción” se deduce no sólo de
que todas las partes en conflicto estuvieran claramente informadas de la
localización del hospital sino, sobre todo del hecho de que el bombardeo
“continuara durante más de 30 minutos después de que la autoridades militares
de Kabul y Washington fueran informadas por primera vez de que se estaba
produciendo el ataque”. Pilar Estébanez, médico y presidenta de la Sociedad
Española de Medicina Humanitaria, sostiene en Actualidad Humanitaria.com que
Kunduz no ha sido un daño colateral, sino un crimen de guerra. Estas muertes se
suman a los más de 120 trabajadores humanitarios que han muerto, desde el
verano de 2014, muchos de ellos víctimas de las situaciones de conflicto y la
inseguridad, de secuestros o de accidentes de tráfico mientras cumplían con su
trabajo. En esta ocasión hay una diferencia importante: estos doce trabajadores
han muerto víctimas de un ataque deliberado realizado por fuerzas
estadounidenses, a sabiendas de que se trataba de una instalación civil donde
sólo había personal civil y pacientes. Según declaran los responsables de MSF, “las
autoridades militares conocían de sobra las coordenadas del hospital, e incluso
fueron avisados de que estaban bombardeando un hospital en el que no había combatientes.
Por tanto, no pueden aceptar que las autoridades hayan calificado esta masacre
como trágico incidente, ni las profundas condolencias del presidente Obama,
aduciendo la excusa de que buscaban talibanes, puesto que detrás de estas
huecas declaraciones no hay más que una intención de eludir las
responsabilidades y lograr la impunidad de los culpables”.
La aviación
norteamericana anuncia una investigación de estos “daños colaterales.
Obama declara que va a
esperar a tener todos los resultados de las investigaciones antes de hacer un
juicio definitivo sobre “las circunstancias de la tragedia”. Ban Ki-Moon, secretario
general de Naciones Unidas, exige también una investigación “imparcial” que
exija responsabilidades. Pero ¿quién va a investigar? ¿Estados Unidos? Ya
tenemos experiencia en sucesos similares y en investigaciones de incidentes
parecidos y sabemos cuáles han sido los resultados: la impunidad que Estados
Unidos garantiza a sus fuerzas militares cuando actúan en el extranjero. Las
leyes humanitarias, el Derecho Internacional Humanitario, como recordó el
secretario general de la ONU, protegen explícitamente los hospitales y el
personal médico. En esta ocasión, se ha violado deliberadamente una ley
internacional. Se trata, por tanto, de un acto criminal que debe ser juzgado
sin dilaciones. Un representante de Alto Comisionado de Naciones Unidas para
los Derechos Humanos coincide con Ban Ki-Moon en la exigencia de una
investigación y añade que el ataque puede ser considerado como “un acto
criminal”. “Los agentes militares internacionales y afganos tienen la
obligación de respetar y proteger a los civiles en todo momento y las
instalaciones médicas y sus profesionales son objeto de protecciones
especiales”, afirma su director, Zeid Ra’ad Al Hussein, en un comunicado.
“Estas obligaciones deben aplicarse independientemente de qué fuerzas están
implicadas y cuál sea su localización”. El ataque de los yanquis, aunque sea
bajo el paraguas de la OTAN, supone una de las más graves violaciones del
Derecho Internacional Humanitario desde la creación de la ONU y la proclamación
de las Leyes Humanitarias, perpetrado por fuerzas militares, sin un contexto de
atentado terrorista ni de grupos rebeldes en batalla.
Era
el único hospital que funcionaba en Kunduz, ciudad en disputa entre talibanes y
tropas afganas.
Digan lo que digan las
investigaciones, en este caso está claro que ha sido un ataque deliberado: los
responsables de la matanza conocían la situación del hospital, puesto que MSF,
como hace habitualmente, había proporcionado el pasado 29 de septiembre a las
fuerzas militares las coordenadas GPS del centro hospitalario, precisamente
para evitar un posible bombardeo por error. Pese a ello, el hospital es
bombardeado repetidamente, en intervalos de 15 minutos, por varias oleadas. El
edificio principal, que alberga la unidad de Cuidados Intensivos, las Salas de
Emergencia y la sala de Fisioterapia, es golpeado repetidamente con mucha precisión
durante cada incursión aérea, mientras que los edificios circundantes quedan en
su mayoría intactos. MSF asegura en una declaración que, nueve minutos después
de la primera oleada, el personal de la organización telefoneó a funcionarios
de la OTAN, en Kabul, y a militares, en Washington. Sin embargo, los bombardeos
continuaron. No se puede aceptar que se considere este acto como “un daño
colateral”. Más bien, este ataque ha provocado daños colaterales, puesto que ha
suprimido de un plumazo la atención traumatológica a la población de Kunduz, un
servicio considerado muy necesario. En apenas una semana, el hospital había
tratado a 394 heridos civiles. En el momento del ataque aéreo, había 105
pacientes y sus cuidadores en el hospital, junto a más de 80 trabajadores
internacionales y nacionales de MSF. Era la única instalación con servicios de
traumatología y cirugía en toda la región del noreste de Afganistán, y
proporcionaba atención gratuita que salvaba vidas. Tampoco se sostiene la
excusa de que las fuerzas aéreas estaban atacando a combatientes talibanes que
aparentemente se habían refugiado en el hospital.
Para la ONG este ataque
supone una grave violación del Derecho Internacional Humanitario.
No es la primera vez
que Estados Unidos se encuentra en el punto de mira por causar víctimas civiles
con sus operaciones aéreas. El pasado julio, diez soldados afganos también
resultaron muertos por error cuando aviones norteamericanos atacaron la presa
que vigilaban en la provincia de Logar, al este del país. Durante los 14 años
que ya dura la guerra de Afganistán han sido numerosos los casos de bombardeos
a bodas, reuniones tribales y otros accidentes que han terminado minando la
confianza de los afganos por incumplimiento de sus propias leyes, atacando y
produciendo muertes entre la población civil. Según la ONU, Estados Unidos es
responsable del 1% de las muertes de civiles en Afganistán, lo que supone un
total de 19.368 personas muertas desde 2009. En el transcurso de este año han
muerto 1.592 civiles y otros 3.329 han resultado heridos, un aumento con
respecto a años anteriores, incluso superior a 2014, el año con más víctimas
desde el comienzo de la guerra en 200.
El director de cine
Oliver Stone presentó el pasado viernes en Palma de Mallorca su libro, “La
historia silenciada de Estados Unido”', escrito junto al historiador, Peter
Kuznick. En él, carga contra la labor del presidente de EEUU, Barack Obama, así
como contra la del ex presidente, George W. Bush, que “contribuyó a polarizar
el mundo”. Sin olvidarse del ex presidente del Gobierno español, José María
Aznar, “el perro faldero” de Bush. Stone criticó duramente a Obama, que “nunca
ha estado cualificado para recibir el Nobel de la Paz” y que llevó “a peor” la
situación heredada por Bush, “aumentando el estado de vigilancia” a pesar de
declararse a favor de la transparencia. El cineasta aseguró que darle el Nobel a Obama “fue un
error” y que “su discurso en Oslo ya fue a favor de la guerra defensiva”. Dijo
que la situación ha ido incluso a peor, que los grupos se han extendido a todos
los países, que es el presidente que más ferozmente a perseguido a periodistas,
que utilizó el acta de espionaje de la Primera Guerra Mundial para espiar a 17
personas y arruinar sus vidas, y que bombardeó siete países musulmanes y
aumentó la guerra de drones que en cualquier momento podría usarse en su
contra. Stone recomendó la serie documental que rodó junto a Kuznick sobre las
“vergüenzas” de EEUU, base de la que parte este libro. Sobre los hechos
narrados en la obra, Stone destacó que en él “no hay especulación, sino que es
ortodoxo” y que, por ejemplo, con “datos muy concretos, demuestra que el
objetivo de las bombas atómicas de Nagasiki e Hiroshima era la Unión Soviética
y no Japón”. El director de cintas como 'Platoon' o 'Asesinos natos' reconoció
que sus últimos proyectos fueron objeto de la censura. Recordó cómo su
documental sobre Fidel Castro fue cancelado por la HBO a dos semanas del
estreno o cómo los grandes estudios no quieren financiar nada que genere
“controversia”. “Nunca lo llaman censura –matizó–. Leen el guión y les gusta
pero, cuando llega a los 'jefazos', no te dan el apoyo. Para llevar a cabo mi
último proyecto, 'Snowden' tuve que recurrir a distribuidores independientes y
europeos”. Respecto a haber realizado tres cintas sobre la Guerra de Vietnam
('Platoon', 'Nacido el 4 de julio' y 'El cielo y la tierra'), dijo que él es
“un dramaturgo de la historia” y que si hace “una película de Vietnam” no es
porque sea Vietnam “sino porque hay una gran historia”. “En la primera, conté
mi propia experiencia en la guerra; en la segunda, conté la historia de Ron
Kovic, un veterano con parálisis, y, en la última, narré la vida de Le Ly
Hayslip, una mujer que también vivió el conflicto”. Sobre la retirada de la HBO
del documental 'Comandante', hecho en base a 30 horas de entrevistas con Castro,
Stone lamentó que no le dieran explicaciones y que le pidieran si podía hacer
otra cinta, cosa a la que se negó. “Después, hice otro documental, 'Looking for
Fidel' (otro extracto de las entrevistas), y de ambos trabajos estoy muy
orgulloso”, aseguró.
Manuela
Carmena y Ada Colau aprueban, según el CIS.
En una de las
conclusiones de la encuesta postelectoral del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS) que se ha publicado poco después de cumplirse 100 días de
gobiernos municipales en España, las más importantes alcaldesas aprobaron. Las
notas medias de las alcaldesas de Madrid y Barcelona superan las de los líderes
nacionales y la de los miembros del Ejecutivo de Mariano Rajoy, que se quedan
lejos del cinco. La alcaldesa de la capital, Manuela Carmena, recibe un 5,99 de
nota media, según ese sondeo, realizado entre el 27 de mayo y el 23 de junio. En
Barcelona, Ada Colau supera por unas décimas a su homóloga con un 6,05. No
obstante, los ciudadanos dieron su opinión sin que diera tiempo a evaluar su
gestión puesto que los ayuntamientos quedaron constituidos el 13 de junio. Colau
y Carmena están entre los cinco dirigentes mejor valorados. A las alcaldesas sólo
les superan el alcalde de Ceuta, Juan José Vivas, del PP, con un 6,5, y la presidenta de Navarra, Uxue Barcos, de Nafarroa Bai, con un 6,2. La nota media de Carmena duplica a la que
obtiene Esperanza Aguirre, candidata más votada pero que no logró gobernar. La
presidenta del PP madrileño consigue un 2,96, una nota que se acerca a la que
reciben los líderes nacionales, entre ellos Mariano Rajoy y los miembros de su
Ejecutivo. En el último barómetro del CIS, correspondiente al mes de julio, la
valoración del presidente fue de un 2,61. Pedro Sánchez, que se quedó en un
3,84, fue uno de los mejor valorados por los ciudadanos. El portavoz destituido
del PSOE, Antonio Miguel Carmona, supera la nota del secretario general de su
partido al obtener un 4,61. No obstante, el dirigente socialista es menos
conocido entre los madrileños que responden a la encuesta. A pesar de la
enérgica campaña del exdiputado socialista, que se anticipó varios meses, logró
ser menos conocido que la actual alcaldesa, que se postuló para las elecciones
apenas dos meses antes del 24 de mayo. Más de un tercio de los encuestados
(38,8%) no conocía a la portavoz de Ciudadanos en la capital, Begoña Villacís,
que obtiene una nota media de 4,85.
De los que desconocían
a la candidata de Albert Rivera, un 21,7% no respondió a la pregunta sobre su
valoración. El peor valorado es Alberto Fernández Díaz, portavoz del PP, que
apenas supera el dos. La encuesta postelectoral también incluye a las capitales
de Valencia y Aragón. En el primer caso, el alcalde, Joan Ribó, aprueba con un
5,06, aunque hay un 34,8% de encuestados que no le conoce. Frente al líder de
Compromís, un 94,8% opina sobre su antecesora, Rita Barberá que suspende con un
2,87. Un dato relevante respecto al alcalde de Zaragoza es que, en el periodo
inmediatamente posterior al 24M, más de la mitad de los ciudadanos (57,5%) no
conocía a Pedro Santiesteve, según el CIS. El 30,6% que dio su opinión le
concedió una nota media de 4,28. Sus oponentes tampoco eran mucho más
populares: el más conocido era el portavoz del PP, Eloy Suárez Lamata, que
obtiene un 4,31 de nota media del 48% que responde.
Estas fotografías no fueron modificadas digitalmente
(sólo cortadas y pagadas), todo es producto de la imaginación de Stephen
McMennamy, un fotógrafo que decidió jugar un poco, y unir pares de fotos con
algo en común. Este es aún mejor que una imagen modificada con photoshop.
El humor de Lauro y Dino.
El humor en la prensa: El Roto, Forges, Peridis, J.
R. Mora, M. Fontdevila, Lumpen, El Churro, Ricardo...
Pep
Roig publicó: Todo va bien mal, Política bailable, Todo por la pasta,
Defensores del fomento mundial de la pobreza, Gobierno de Eppañia Todo por las
multinacionales, Sálvese quien pueda y Politician
top dance.
Entre los vídeos de esta semana, otra Vuelta de Tuerka - Pablo Iglesias con Gregorio Morán (Programa completo), Publicado el pasado 3 de mayo.
.
El Gobierno afgano confirma que EE.UU. bombardeó hospital de Médicos sin Fronteras en Kunduz.
La vicepresidenta del Gobierno le había prometido a Pablo Motos bailar la canción con la que el equipo inicia el programa. Soraya Sáez de Santamaría no quiere ser menos que el socialista Iceta con su baile electoral e inicia el programa con ritmo junto al resto del equipo.
En el programa El Hormiguero, las hormigas realizan una divertida rueda de prensa a la invitada de la noche, que culmina con un curioso documento: el grupo de whatsapp de los políticos españoles.
En el quinto vídeo, Mariano Rajoy, que no quiere ser menos, ofrece el mejor monólogo de la noche en el Club de la Comedia. El presidente abandona temporalmente el plasma para regalarnos algunas de sus memorables reflexiones, dignas de un auténtico maestro de la comedia.
En el último, Albert Rivera crece y empieza a no hacer gracia al PP. Mariano Rajoy ve cómo el líder de Ciutadans ya le gana en Caraluña. ¿Podría ser La Moncloa el siguiente paso?
1 comentario:
giannis antetokounmpo shoes
yeezy boost 350
yeezy 700
off white nike
bape hoodie
curry 7
curry 8 shoes
jordan shoes
jordan shoes
a bathing ape
Publicar un comentario