Felipe VI, un rey por cojones y por los cojones.
Al cumplirse los dos
años de la coronación de Felipe VI, Luis Gonzalo Segura reconoce en Público.es
que casi nada había cambiado. Que muchos de los que se hacen llamar periodistas
se dedican a ensalzar la imagen de “El Preparado” casi tanto como lo hicieron
con “El Campechano”. “Espero que la cruda realidad no les deje en el mismo
lugar que a los que durante décadas nos engañaron, que no sean los Cebrianes de
turno que luego aparecen vinculados a Panamá. La realidad es que la Casa Real
ha hecho muy poco, desde un punto de vista objetivo, por adaptar su institución
a los mínimos requisitos exigibles en una democracia. Un rey que no fuera
machista jamás habría ascendido al trono por encima de una hermana mayor (dos)
y un país que no lo fuera tampoco lo habría permitido. Aunque nuestra sociedad
hace tiempo que ha redoblado esfuerzos para terminar con esta lacra, poco
parece haberle importado a Felipe. Quería reinar y nada ni nadie se lo ha impedido,
ambición que recuerda a la de su padre cuando pasó por encima de Juan de
Borbón. Por desgracia, ejemplos tan machistas como el de la coronación suponen
una falta de legitimación considerable. Los partidos políticos se esfuerzan en
las listas cremallera o en la paridad, los medios de comunicación denuncian las
diferencias salariales entre hombres y mujeres y las grandes personalidades se
apuntan a campañas de concienciación. Sin embargo, todos enmudecen ante el caso
de Felipe VI y su coronación machista. Parece que, para alguno, las hermanas
mayores del rey ni existen. ¿Qué legitimidad puede tener el rey, la reina o
cualquier miembro de la Casa Real para posicionarse en contra del machismo si
son los primeros en practicarlo? Ninguna”.
Gonzalo Segura opina que
se deberían haber emprendido dos reformas que adecuarían la existencia de la
monarquía, si ello es posible, a una democracia moderna (que no somos). “Las
medidas son evidentes: referéndum previo a la coronación y posibilidad de
revocación. De esta forma, se conseguiría que el reinado estuviera subordinado
a los ciudadanos. Si la soberanía emana del pueblo, tendrá que ser este el que
decida qué gobierno prefiere, qué rey o reina desea que ostente la corona y
hasta qué momento quiere que esto suceda. Parece que lo de la subordinación y
la soberanía popular no son valores del gusto de la realeza. Sin ningún género
de dudas, convertir al rey en un ciudadano más a efectos jurídicos debería ser
una prioridad de los partidos políticos, los ciudadanos y los medios de
comunicación. De momento no está en la agenda. Llegados a esta situación, si
alguien debería ser el primero en dar ejemplo y terminar con la inviolabilidad
jurídica tendría que ser el propio Felipe. El rey no es que esté aforado, es
que es inviolable jurídicamente hablando. Resulta muy grotesco que en un país
democrático uno de sus ciudadanos pueda legalmente atentar contra todos y todo
y salir indemne de semejante crimen. Algunos dirán que no pasará, pero por
desgracia ahí está el comportamiento de Juan Carlos I durante su reinado. Puede
que uno de los motivos para que se mantenga este privilegio sea que si el rey
emérito pudiera ser juzgado tendría muchas dificultades para evitar la cárcel.
“En lo salarial el rey
no es ejemplar. Un país en el que un tercio de los ciudadanos gana menos de 650
euros no parece el mejor escenario para el salario real (236.544 euros). Somos
muchos los que reclamamos una mejor redistribución de rentas y quién mejor que
el rey para aplicar medidas en este sentido. El problema es que para ello se
requiere ejemplaridad y cuando se habla de dinero (y de otras cuestiones) en la
Casa del Rey, la ejemplaridad ni está ni se la espera. (…) Otro punto que
resulta bastante anacrónico es que sea el propio rey el que se suba o baje el
sueldo.
“No es solo una
cuestión de seguir teniendo a un rey como Jefe de las Fuerzas Armadas, que
también. Lo peor de todo es que, en estos dos años de reinado, no ha instado a
un cambio profundo del mundo militar (justicia militar, órganos de control,
macrocefalia o excedente de oficiales, despilfarro y corrupción, abusos y
acosos, precariedad laboral y despido de la tropa, abandono de los
discapacitados, etc.). No ha tenido ni una palabra para los militares heridos o
discapacitados que reclaman pensiones y/o justicia, no ha compartido un gesto
con aquellos militares que son enviados al desempleo, no ha exigido el fin del
excedente de oficiales que ya se dibujaban a la perfección en los relatos
literarios del siglo XX y tampoco ha creído oportuno abanderar la lucha contra
una corrupción militar que hasta Santiago Ramón y Cajal describió a finales del
siglo XIX. Por desgracia, hay pocos cambios destacables salvo que el rey actual
no es amigo de Villar Mir como lo fue el emérito, sino de su yerno… y que el
nuevo monarca es más del gusto del yoga que de los elefantes, blancos y
cazados. Cosas de compi-yoguis que la plebe y los medios de ‘mierda’ (tal y
como afirmó Letizia, La Republicana) no estamos preparados para entender”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario