“Españoles, un pueblo con alma de esclavo”.
La periodista y escritora
Nieves Concostrina menciona en Público la fea costumbre de cargar al erario
público todos los costes funerarios de los borbones expulsados. “La inició el
mastuerzo Fernando VII, y con él, aquí y hoy, arranca una historia que se
alargará en plan serie turca durante las dos o tres o cuatro o yo qué sé
cuántas columnas siguientes, pero serán las que sean necesarias porque a
ustedes, lectores y lectoras, les pienso dejar con el mismo mal cuerpo que
tengo yo desde que fui conociendo que no solo les hemos pagado a los borbones
sus derroches en vida, sino que también les hemos costeado sus muertes, sus
funerales, sus entierros, sus exhumaciones, sus traslados, sus nuevos
funerales, su vuelta a enterrar y el mantenimiento de sus sepulturas…
“A Napoleón le fue tan
fácil quedarse con España porque Carlos IV era cortito y cobarde, y su hijo
Fernando VII, un mastuerzo servil. ‘Un pueblo que ha soportado a reyes como
estos, tiene alma de esclavo’, dicen que dijo el Bonaparte. Si llega a conocer
a los que todavía estaban por venir, nos hubiera entendido aún menos. Que las
relaciones de Fernando VII con sus padres eran más que nefastas, ya no se le
escapa a nadie. Carlos IV y la consorte María Luisa de Parma le parecían al
mastuerzo, juntos, un par de melifluos, y por separado, ‘una puta desdentada’ y
un bobo obsesionado con la caza y el coleccionismo de relojes. Napoleón los
nutrió de buenas pensiones y expulsó a la pareja de España, enviándolos primero
a Marsella y luego a Roma. Cuando Fernando VII pilló trono en 1814, ni se le
pasó por la cabeza rescatar a sus padres del destierro. Les negó su petición de
retorno y ordenó que se mantuvieran lejos, con sus buenas pensioncitas
(pagábamos nosotros), a cambio de que se quedaran en Roma sin molestar y según
los términos firmados en el Convenio ajustado entre el Rey Nuestro Señor y su
Augusto Padre, en el que por segunda vez firmó el lelo de Carlos IV la renuncia
de sus derechos al trono….
“Como los borbones son
partidarios del postureo funerario, porque con ello tapan las escandalosas
vainas familiares, de inmediato Fernando VII se dispuso a organizar un
rimbombante traslado de los restos para darles enterramiento en la cripta real
del monasterio de El Escorial, previo paso por el pudridero. En agosto de 1819,
a bordo de la fragata de guerra Napolitana, llegaron al puerto de Alicante los
dos fiambres, y la municipalidad de la ciudad ‘se mostró espléndida’ con toda
la nutrida tropa que acompañó los cuerpos de los reyes.., y se encargó al
cocinero rico-rico Carlos Butarely (le suponemos un gran Karlos Arguiñano de la
época) que les llenara el buche de la mañana a la noche durante los ¡16 días!
que estuvieron haciendo tiempo con homenajes fúnebres, paseos veraniegos y
recepciones entre la alta aristocracia alicantina antes de tomar camino del
Escorial…
“A los alicantinos les
salió por un pico, porque el alojamiento y la pensión completa no fue lo único
gravoso de aquellas dos semanas de estancia: los restos de Carlos IV y Marisa
de Parma viajaron en sarcófagos tan ostentosos que, para transportarlos, se
construyeron unas carretas de enormes proporciones sin tener en cuenta que esos
vehículos no podrían atravesar el estrecho de los Cerros de Portichol, lo que
obligó a modificar las carreteras de ese tramo de la autovía Alicante-Madrid y
retrasar el viaje hasta el 10 de septiembre. Aquellos dos personajes,
recordados por su nefasta gobernanza, expulsados por el Bonaparte y a los que
había mantenido alejados del país su propio hijo durante once años, ahora eran
recibidos con honores inmerecidos y, encima, sufragados sin saberlo por la
misma plebe que acudió desde las comarcas cercanas para presenciar la
suntuosidad y el derroche funerario en aquellos dos borbones arrojados del país
once años antes”.
Y Nieves Concostrina
recalca en su escrito que “tuvieron al menos el detalle de sincronizar sus
muertes para darnos un dos por uno. Aunque a los españoles, un pueblo con alma
de esclavos, no les hubiera importado desaprovechar la oferta con tal de
disfrutar de dos ostentosos saraos funerarios del borbón y la de Parma que,
solo por haber engendrado a Fernando VII, merecerían no haber nacido”.
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